lunes, 22 de agosto de 2011

Capítulo 9.- Protección


—Gracias por todo, espero que tengamos la oportunidad de volvernos a ver —esas fueron las palabras de Yami, mientras abrazaba a Guzel. El abuelo Cong se había despedido en el estudio con pocas palabras. En realidad era un hombre ermitaño.
—Yo también deseo que nos volvamos a ver, y espero que sea en un futuro en el que estés sana y salva, mi niña —dijo la anciana, acariciando el rostro de su bisnieta—. No sé si viva suficiente para saber del momento en el que quedes libre, pero de ser posible lo veré desde el cielo.
Yami sonrió con pesar y se alejó de Guzel.
—Adiós.
—Hasta la vista —corrigió Guzel guiñándole un ojo—. Nick, cuida bien de Yami que para eso te pago.
Nikolai asintió y dio media vuelta. Y así, el grupo de viajeros empezó a caminar hacia un destino, como siempre, incierto.
—¿Ya tienes una idea de hacia dónde se dirigen? —le preguntó Mitca a Eva. El chico tenía cara de pocos amigos en ese momento, y daba un poco de miedo dirigirle la palabra. Yami sospechaba que era porque no quería rescatar a Mike, Eva creía que era porque la compañía de Nick le resultaba irritante (igual que a ella), y Cedar simplemente creía que se había quedado con ganas después de lo que había pasado con Yami.
Posiblemente el demonio era el más cercano a la verdad.
—Parecen ir en dirección a Australia —contestó Eva después de haber cerrado los ojos un momento.
—Supongo que vamos hacia el aeropuerto… de nuevo —murmuró Yami. Estaba cansada de tantos viajes. Lo que más tenía ganas de hacer en esos momentos, era regresar a casa. Por alguna razón la despedida con Guzel la había dejado nostálgica.
Mitca miró a la chica con el rabillo del ojo, y suspiró. Se lo pensó como por diez segundos antes de acercársele y rodearle los hombros con el brazo, siempre evitando el contacto visual.
—No tienes por qué tener una cara tan larga, aún no pasa nada malo. Si tu amiguito estuviera muerto Eva ya no podría sentir su esencia.
Yami miró a Mitca algo sorprendida y se le quedó observando por un buen rato sin decir nada, así que Mitca tuvo que mirar hacia abajo para verle el rostro. Parecía divertida.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó malhumorado.
—Tú. ¿De verdad piensas consolarme poniendo una cara como la que traes en estos momentos? —le dijo Yami, conteniendo una risita.
Mitca gruñó y miró hacia otra dirección.
¿Y de quién es la culpa de que traiga esta cara…?

Ya en el avión, todos se acomodaron para un vuelo de casi once horas y sin escalas, con dirección hacia Sídney. Viajaban en asientos de clase turista, y la escena que se observaba en el avión era de lo más divertida. Por un lado, estaban Eva, Cedar y Nick. Eva en medio de estos dos.
—Así que… Eva. ¿Por qué estás acompañando a Yami en su travesía? —preguntó Nick con aire seductor.
Eva puso los ojos en blanco y suspiró.
—No te incumbe —respondió.
—Difícil… eso me gusta —dijo Nick, guiñándole un ojo.
Cedar ya había aguantado suficiente del coqueteo del tipo, desde que estaban en la casa Chan. Sabía que Eva disfrutaba de su espacio y por eso se abstenía de meterse, pero se empezaba a hartar. Después de todo, todo aquel que pusiera de mal humor a su Eva, merecía la muerte.
—Y dime, Eva… —continuó Nick.
—Bueno, ya fue suficiente ¿no? “Eva, esto… Eva, aquello…”. ¡Déjala en paz de una maldita vez! —explotó Cedar mirándolo con ojos rojos.
Nick entrecerró los ojos y lo observó con ira, y Eva sorprendida.
—Lo que pase entre mi querida Eva y yo, es entre Eva y yo. No te entrometas, enano.
—¡¿Enano?! Te voy a mostrar quien es el enano —Cedar empezó a transformarse, pero Eva lo miró abriendo mucho los ojos, advirtiéndole que estaban en un lugar público y que, de hecho, muchas personas los estaban observando.
—¿Algún problema? —preguntó de repente la azafata.
Nick volteó a verla y le sonrió en seguida.
—Oh no, ningún problema señorita, perdone el disturbio.
La azafata le sonrió coqueta y asintió, para después irse. Nick volvió la vista a Cedar nuevamente.
—Deja de molestar a Eva —susurró Cedar amenazante—, o te las verás conmigo.
—Quiero ver eso…
Y Eva, suspiró y se talló las sienes, tratando de aguantar a sus admiradores.
Por el otro lado, Yami miraba somnolienta a través de la ventana. Mitca y ella habían quedado en asientos contiguos, de hecho el asiento de la ventana era originalmente de Mitca, pero se lo había ofrecido amablemente a Yami. ¿Quién lo hubiera dicho?
—¿Tienes sueño? —le preguntó a la chica.
—Sí. No dormí mucho anoche —respondió girando la vista hacia Mitca.
—Yo tampoco —dijo él, sonriéndole a Yami y haciendo que esta se ruborizara—. Estuve pensando mucho.
—¿Sí? ¿En qué pensabas? —preguntó Yami, tratando de tranquilizarse.
—Pues… cosas —dijo Mitca encogiéndose de hombros.
—¿Cosas? No puedes ser más específico —invitó Yami. Mitca se quedó callado, pero conservó la sonrisa en la cara.
—La curiosidad mató al gato, Yami —dijo, levantando las cejas.
—¿Insinúas que soy metiche? —contestó Yami ofendida—. Hoy fuiste tú el que dijo que los amigos se cuentan sus secretos —acusó.
Mitca se echó a reír.
—Ah sí, eso de ser amigos… No tengo muchos amigos ¿sabes? De hecho mi única amiga es Eva.
—¿Y yo? —preguntó Yami haciendo un puchero con los labios.
—Bueno, sí, ahora tú también —Mitca se echó a reír de nuevo, después se quedó serio y pensativo y luego, una vez más, volvió a sonreír con picardía— Me pregunto… ¿qué más dije que hacían los amigos?
—Pues, dijiste que me animarías cuando estuviera triste —dijo Yami, recordando las palabras de Mitca.
—¿Te he animado? —preguntó el chico.
—Hm… sí, creo que sí —contestó Yami sonriendo.
—Bien, ¿qué más dije?
—Dijiste… —Yami miró a través de la ventana para esconder su rubor ante los recuerdos—…, dijiste que me abrazarías de vez en cuando.
De pronto sintió el brazo de Mitca pasar sobre sus hombros y estrecharla hacia su costado. Tragó saliva y tuvo que reprimir una risita nerviosa.
—¿Qué más dije? —preguntó Mitca, divirtiéndose de nuevo con las reacciones de Yami. Sí, le gustaba (le encantaba) ponerla nerviosa.
—D-dijiste… que… dejarías de m-molestarme tanto —dijo Yami, con el corazón latiéndole rápido en el pecho.
—Ah, es verdad —dijo Mitca en tono inocente, como si no lo recordara—, pero tú había dicho que te gustaba que te molestara ¿no?
—No exactamente —respondió Yami—, pero algo por el estilo.
—Pero antes no éramos amigos ¿verdad? Yo a mis amigos los molesto de una manera un poquito diferente —le susurró Mitca en el oído.
—¿E-en s-serio? —preguntó Yami, mientras un escalofrío le recorría la espalda gracias al cosquilleo que el aliento de Mitca había dejado en su cuello después de susurrar en su oído.
—Sí… ¿quieres ver cómo puedo molestarte?
Mitca rozó con su nariz el cuello de Yami, y ella sólo pudo cerrar los ojos con fuerza y tratar de no empezar a temblar.
—Pues… t-tengo algo de c-curiosidad —respondió, tratando de elegir palabras que no delataran lo tentadora que resultaba la oferta de Mitca… o más que la oferta, la forma en que la estaba proponiendo.
—Entonces…
Pasajeros, estamos a punto de experimentar turbulencias. Por favor, no se alarmen —dijo la voz de una azafata en el altavoz.
—Entonces te lo mostraré en otro momento —dijo Mitca, dándole un suave beso a Yami en la mejilla y volviendo a sentarse correctamente en su lugar.
Yami giró su cabeza para verlo. Se había puesto los audífonos de un iPod que no había ocupado nunca antes. Había cerrado los ojos, pero conservaba una sonrisa burlona en su cara.
Y Yami, por supuesto, se había quedado muy tentada. Entrecerró los ojos y miró a Mitca con irritación.
Ya entendí de qué manera molestas a tus amigos… pensó Yami.
Dejándolos con las ganas… completó Mitca, sin saberlo, el pensamiento de Yami.



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Capítulo en proceso de escritura...

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