viernes, 25 de marzo de 2011

Capítulo 2.- Cruzando el portal infernal

Cruzando el portal infernal

Eran las siete de la noche en Roma cuando finalmente llegaron. El aeropuerto no estaba tan saturado de gente como lo esperaba Yami, por lo cual no pudo escapar de Mitca.
Las circunstancias, sin embargo, se habían inclinado ligeramente a su favor. Ella no tenía idea del impacto que habían tenido sus preguntas en Mitca, en la mente de quien resonaban constantemente las palabras “¿Y no puedes negarte?”.
Mitca seguía con eso en la cabeza, porque no conocía a nadie en la familia que se hubiera negado a realizar el trabajo, quizá con todos los que ya lo realizaban él no significaría mucha diferencia si decidía ya no hacerlo más. Por otro lado también empezaba a cuestionarse si realmente le gustaba hacer lo que hacía… ¿o sería sólo porque le habían enseñado a amarlo?
Le quedaban aún tres días para entregar a Yami. Estaba cansado y necesitaba pensar, así que decidió que dormirían en un hotel e irían hasta el portal infernal hasta el anochecer del día siguiente. Hacía tiempo que Mitca no hacía otra cosa que trabajar para sus jefes y quería un respiro.
La última vez que había actuado como persona normal había sido a los catorce… y no había vivido mucho entonces, casi al igual que Yami, sólo que lleno de entrenamientos de combate, invocaciones, armas —humanas y demoniacas— y apenas un poco de vida escolar. ¿Quién sería la persona más afortunada por su estilo de vida, Yami o él?
Mitca le dio la espalda a Yami mientras caminaban por las calles, fuera del aeropuerto.
Ella, al igual que Mitca, estaba pensando como nunca lo había hecho en su vida. Por un lado se encontraba con el problema que tenía en frente… ¿Cómo se suponía que regresaría a casa? Estaba del otro lado del mundo. Y también estaba la pregunta de ¿por qué la buscaba el jefe de Mitca? ¿Qué problema tenía con ella? Nunca había jugado güija siquiera, hasta antes de eso ni siquiera pensaba en la existencia de demonios… Pero ahí estaba, con el karma seguramente confundiéndola con alguna persona muy mala, porque ella no se merecía aquello.
Yami estaba pensando en la posibilidad de escaparse mientras Mitca le daba la espalda de esa manera tan distraída, pero no tenía dinero ni a dónde ir, tampoco tenía idea de italiano.
Las cosas para ella definitivamente eran complicadas… y empezaba a cansarse del silencio de su acompañante.
—¿Adónde se supone que vamos? —le preguntó a Mitca, quien tenía la mirada aparentemente ausente en algún lugar de la calle.
—A un hotel —contestó él secamente, sin hacer ademán de continuar con la conversación.
Yami se quedó pensando un momento. ¿A un hotel? Se paró en mitad de la calle y miró a Mitca con recelo. Él, al darse cuenta de que la chica no avanzaba se giró en redondo para encontrarla parada poniendo cara de confusión.
—¿Cómo que a un hotel? —preguntó Yami.
—Tú has dormido mucho, pero yo no, así que necesito ir a un hotel para recuperar energías —dijo Mitca, en un tono de voz muy obvio, como si le hablara a un retrasado mental.
—¿Duermes? —preguntó Yami, muy sorprendida.
—¿Qué clase de pregunta estúpida es esa?
—No sé por qué pensé que no dormías —dijo Yami, medio divertida ante su propia estupidez. No sabía muy bien por qué había supuesto aquello. Es que Mitca me recuerda un poco a los vampiros… pensó, al observar la piel pálida del chico. Ahora que lo notaba, tenía unas ojeras profundas y marcadas debajo de los ojos. ¿Desde hacía cuánto que Mitca no dormía? La respuesta era muy simple: desde que le habían encomendado encontrar a Yami.
Ahora que la había encontrado y sabía que tenía aún tiempo de sobra para entregarla, podría descansar tranquilamente… o no tanto, tomando en cuenta que aún tenía que vigilarla, pero ¿por qué no simplemente iba y la dejaba en el portal de una vez? ¿Qué no era eso más fácil?
Llegaron a un hostal pequeño que no tenía muy buena pinta, pero que serviría para las intenciones de Mitca.
Yami observaba todo con los ojos de aquellos que sólo han vivido una realidad.
—¿Vamos a dormir en este lugar? —le preguntó a Mitca con cara de asco, al ver pasar en el piso de la recepción una cucaracha.
—¿Piensas dormir más? —dijo Mitca sorprendido de que ella pudiera dormir aún más.
—No realmente… —contestó Yami, una vez que lo pensó bien.
Había dormido en clase de historia, en su casa, en el viaje en moto, en el avión… Y de tanto dormir ya no tenía ni idea del tiempo. Seguramente habría horas de diferencia de donde estaba en ese momento a Los Ángeles.
—¿Qué hora es? —preguntó de repente.
Mitca no le prestó atención, estaba negociando con el encargado del hostal, pero Yami era ligeramente impertinente, además de que no tenía por qué ser ignorada cuando había sido llevada hasta ahí prácticamente a la fuerza.
—¡Dije qué hora es! —gritó.
Mitca se giró a verla, molesto.
—¡No grites, mocosa! ¿Qué no ves que estoy ocupado?
—No me trates como una niña. ¿Cuántos años tienes tú como para hablarme de esa manera?
—Más que tú, así que cierra el pico mientras hago negocios —cortó Mitca, después volvió a sus pláticas en italiano con el hombre que negaba ser el dueño del lugar, y que decía que no podía bajar el precio de la habitación, porque sería despedido.
Mitca, discretamente, sacó de debajo de su playera un cuchillo y se lo mostró al sujeto.
Sei sicuro che non si può abbassare il prezzo? —susurró Mitca con su voz de terciopelo.
Entonces el hombre en seguida mostró una cálida sonrisa y le entregó unas llaves a Mitca.
Grazie —dijo Mitca, después se dio la vuelta y tomó a la furibunda Yami por el codo—. Camina.
—¿Ahora sí puedes decirme la jodida hora?
—¿Qué horario quieres, el de aquí o el de Los Ángeles?
—Los Ángeles —contestó Yami, enojada, pero resignándose a que necesitaba de Mitca hasta que pudiera conseguir algo de dinero para escapar.
—Seguramente son las diez de la mañana.
—Mi padre me va a matar —dijo Yami, poniéndose una mano en la frente.
—Si alguien te va a matar, dudo que sea tu padre quien lo haga, niña —dijo Mitca.
—¿Podrías dejar de llamarme “niña”? Tengo un nombre.
—No llamo a mis víctimas por su nombre para no encariñarme con ellas —dijo Mitca—, ya que por lo general no las vuelvo a ver una vez que se las doy al jefe.
Yami tragó saliva al escuchar eso.
—¿Por qué —dijo con la voz fallándole—? ¿Qué les hace tu jefe?
Mitca le sonrió de una manera muy aterradora, y Yami sintió que le fallaban las piernas.
Finalmente, después de recorrer algunos pasillos, llegaron a una habitación pequeña y maloliente, que tenía la pintura blanca de las paredes descarapelada, y mostraba manchas de humedad.
Mitca cerró la puerta con seguro y se guardó la llave en el bolsillo del pantalón, después botó la mochila en el suelo y se dejó caer sobre una de las dos camas individuales que se encontraban en la habitación.
Yami sólo se quedó parada, observando el escenario con cara de asco.
—¿Puedo ir al baño? —preguntó.
No obtuvo otra respuesta por parte de Mitca más que ligeros ronquidos, así que se acercó para observarlo. Se había quedado profundamente dormido.
¿Será esta mi oportunidad…? pensó Yami. Alargó el brazo hasta el bolsillo donde vio que Mitca había metido las llaves, y empezó a sacarlas con mucho cuidado, pero repentinamente la mano del chico la detuvo en medio de su asalto.
—Ni lo sueñes, mocosa —dijo, sin abrir los ojos siquiera.
Yami suspiró y se sentó en la otra cama.
—¿Por lo menos puedo ir al baño y llamar a casa? —preguntó Yami, con los hombros caídos.
—Haz lo que quieras, sólo déjame dormir —contestó Mitca, se dio la vuelta en la cama y volvieron a escucharse ligeros ronquidos.
Lo que quiero es regresar a casa…
Yami se levantó de la cama y fue al baño. La habitación apestaba, pero estaba perfumada a comparación del hedor del baño. La chica hizo lo que tenía que hacer y salió allí tan pronto como hubo terminado de lavar sus manos y su cara.
Se sentó de nuevo en la cama y descolgó el teléfono que estaba sobre la mesita de noche. Marcó el número de su casa, pero nadie contestó. Lo intentó por tres veces más, hasta que finalmente, justo antes de que colgara para rendirse, habló por el auricular la agitada vos de Ricky.
—¿Diga?
—¡Ricky! —gritó Yami, pero se tapó la boca en seguida, recordando que el malhumorado de Mitca estaba durmiendo.
—¡Yami! ¡Santo cielo! ¿Dónde te has metido? ¿Estás bien? Ya hemos llamado a la policía y van a pasar la noticia de que estás desaparecida por los noticieros del país y…
—¡Silencio —lo interrumpió Yami, tratando de pensar en qué era lo que trataba de lograr con aquella llamada—! ¿Dónde está papá?
—En la estación de policía —respondió el chico.
—¿Y Ethan?
—Está en la computadora tratando de investigar al tipo que te secuestró, pero aunque Mitca es un nombre bastante raro existen muchísimos ¿sabes? —comentó el pequeño niño.
—Comunícame a Ethan por favor, Ricky —dijo Yami, estresada.
—Espera —dijo Ricky. Así lo hizo Yami y pronto escuchó como su hermano mayor tomaba el teléfono.
—¿Yami? —dijo la voz de este, preocupado.
—Ethan —contestó Yami, con las lágrimas brotándole por los ojos.
—¿Dónde estás? La policía te ha estado buscando pero…
—Estoy en Roma —lo interrumpió Yami.
—¡En Roma! ¡¿Cómo has llegado hasta allá?! —gritó Ethan.
—Tengo miedo, Ethan. ¡Este tipo hizo volar una motocicleta!
Después de haber dicho eso, Yami no escuchó más que silencio en el teléfono.
—¿Te drogó, Yami? —preguntó Ethan.
—No, no me ha dado nada. Te estoy diciendo la verdad —dijo la chica.
—Yami ¿dónde estás exactamente? —preguntó Ethan, ahora incluso más ansioso y preocupado.
—¿Exactamente…? No lo sé.
—¿Alguna referencia?
—Estoy en algún hostal de mala muerte que queda cerca del aeropuerto.
—¿Está ese tipo contigo?
—Sí, está dormido.
—OK, escucha bien lo que te digo. Trata de quedarte dónde estás, voy a hablarle a papá y a la policía. No te preocupes, hermana, todo va a estar bien.
—¿Ethan? —dijo Yami, antes de que su hermano colgara el teléfono.
—¿Qué ocurre?
—En caso de que algo me pase, quiero que le digas a Ricky que en realidad lo amo, y que estoy orgullosa de sus calificaciones —dijo Yami, echándose a llorar.
Ethan no pudo evitar echarse a reír ante lo que podrían ser las últimas palabras de su hermana.
—Díselo tú misma cuando vuelvas a casa…

Mientras dormía, Mitca tuvo un sueño muy extraño, en donde era perseguido por nephilim.
Los nephilim eran desde siempre los enemigos de los demonios, humanos con sangre de ángeles que habían sido creados con el propósito de proteger la tierra de la maldad de los demonios, y aunque de verdad existían y Mitca sí había luchado con ellos, hacía dos años que no había tenido noticias de un solo nephilim. Ellos eran el opuesto de los servidores del infierno.
En su sueño Mitca corría en el infierno —un lugar que había visitado una vez—, a lado de uno de los tantos caminos llenos de fuego y escombros. Los cielos eran rojos, como de un atardecer permanente.
—¡No huyas, maldito cobarde! —gritaba el tipo detrás de él, con el cabello rubio y el rostro como el de un ángel. Ese era por lo general el aspecto de los nephilim, hermosos como ángeles.
Mitca no respondía y seguía escapando. Esto sí que es un sueño… pensaba Mitca mientras veía la escena. Si no lo fuera ya me habría dado la vuelta y le habría partido la cara a ese tipo.
Pero en ese momento Mitca se dio cuenta de que no estaba solo. En brazos tenía a una chica. Yami.
¡Un momento! ¿Qué hago yo con esa mocosa en brazos? ¡Suéltala en este momento, Mitca! ¡Suéltala! Se gritó Mitca a sí mismo, enojado por estar posiblemente protegiendo a aquella chica.
Y de pronto, el nephilim no era el único que lo perseguía, sino también todo un ejército de demonios que intentaban alcanzarlo.
El Mitca del sueño ponía cara de dolor al ver el rostro de Yami mientras dormía, después murmuraba unas palabras en una lengua extraña, que sólo los demonios y los invocadores podía entender.
¿Qué hace…? Preguntó la voz mental de Mitca, sin esperar realmente respuesta, aunque una parte de su mente ya se estaba temiendo qué era lo que el Mitca de su sueño invocaba.
Su sospecha fue confirmada al ver salir de su espalda, rompiendo su ropa y su piel, unas alas negras, correosas y retorcidas, como de murciélago.
¡No! Yo nunca permití ese tipo de transformaciones físicas en mí… ¡¿Por qué…?! Mi alma ahora… mi alma… la voz mental de Mitca fue perdiendo potencia mientras se desvanecía el sueño. Todo se volvió negro y pronto Mitca estuvo sumido en total oscuridad.

Despertó aturdido y empapado en sudor. Se levantó de la cama y miró alrededor, el cuarto estaba sumido en tinieblas, pero Mitca podía ver en la oscuridad. Desde el día anterior él había dormido por más de doce horas sin parar y Yami, por increíble que parezca, estaba dormida.
Mitca la miró con despreció. ¿Cómo era posible que en su sueño hubiera preferido salvarla a ella a salvar su propia alma?
—Por favor, Mitca. ¿De verdad crees que tu alma se va a salvar con el sólo hecho de evitar ese tipo de intercambios? Has hecho todo tipo de pecados, y si Dios existe y es juez, no creo que te permita poner un pie en su corte —dijo de repente una voz que provenía de la ventana, que estaba cubierta por una cortina.
Mitca ya conocía esa voz, y al correr la cortina se encontró con una mujer hermosa y curvilínea, de ojos verdes y cabello castaño oscuro ondulado hasta la cintura.
—Eva… —murmuró Mitca, con un extraño tono de voz que expresaba pasión y dolor.
—¿Aún no entregas a la chica? ¿Qué estás esperando Mitca? ¿Acaso quieres protegerla como en tu sueño?—dijo Eva, mientras a su tacto los barrotes de la ventana se hacían metal caliente y le permitían el paso al cuarto. Ella también tenía habilidades.
—¿Cómo sabes tú de mi misión? —preguntó Mitca, receloso, aunque aún con ese extraño tono de voz.
—¡Mitca, ya sabes que entre los demonios los chismes vuelan —contestó Eva, mientras paseaba por el cuarto hasta llegar al interruptor de la luz—! Es importante para el jefe, así que será mejor que no falles…
—¿Para qué la quiere? —preguntó Mitca, repentinamente curioso.
Eva lo miró alzando las cejas de su hermosa cara, primero con incredulidad, y después con burla.
—Mitca… ¿no me digas que…? Años haciendo esto con demonios y humanos, pero a la primera niña bonita que se te pasa como víctima ¿y ya estás dudando de cumplir las órdenes?
—No seas estúpida, es curiosidad. No me gusta y no tengo idea de por qué soñé eso… Creo que más bien tú has estado jugando con mi mente —la acusó Mitca.
La mujer se acercó a él con paso gatuno, hasta quedar alejada tan sólo unos cuantos centímetros de su rostro. Le acarició la mejilla con una mano, haciendo a Mitca soltar un suspiro sin querer.
—Me alegra, porque ya sabes que soy muy celosa…
—No tendrías por qué estar celosa de mí, entre nosotros hace años que ya no hay nada.
—Si tú quieres puede haber algo —incitó Eva, bajando su mano por el cuello de Mitca.
El chico respiró profundo y se alejó un paso de ella.
—Mejor vete, Eva.
Ella soltó una carcajada ligera, pero asintió. Se fue hasta la ventana y volvió a cerrar los barrotes con su tacto demoniaco.
—Tú te lo pierdes —dijo, con voz provocativa, antes de irse.
Mitca se sentó en la cama y apoyó los codos sobre las rodillas. Se talló la cara con las manos y suspiró.
—Te extraño, Lucy…
—¿Quién es Lucy?
Yami se había despertado y miraba a Mitca con ojos curiosos.
—¿Desde cuándo estás despierta?
—Desde hace como tres segundos —respondió Yami confundida.
—Ya veo…
—¿Quién es Lucy? —repitió la chica, mientras se sentaba en la cama.
—Eso no es algo que te incumba.
—Tienes razón —dijo Yami, ofendida, así que cambió de tema—. Tengo hambre.
—¿En serio? Pensé que lo único que necesitabas para vivir era dormir.
—Pues no, necesito comer, y es tu deber como secuestrador el alimentar a tus víctimas.
—No soy un secuestrador.
—Pero yo sí soy tu víctima.
—Pues lo lamento, pero no hay comida aquí —dijo Mitca, señalando la habitación casi vacía.
—¿Y por qué no vas a buscar algo de comer? —sugirió Yami.
—Porque no tengo hambre —contestó Mitca, secamente.
—Anda, anda, anda, anda… —pidió Yami, siendo de lo más desesperante, y a Mitca de por sí le dolía la cabeza.
—¡Ya cállate! Está bien, voy a comprar algo…
—Gracias —dijo Yami, con una gran sonrisa.
—Como sea…
Mitca salió del cuarto y cerró la puerta con llave. Caminó hasta la recepción contando la monedas que iba a utilizar para comprarle algo a la chica, pero justo antes de llegar, vio a un grupo de cinco policías hablando con el recepcionista, mostrándole una foto de Yami. El tipo asintió y señaló el pasillo por donde se llegaba a su habitación, y al voltear los policías se encontraron con Mitca.
—Mierda —murmuró Mitca mientras echaba a correr de regreso al cuarto.
Los policías inmediatamente lo siguieron
Entró al cuarto de forma abrupta, sorprendiendo a Yami.
—¿Y mi comida?
—¡Maldita mocosa! —gritó Mitca, cerrando la puerta detrás de sí con llave. No tardó mucho en escuchar golpes fuertes en la puerta.
¡Aprire la porta! ¡Abran la puerta, es la policía! —gritaron las voces de los policías con acento italiano.
A Yami se le iluminó el rostro.
—¡Vinieron a rescatarme! ¡Aquí estoy! —gritó la chica, acercándose a la puerta, pero Mitca la detuvo.
—¿Creíste que iba a ser tan fácil? —le dijo Mitca, echándose a reír para mostrar seguridad, aunque lo cierto es que sí le había complicado la vida.
Tomó la mochila del suelo y luego a la chica, rodeándole el cuello con el brazo. Esperó a que la policía decidiera tirar la puerta abajo. No tardaron más de treinta segundos y al entrar se encontraron con un cuchillo amenazando con enterrarse en el cuello de la chica, que tenía la cara más asustada que había puesto en toda su vida.
—Tiren sus armas y aléjense de la puerta o le enterraré el cuchillo en el cuello —amenazó Mitca, mirando a los policías con ojos que petrificaban.
Los policías no hicieron lo que pedía en seguida, así que Mitca rasguñó un poco el cuello de Yami con el filo del cuchillo. Ella agitó su respiración al sentir el dolor.
Entonces los policías obedecieron a las indicaciones de Mitca. Dejaron sus armas en el suelo y se alejaron de la puerta. Mitca se acercó hasta la puerta y empezó a caminar por el pasillo, sin darle la espalda un segundo a los policías.
—¿Qué es lo que pide a cambio de la chica? —preguntó uno de los hombres, tratando de negociar.
—No hay intercambios —dijo Mitca, entonces cargó a Yami y salió corriendo del lugar a una velocidad impresionante.
Los policías recuperaron sus armas del suelo y empezaron a perseguirlo. Mitca creyó que ya estaba salvado, pero afuera del hostal lo esperaban diez patrullas.
—¡Mierda! ¡Al menos se está poniendo interesante! —gritó mientras se echaba a reír.
Corrió con Yami en brazos, saltando las patrullas que lo arrinconaban. Escuchó un par de disparos que no lo alcanzaron, y luego un grito.
—¡No disparen, trae a Yami con él! —Yami reconoció esa voz. ¡Su padre estaba ahí!
Se removió como pudo en los brazos de Mitca, buscando a su padre con la mirada.
—¡Papá! —gritó.
Mitca era veloz. Corrió media calle en lo que los policías se metían a sus patrullas y empezaban a perseguirlo. Se paró en frente de un auto que se detuvo para no atropellarlo. El conductor se bajó y empezó a gritarle palabrotas en italiano a Mitca, y este aprovechó para robarle el auto. Aventó a Yami en el asiento del copiloto y comenzó a escapar de las patrullas, que lo seguían de cerca.
—¡Por favor, detente! —le rogó Yami, pero él no podía aunque quisiera.
Mitca condujo audazmente entre las calles nocturnas, perdiendo poco a poco a los policías. Yami no hizo más que llorar de frustración.
Estuvo tan cerca… pensaba la chica.
Finalmente, cuando estuvo fuera de peligro, Mitca estacionó el auto en un callejón oscuro y se echó a reír. Yami lo miró con odio.
—Sí que me has hecho las cosas más divertidas de lo que había pensado —dijo Mitca.
Yami no contestó, sólo cruzó los brazos sobre el pecho y miró por la ventanilla el callejón oscuro. Mitca respiró profundo para recuperar el aliento y después bajó del auto, lo rodeó y le abrió la puerta a Yami.
—¿No tenías hambre? Vamos a comer.
—¿No tenías hambre? Vamos a comer —remedó Yami a Mitca, imitando su tono de voz de una forma tan pobre que Mitca no pudo más que echarse a reír.
—Anda, niña —la tomó de la muñeca y la jaló fuera del auto.
Yami se dejó arrastrar a regañadientes.
Mitca entró a un restaurant-bar de veinticuatro horas y se sentó en la barra, obligando a Yami  a hacer lo mismo. La gente se les quedaba mirando con caras de sorpresa y preocupación, pues aunque Mitca venía pasable, Yami tenía el uniforme un poco sucio y ensangrentado gracias a la cortada de su cuello. A ella ya se le empezaba a bajar el enojo, y no podía estar callada por mucho tiempo.
—Yo quiero una coca y una hamburguesa —le dijo a Mitca.
—Mira, y yo que pensé que te había comido la lengua el gato —dijo Mitca, echándose a reír.
Yami le hizo una mueca, pero no le contestó, en lugar de eso preguntó.
—Tu nombre es Mitca ¿verdad?
—Así me dicen —respondió el chico, después de haberle ordenado los platillos al mesero del bar.
—¿Qué significa?
—“Amabilidad” —respondió Mitca, viendo a Yami a los ojos y dedicándole una mirada divertida.
—No he escuchado ninguna ironía más grande que esa —comentó Yami, dándole un sorbo a su refresco en cuanto el mesero lo depositó en frente de ella.
—Sí, eso dicen… Pero no es mi verdadero nombre, sólo es mi apodo —dijo Mitca, también tomando un sorbo de su bebida.
—¿Entonces cómo te llamas? —preguntó Yami confundida.
—Joseph East —respondió Mitca.
Yami levantó una ceja y luego se echó a reír.
—Como que no te queda —comentó.
—Pues me gusta más “Joseph” que “Yami” —dijo Mitca, ligeramente ofendido.
—Yo no he dicho que me guste mi nombre —dijo Yami, parando sus risas abruptamente y mirándolo con ojos entrecerrados.
—¿Y qué significa Yami?
—Algo así como “maldad” u “oscuridad” —respondió ella, recargando su cabeza sobre la mano.
—¿Qué clase de padres le ponen así a su hija? —preguntó Mitca, confundido.
—Mi papá está loco, dijo que me nombró así porque suena tierno, a pesar del significado —respondió Yami, dándole otro sorbo al refresco.
Mitca lo pensó unos segundos. Ya-mi… dijo mentalmente.
—Sí, quizá suena tierno —comentó Mitca—, pero aún así es un nombre raro.
—Pues Mitca también es raro —sentenció Yami.
—OK, a mano.
Llegó la comida y la conversación cesó de momento. Una vez que acabaron de comer, Mitca decidió que ya no había más motivo para hacer esperar la entrega del pedido de su jefe, así que, ya cuando iba amaneciendo, se encaminó hasta el portal demoniaco, con Yami siguiéndolo de cerca.
—¿Adónde vamos ahora? —preguntó la chica.
—Vamos a entregarte de una vez —contestó Mitca fríamente. Algo en su interior seguía molestándole.
Yami se detuvo abruptamente y miró a Mitca con cara de susto.
—Ay, no.
—Lo siento, pero no pudo aplazarlo más —dijo Mitca, tomándola de la muñeca y empezando a arrastrarla consigo.
—Pero pensé que nos habíamos vuelto amigos —dijo Yami, con la voz quebrándosele. Tenía muchísimo miedo, y no era para menos, pues Mitca la estaba llevando con un Grigori.
Por contradictorio que pareciese, los Grigori eran los ángeles que habían mezclado su sangre con humanos, los ángeles caídos que habían creado la raza de los nephilim. Sin embargo, a pesar de que los nephilim protegían, los Grigori, al ser ángeles caídos, por algo habrían de haber sido expulsados de cielo ¿no?
La deuda de los Chan era mucho menor que la de los East, sin embargo, Yami seguramente habría preferido pagarla como lo hacía Mitca, y ya vería por qué…

Llegaron al portal demoniaco, una capilla que tenía pinta de abandonada desde hacía mucho tiempo. Mitca había tenido que cargar a Yami, ya que a esta se le habían congelado las piernas.
—¡Y yo que confié en que eras bueno! —chillaba Yami.
—Jamás te di motivos para creer eso —replicó Mitca, mientras la dejaba en el suelo cuando al fin llegaron al interior.
Mitca recitó unas palabras en una lengua extraña para invocar al demonio para el que había trabajado.
Yami estaba a punto de echarse a correr, pero cuando se levantó, alrededor de ellos se encendió un círculo de llamas. Estaba atrapada.
—Mitca —dijo la desgarrada voz del anciano en cuanto apareció—, veo que has cumplido a tiempo. Empezaba a preocuparme… —el anciano se echó a reír.
—Yo nunca fallo, jefe —dijo Mitca en una voz muy seria—. Me preguntaba… ¿qué es lo que piensa hacer con la chica?
—Sólo hay dos cosas que se pueden hacer con una virgen, Mitca, y ambas las sabes. Yo también tengo un jefe, que me dará algo importante… es él quien requiere a la chiquilla… después de eso, un alma no vendría de más para el infierno —contestó el servidor del Grigori.
Yami se echó a llorar, y sólo dejó de hacerlo cuando sintió como se empezaba a hundir en el suelo que se suponía era de concreto. Miró hacia abajo y vio llamas que la devoraban, pero no la quemaban. Mitca miró la escena horrorizado.
Las dos cosas que se hacían con las vírgenes eran quitarles o la sangre o la virginidad.
Un segundo después de que el suelo se tragó a Yami, la habitación volvió a quedarse casi en penumbras, sólo iluminada por los rayos del sol que empezaban a nacer en el horizonte. La recompensa que el demonio le había prometido a Mitca no había sido especificada, pero a Mitca no le importaba, pues se sentía cada vez peor al recordar la cara de Yami al hundirse en las llamas del infierno.
—Maldita sea ¿desde cuándo tengo moral? —se preguntó a sí mismo Mitca, y un segundo después estaba recitando conjuros, aquellos conjuros que lo llevarían al infierno…

Yami perdió el conocimiento al entrar en contacto con la atmósfera caliente del infierno, y al despertar se encontraba acostada en un pedestal de piedra, rodeada por sombras. Ella en realidad no estaba donde sus ojos se lo mostraban, sino sobre un sofá en un lujoso cuarto, en alguno de aquellos lugares que sólo tenían reservados los demonios que llamaban al infierno “hogar”. La chica empezó a gritar. Estaba despierta, pero sus ojos sólo le mostraban una pesadilla, pues para los mortales y sus almas eso era el infierno, un lugar en el que vivirían sus pesadillas.
El servidor del Grigori tocó la puerta del cuarto del demonio mayor.
—¿Quién toca la puerta?
—Lut, señor, le he traído a la chica —respondió el servidor.
El Grigori salió del cuarto y miró a la muchacha gritando y retorciéndose en el sofá. Sonrió y después miró a Lut. Le ofreció la mano y el servidor la tomó, recuperando con ese apretón fuerza vital y rejuveneciendo.
—Puedes retirarte, Lut, y espero que esto te haya servido de lección para no volverme a robar jamás —advirtió el Grigori.
—Por supuesto, señor, mis más humildes disculpas. Me retiro ya —y dicho esto, el demonio menor salió del cuarto corriendo.
—Finalmente… —murmuró el demonio, acercándose a Yami con paso lento—. Al fin regresará a mí lo que tanto me ha faltado…

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continuará...

2 comentarios:

Lyan R. dijo...

Bueno, me leí la intro y dos capis, y debo dejar de leer, porque debo hacer bocetos para un trabajo del instituto, pero bueno, te diré que me gustó tu historia, y oficialmente estas dentro de Other World... (^.^)

Ale Gorriz dijo...

:O que genial!!!! gracias :'3


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