viernes, 25 de marzo de 2011

Capítulo 2.- Cruzando el portal infernal

Cruzando el portal infernal

Eran las siete de la noche en Roma cuando finalmente llegaron. El aeropuerto no estaba tan saturado de gente como lo esperaba Yami, por lo cual no pudo escapar de Mitca.
Las circunstancias, sin embargo, se habían inclinado ligeramente a su favor. Ella no tenía idea del impacto que habían tenido sus preguntas en Mitca, en la mente de quien resonaban constantemente las palabras “¿Y no puedes negarte?”.
Mitca seguía con eso en la cabeza, porque no conocía a nadie en la familia que se hubiera negado a realizar el trabajo, quizá con todos los que ya lo realizaban él no significaría mucha diferencia si decidía ya no hacerlo más. Por otro lado también empezaba a cuestionarse si realmente le gustaba hacer lo que hacía… ¿o sería sólo porque le habían enseñado a amarlo?
Le quedaban aún tres días para entregar a Yami. Estaba cansado y necesitaba pensar, así que decidió que dormirían en un hotel e irían hasta el portal infernal hasta el anochecer del día siguiente. Hacía tiempo que Mitca no hacía otra cosa que trabajar para sus jefes y quería un respiro.
La última vez que había actuado como persona normal había sido a los catorce… y no había vivido mucho entonces, casi al igual que Yami, sólo que lleno de entrenamientos de combate, invocaciones, armas —humanas y demoniacas— y apenas un poco de vida escolar. ¿Quién sería la persona más afortunada por su estilo de vida, Yami o él?
Mitca le dio la espalda a Yami mientras caminaban por las calles, fuera del aeropuerto.
Ella, al igual que Mitca, estaba pensando como nunca lo había hecho en su vida. Por un lado se encontraba con el problema que tenía en frente… ¿Cómo se suponía que regresaría a casa? Estaba del otro lado del mundo. Y también estaba la pregunta de ¿por qué la buscaba el jefe de Mitca? ¿Qué problema tenía con ella? Nunca había jugado güija siquiera, hasta antes de eso ni siquiera pensaba en la existencia de demonios… Pero ahí estaba, con el karma seguramente confundiéndola con alguna persona muy mala, porque ella no se merecía aquello.
Yami estaba pensando en la posibilidad de escaparse mientras Mitca le daba la espalda de esa manera tan distraída, pero no tenía dinero ni a dónde ir, tampoco tenía idea de italiano.
Las cosas para ella definitivamente eran complicadas… y empezaba a cansarse del silencio de su acompañante.
—¿Adónde se supone que vamos? —le preguntó a Mitca, quien tenía la mirada aparentemente ausente en algún lugar de la calle.
—A un hotel —contestó él secamente, sin hacer ademán de continuar con la conversación.
Yami se quedó pensando un momento. ¿A un hotel? Se paró en mitad de la calle y miró a Mitca con recelo. Él, al darse cuenta de que la chica no avanzaba se giró en redondo para encontrarla parada poniendo cara de confusión.
—¿Cómo que a un hotel? —preguntó Yami.
—Tú has dormido mucho, pero yo no, así que necesito ir a un hotel para recuperar energías —dijo Mitca, en un tono de voz muy obvio, como si le hablara a un retrasado mental.
—¿Duermes? —preguntó Yami, muy sorprendida.
—¿Qué clase de pregunta estúpida es esa?
—No sé por qué pensé que no dormías —dijo Yami, medio divertida ante su propia estupidez. No sabía muy bien por qué había supuesto aquello. Es que Mitca me recuerda un poco a los vampiros… pensó, al observar la piel pálida del chico. Ahora que lo notaba, tenía unas ojeras profundas y marcadas debajo de los ojos. ¿Desde hacía cuánto que Mitca no dormía? La respuesta era muy simple: desde que le habían encomendado encontrar a Yami.
Ahora que la había encontrado y sabía que tenía aún tiempo de sobra para entregarla, podría descansar tranquilamente… o no tanto, tomando en cuenta que aún tenía que vigilarla, pero ¿por qué no simplemente iba y la dejaba en el portal de una vez? ¿Qué no era eso más fácil?
Llegaron a un hostal pequeño que no tenía muy buena pinta, pero que serviría para las intenciones de Mitca.
Yami observaba todo con los ojos de aquellos que sólo han vivido una realidad.
—¿Vamos a dormir en este lugar? —le preguntó a Mitca con cara de asco, al ver pasar en el piso de la recepción una cucaracha.
—¿Piensas dormir más? —dijo Mitca sorprendido de que ella pudiera dormir aún más.
—No realmente… —contestó Yami, una vez que lo pensó bien.
Había dormido en clase de historia, en su casa, en el viaje en moto, en el avión… Y de tanto dormir ya no tenía ni idea del tiempo. Seguramente habría horas de diferencia de donde estaba en ese momento a Los Ángeles.
—¿Qué hora es? —preguntó de repente.
Mitca no le prestó atención, estaba negociando con el encargado del hostal, pero Yami era ligeramente impertinente, además de que no tenía por qué ser ignorada cuando había sido llevada hasta ahí prácticamente a la fuerza.
—¡Dije qué hora es! —gritó.
Mitca se giró a verla, molesto.
—¡No grites, mocosa! ¿Qué no ves que estoy ocupado?
—No me trates como una niña. ¿Cuántos años tienes tú como para hablarme de esa manera?
—Más que tú, así que cierra el pico mientras hago negocios —cortó Mitca, después volvió a sus pláticas en italiano con el hombre que negaba ser el dueño del lugar, y que decía que no podía bajar el precio de la habitación, porque sería despedido.
Mitca, discretamente, sacó de debajo de su playera un cuchillo y se lo mostró al sujeto.
Sei sicuro che non si può abbassare il prezzo? —susurró Mitca con su voz de terciopelo.
Entonces el hombre en seguida mostró una cálida sonrisa y le entregó unas llaves a Mitca.
Grazie —dijo Mitca, después se dio la vuelta y tomó a la furibunda Yami por el codo—. Camina.
—¿Ahora sí puedes decirme la jodida hora?
—¿Qué horario quieres, el de aquí o el de Los Ángeles?
—Los Ángeles —contestó Yami, enojada, pero resignándose a que necesitaba de Mitca hasta que pudiera conseguir algo de dinero para escapar.
—Seguramente son las diez de la mañana.
—Mi padre me va a matar —dijo Yami, poniéndose una mano en la frente.
—Si alguien te va a matar, dudo que sea tu padre quien lo haga, niña —dijo Mitca.
—¿Podrías dejar de llamarme “niña”? Tengo un nombre.
—No llamo a mis víctimas por su nombre para no encariñarme con ellas —dijo Mitca—, ya que por lo general no las vuelvo a ver una vez que se las doy al jefe.
Yami tragó saliva al escuchar eso.
—¿Por qué —dijo con la voz fallándole—? ¿Qué les hace tu jefe?
Mitca le sonrió de una manera muy aterradora, y Yami sintió que le fallaban las piernas.
Finalmente, después de recorrer algunos pasillos, llegaron a una habitación pequeña y maloliente, que tenía la pintura blanca de las paredes descarapelada, y mostraba manchas de humedad.
Mitca cerró la puerta con seguro y se guardó la llave en el bolsillo del pantalón, después botó la mochila en el suelo y se dejó caer sobre una de las dos camas individuales que se encontraban en la habitación.
Yami sólo se quedó parada, observando el escenario con cara de asco.
—¿Puedo ir al baño? —preguntó.
No obtuvo otra respuesta por parte de Mitca más que ligeros ronquidos, así que se acercó para observarlo. Se había quedado profundamente dormido.
¿Será esta mi oportunidad…? pensó Yami. Alargó el brazo hasta el bolsillo donde vio que Mitca había metido las llaves, y empezó a sacarlas con mucho cuidado, pero repentinamente la mano del chico la detuvo en medio de su asalto.
—Ni lo sueñes, mocosa —dijo, sin abrir los ojos siquiera.
Yami suspiró y se sentó en la otra cama.
—¿Por lo menos puedo ir al baño y llamar a casa? —preguntó Yami, con los hombros caídos.
—Haz lo que quieras, sólo déjame dormir —contestó Mitca, se dio la vuelta en la cama y volvieron a escucharse ligeros ronquidos.
Lo que quiero es regresar a casa…
Yami se levantó de la cama y fue al baño. La habitación apestaba, pero estaba perfumada a comparación del hedor del baño. La chica hizo lo que tenía que hacer y salió allí tan pronto como hubo terminado de lavar sus manos y su cara.
Se sentó de nuevo en la cama y descolgó el teléfono que estaba sobre la mesita de noche. Marcó el número de su casa, pero nadie contestó. Lo intentó por tres veces más, hasta que finalmente, justo antes de que colgara para rendirse, habló por el auricular la agitada vos de Ricky.
—¿Diga?
—¡Ricky! —gritó Yami, pero se tapó la boca en seguida, recordando que el malhumorado de Mitca estaba durmiendo.
—¡Yami! ¡Santo cielo! ¿Dónde te has metido? ¿Estás bien? Ya hemos llamado a la policía y van a pasar la noticia de que estás desaparecida por los noticieros del país y…
—¡Silencio —lo interrumpió Yami, tratando de pensar en qué era lo que trataba de lograr con aquella llamada—! ¿Dónde está papá?
—En la estación de policía —respondió el chico.
—¿Y Ethan?
—Está en la computadora tratando de investigar al tipo que te secuestró, pero aunque Mitca es un nombre bastante raro existen muchísimos ¿sabes? —comentó el pequeño niño.
—Comunícame a Ethan por favor, Ricky —dijo Yami, estresada.
—Espera —dijo Ricky. Así lo hizo Yami y pronto escuchó como su hermano mayor tomaba el teléfono.
—¿Yami? —dijo la voz de este, preocupado.
—Ethan —contestó Yami, con las lágrimas brotándole por los ojos.
—¿Dónde estás? La policía te ha estado buscando pero…
—Estoy en Roma —lo interrumpió Yami.
—¡En Roma! ¡¿Cómo has llegado hasta allá?! —gritó Ethan.
—Tengo miedo, Ethan. ¡Este tipo hizo volar una motocicleta!
Después de haber dicho eso, Yami no escuchó más que silencio en el teléfono.
—¿Te drogó, Yami? —preguntó Ethan.
—No, no me ha dado nada. Te estoy diciendo la verdad —dijo la chica.
—Yami ¿dónde estás exactamente? —preguntó Ethan, ahora incluso más ansioso y preocupado.
—¿Exactamente…? No lo sé.
—¿Alguna referencia?
—Estoy en algún hostal de mala muerte que queda cerca del aeropuerto.
—¿Está ese tipo contigo?
—Sí, está dormido.
—OK, escucha bien lo que te digo. Trata de quedarte dónde estás, voy a hablarle a papá y a la policía. No te preocupes, hermana, todo va a estar bien.
—¿Ethan? —dijo Yami, antes de que su hermano colgara el teléfono.
—¿Qué ocurre?
—En caso de que algo me pase, quiero que le digas a Ricky que en realidad lo amo, y que estoy orgullosa de sus calificaciones —dijo Yami, echándose a llorar.
Ethan no pudo evitar echarse a reír ante lo que podrían ser las últimas palabras de su hermana.
—Díselo tú misma cuando vuelvas a casa…

Mientras dormía, Mitca tuvo un sueño muy extraño, en donde era perseguido por nephilim.
Los nephilim eran desde siempre los enemigos de los demonios, humanos con sangre de ángeles que habían sido creados con el propósito de proteger la tierra de la maldad de los demonios, y aunque de verdad existían y Mitca sí había luchado con ellos, hacía dos años que no había tenido noticias de un solo nephilim. Ellos eran el opuesto de los servidores del infierno.
En su sueño Mitca corría en el infierno —un lugar que había visitado una vez—, a lado de uno de los tantos caminos llenos de fuego y escombros. Los cielos eran rojos, como de un atardecer permanente.
—¡No huyas, maldito cobarde! —gritaba el tipo detrás de él, con el cabello rubio y el rostro como el de un ángel. Ese era por lo general el aspecto de los nephilim, hermosos como ángeles.
Mitca no respondía y seguía escapando. Esto sí que es un sueño… pensaba Mitca mientras veía la escena. Si no lo fuera ya me habría dado la vuelta y le habría partido la cara a ese tipo.
Pero en ese momento Mitca se dio cuenta de que no estaba solo. En brazos tenía a una chica. Yami.
¡Un momento! ¿Qué hago yo con esa mocosa en brazos? ¡Suéltala en este momento, Mitca! ¡Suéltala! Se gritó Mitca a sí mismo, enojado por estar posiblemente protegiendo a aquella chica.
Y de pronto, el nephilim no era el único que lo perseguía, sino también todo un ejército de demonios que intentaban alcanzarlo.
El Mitca del sueño ponía cara de dolor al ver el rostro de Yami mientras dormía, después murmuraba unas palabras en una lengua extraña, que sólo los demonios y los invocadores podía entender.
¿Qué hace…? Preguntó la voz mental de Mitca, sin esperar realmente respuesta, aunque una parte de su mente ya se estaba temiendo qué era lo que el Mitca de su sueño invocaba.
Su sospecha fue confirmada al ver salir de su espalda, rompiendo su ropa y su piel, unas alas negras, correosas y retorcidas, como de murciélago.
¡No! Yo nunca permití ese tipo de transformaciones físicas en mí… ¡¿Por qué…?! Mi alma ahora… mi alma… la voz mental de Mitca fue perdiendo potencia mientras se desvanecía el sueño. Todo se volvió negro y pronto Mitca estuvo sumido en total oscuridad.

Despertó aturdido y empapado en sudor. Se levantó de la cama y miró alrededor, el cuarto estaba sumido en tinieblas, pero Mitca podía ver en la oscuridad. Desde el día anterior él había dormido por más de doce horas sin parar y Yami, por increíble que parezca, estaba dormida.
Mitca la miró con despreció. ¿Cómo era posible que en su sueño hubiera preferido salvarla a ella a salvar su propia alma?
—Por favor, Mitca. ¿De verdad crees que tu alma se va a salvar con el sólo hecho de evitar ese tipo de intercambios? Has hecho todo tipo de pecados, y si Dios existe y es juez, no creo que te permita poner un pie en su corte —dijo de repente una voz que provenía de la ventana, que estaba cubierta por una cortina.
Mitca ya conocía esa voz, y al correr la cortina se encontró con una mujer hermosa y curvilínea, de ojos verdes y cabello castaño oscuro ondulado hasta la cintura.
—Eva… —murmuró Mitca, con un extraño tono de voz que expresaba pasión y dolor.
—¿Aún no entregas a la chica? ¿Qué estás esperando Mitca? ¿Acaso quieres protegerla como en tu sueño?—dijo Eva, mientras a su tacto los barrotes de la ventana se hacían metal caliente y le permitían el paso al cuarto. Ella también tenía habilidades.
—¿Cómo sabes tú de mi misión? —preguntó Mitca, receloso, aunque aún con ese extraño tono de voz.
—¡Mitca, ya sabes que entre los demonios los chismes vuelan —contestó Eva, mientras paseaba por el cuarto hasta llegar al interruptor de la luz—! Es importante para el jefe, así que será mejor que no falles…
—¿Para qué la quiere? —preguntó Mitca, repentinamente curioso.
Eva lo miró alzando las cejas de su hermosa cara, primero con incredulidad, y después con burla.
—Mitca… ¿no me digas que…? Años haciendo esto con demonios y humanos, pero a la primera niña bonita que se te pasa como víctima ¿y ya estás dudando de cumplir las órdenes?
—No seas estúpida, es curiosidad. No me gusta y no tengo idea de por qué soñé eso… Creo que más bien tú has estado jugando con mi mente —la acusó Mitca.
La mujer se acercó a él con paso gatuno, hasta quedar alejada tan sólo unos cuantos centímetros de su rostro. Le acarició la mejilla con una mano, haciendo a Mitca soltar un suspiro sin querer.
—Me alegra, porque ya sabes que soy muy celosa…
—No tendrías por qué estar celosa de mí, entre nosotros hace años que ya no hay nada.
—Si tú quieres puede haber algo —incitó Eva, bajando su mano por el cuello de Mitca.
El chico respiró profundo y se alejó un paso de ella.
—Mejor vete, Eva.
Ella soltó una carcajada ligera, pero asintió. Se fue hasta la ventana y volvió a cerrar los barrotes con su tacto demoniaco.
—Tú te lo pierdes —dijo, con voz provocativa, antes de irse.
Mitca se sentó en la cama y apoyó los codos sobre las rodillas. Se talló la cara con las manos y suspiró.
—Te extraño, Lucy…
—¿Quién es Lucy?
Yami se había despertado y miraba a Mitca con ojos curiosos.
—¿Desde cuándo estás despierta?
—Desde hace como tres segundos —respondió Yami confundida.
—Ya veo…
—¿Quién es Lucy? —repitió la chica, mientras se sentaba en la cama.
—Eso no es algo que te incumba.
—Tienes razón —dijo Yami, ofendida, así que cambió de tema—. Tengo hambre.
—¿En serio? Pensé que lo único que necesitabas para vivir era dormir.
—Pues no, necesito comer, y es tu deber como secuestrador el alimentar a tus víctimas.
—No soy un secuestrador.
—Pero yo sí soy tu víctima.
—Pues lo lamento, pero no hay comida aquí —dijo Mitca, señalando la habitación casi vacía.
—¿Y por qué no vas a buscar algo de comer? —sugirió Yami.
—Porque no tengo hambre —contestó Mitca, secamente.
—Anda, anda, anda, anda… —pidió Yami, siendo de lo más desesperante, y a Mitca de por sí le dolía la cabeza.
—¡Ya cállate! Está bien, voy a comprar algo…
—Gracias —dijo Yami, con una gran sonrisa.
—Como sea…
Mitca salió del cuarto y cerró la puerta con llave. Caminó hasta la recepción contando la monedas que iba a utilizar para comprarle algo a la chica, pero justo antes de llegar, vio a un grupo de cinco policías hablando con el recepcionista, mostrándole una foto de Yami. El tipo asintió y señaló el pasillo por donde se llegaba a su habitación, y al voltear los policías se encontraron con Mitca.
—Mierda —murmuró Mitca mientras echaba a correr de regreso al cuarto.
Los policías inmediatamente lo siguieron
Entró al cuarto de forma abrupta, sorprendiendo a Yami.
—¿Y mi comida?
—¡Maldita mocosa! —gritó Mitca, cerrando la puerta detrás de sí con llave. No tardó mucho en escuchar golpes fuertes en la puerta.
¡Aprire la porta! ¡Abran la puerta, es la policía! —gritaron las voces de los policías con acento italiano.
A Yami se le iluminó el rostro.
—¡Vinieron a rescatarme! ¡Aquí estoy! —gritó la chica, acercándose a la puerta, pero Mitca la detuvo.
—¿Creíste que iba a ser tan fácil? —le dijo Mitca, echándose a reír para mostrar seguridad, aunque lo cierto es que sí le había complicado la vida.
Tomó la mochila del suelo y luego a la chica, rodeándole el cuello con el brazo. Esperó a que la policía decidiera tirar la puerta abajo. No tardaron más de treinta segundos y al entrar se encontraron con un cuchillo amenazando con enterrarse en el cuello de la chica, que tenía la cara más asustada que había puesto en toda su vida.
—Tiren sus armas y aléjense de la puerta o le enterraré el cuchillo en el cuello —amenazó Mitca, mirando a los policías con ojos que petrificaban.
Los policías no hicieron lo que pedía en seguida, así que Mitca rasguñó un poco el cuello de Yami con el filo del cuchillo. Ella agitó su respiración al sentir el dolor.
Entonces los policías obedecieron a las indicaciones de Mitca. Dejaron sus armas en el suelo y se alejaron de la puerta. Mitca se acercó hasta la puerta y empezó a caminar por el pasillo, sin darle la espalda un segundo a los policías.
—¿Qué es lo que pide a cambio de la chica? —preguntó uno de los hombres, tratando de negociar.
—No hay intercambios —dijo Mitca, entonces cargó a Yami y salió corriendo del lugar a una velocidad impresionante.
Los policías recuperaron sus armas del suelo y empezaron a perseguirlo. Mitca creyó que ya estaba salvado, pero afuera del hostal lo esperaban diez patrullas.
—¡Mierda! ¡Al menos se está poniendo interesante! —gritó mientras se echaba a reír.
Corrió con Yami en brazos, saltando las patrullas que lo arrinconaban. Escuchó un par de disparos que no lo alcanzaron, y luego un grito.
—¡No disparen, trae a Yami con él! —Yami reconoció esa voz. ¡Su padre estaba ahí!
Se removió como pudo en los brazos de Mitca, buscando a su padre con la mirada.
—¡Papá! —gritó.
Mitca era veloz. Corrió media calle en lo que los policías se metían a sus patrullas y empezaban a perseguirlo. Se paró en frente de un auto que se detuvo para no atropellarlo. El conductor se bajó y empezó a gritarle palabrotas en italiano a Mitca, y este aprovechó para robarle el auto. Aventó a Yami en el asiento del copiloto y comenzó a escapar de las patrullas, que lo seguían de cerca.
—¡Por favor, detente! —le rogó Yami, pero él no podía aunque quisiera.
Mitca condujo audazmente entre las calles nocturnas, perdiendo poco a poco a los policías. Yami no hizo más que llorar de frustración.
Estuvo tan cerca… pensaba la chica.
Finalmente, cuando estuvo fuera de peligro, Mitca estacionó el auto en un callejón oscuro y se echó a reír. Yami lo miró con odio.
—Sí que me has hecho las cosas más divertidas de lo que había pensado —dijo Mitca.
Yami no contestó, sólo cruzó los brazos sobre el pecho y miró por la ventanilla el callejón oscuro. Mitca respiró profundo para recuperar el aliento y después bajó del auto, lo rodeó y le abrió la puerta a Yami.
—¿No tenías hambre? Vamos a comer.
—¿No tenías hambre? Vamos a comer —remedó Yami a Mitca, imitando su tono de voz de una forma tan pobre que Mitca no pudo más que echarse a reír.
—Anda, niña —la tomó de la muñeca y la jaló fuera del auto.
Yami se dejó arrastrar a regañadientes.
Mitca entró a un restaurant-bar de veinticuatro horas y se sentó en la barra, obligando a Yami  a hacer lo mismo. La gente se les quedaba mirando con caras de sorpresa y preocupación, pues aunque Mitca venía pasable, Yami tenía el uniforme un poco sucio y ensangrentado gracias a la cortada de su cuello. A ella ya se le empezaba a bajar el enojo, y no podía estar callada por mucho tiempo.
—Yo quiero una coca y una hamburguesa —le dijo a Mitca.
—Mira, y yo que pensé que te había comido la lengua el gato —dijo Mitca, echándose a reír.
Yami le hizo una mueca, pero no le contestó, en lugar de eso preguntó.
—Tu nombre es Mitca ¿verdad?
—Así me dicen —respondió el chico, después de haberle ordenado los platillos al mesero del bar.
—¿Qué significa?
—“Amabilidad” —respondió Mitca, viendo a Yami a los ojos y dedicándole una mirada divertida.
—No he escuchado ninguna ironía más grande que esa —comentó Yami, dándole un sorbo a su refresco en cuanto el mesero lo depositó en frente de ella.
—Sí, eso dicen… Pero no es mi verdadero nombre, sólo es mi apodo —dijo Mitca, también tomando un sorbo de su bebida.
—¿Entonces cómo te llamas? —preguntó Yami confundida.
—Joseph East —respondió Mitca.
Yami levantó una ceja y luego se echó a reír.
—Como que no te queda —comentó.
—Pues me gusta más “Joseph” que “Yami” —dijo Mitca, ligeramente ofendido.
—Yo no he dicho que me guste mi nombre —dijo Yami, parando sus risas abruptamente y mirándolo con ojos entrecerrados.
—¿Y qué significa Yami?
—Algo así como “maldad” u “oscuridad” —respondió ella, recargando su cabeza sobre la mano.
—¿Qué clase de padres le ponen así a su hija? —preguntó Mitca, confundido.
—Mi papá está loco, dijo que me nombró así porque suena tierno, a pesar del significado —respondió Yami, dándole otro sorbo al refresco.
Mitca lo pensó unos segundos. Ya-mi… dijo mentalmente.
—Sí, quizá suena tierno —comentó Mitca—, pero aún así es un nombre raro.
—Pues Mitca también es raro —sentenció Yami.
—OK, a mano.
Llegó la comida y la conversación cesó de momento. Una vez que acabaron de comer, Mitca decidió que ya no había más motivo para hacer esperar la entrega del pedido de su jefe, así que, ya cuando iba amaneciendo, se encaminó hasta el portal demoniaco, con Yami siguiéndolo de cerca.
—¿Adónde vamos ahora? —preguntó la chica.
—Vamos a entregarte de una vez —contestó Mitca fríamente. Algo en su interior seguía molestándole.
Yami se detuvo abruptamente y miró a Mitca con cara de susto.
—Ay, no.
—Lo siento, pero no pudo aplazarlo más —dijo Mitca, tomándola de la muñeca y empezando a arrastrarla consigo.
—Pero pensé que nos habíamos vuelto amigos —dijo Yami, con la voz quebrándosele. Tenía muchísimo miedo, y no era para menos, pues Mitca la estaba llevando con un Grigori.
Por contradictorio que pareciese, los Grigori eran los ángeles que habían mezclado su sangre con humanos, los ángeles caídos que habían creado la raza de los nephilim. Sin embargo, a pesar de que los nephilim protegían, los Grigori, al ser ángeles caídos, por algo habrían de haber sido expulsados de cielo ¿no?
La deuda de los Chan era mucho menor que la de los East, sin embargo, Yami seguramente habría preferido pagarla como lo hacía Mitca, y ya vería por qué…

Llegaron al portal demoniaco, una capilla que tenía pinta de abandonada desde hacía mucho tiempo. Mitca había tenido que cargar a Yami, ya que a esta se le habían congelado las piernas.
—¡Y yo que confié en que eras bueno! —chillaba Yami.
—Jamás te di motivos para creer eso —replicó Mitca, mientras la dejaba en el suelo cuando al fin llegaron al interior.
Mitca recitó unas palabras en una lengua extraña para invocar al demonio para el que había trabajado.
Yami estaba a punto de echarse a correr, pero cuando se levantó, alrededor de ellos se encendió un círculo de llamas. Estaba atrapada.
—Mitca —dijo la desgarrada voz del anciano en cuanto apareció—, veo que has cumplido a tiempo. Empezaba a preocuparme… —el anciano se echó a reír.
—Yo nunca fallo, jefe —dijo Mitca en una voz muy seria—. Me preguntaba… ¿qué es lo que piensa hacer con la chica?
—Sólo hay dos cosas que se pueden hacer con una virgen, Mitca, y ambas las sabes. Yo también tengo un jefe, que me dará algo importante… es él quien requiere a la chiquilla… después de eso, un alma no vendría de más para el infierno —contestó el servidor del Grigori.
Yami se echó a llorar, y sólo dejó de hacerlo cuando sintió como se empezaba a hundir en el suelo que se suponía era de concreto. Miró hacia abajo y vio llamas que la devoraban, pero no la quemaban. Mitca miró la escena horrorizado.
Las dos cosas que se hacían con las vírgenes eran quitarles o la sangre o la virginidad.
Un segundo después de que el suelo se tragó a Yami, la habitación volvió a quedarse casi en penumbras, sólo iluminada por los rayos del sol que empezaban a nacer en el horizonte. La recompensa que el demonio le había prometido a Mitca no había sido especificada, pero a Mitca no le importaba, pues se sentía cada vez peor al recordar la cara de Yami al hundirse en las llamas del infierno.
—Maldita sea ¿desde cuándo tengo moral? —se preguntó a sí mismo Mitca, y un segundo después estaba recitando conjuros, aquellos conjuros que lo llevarían al infierno…

Yami perdió el conocimiento al entrar en contacto con la atmósfera caliente del infierno, y al despertar se encontraba acostada en un pedestal de piedra, rodeada por sombras. Ella en realidad no estaba donde sus ojos se lo mostraban, sino sobre un sofá en un lujoso cuarto, en alguno de aquellos lugares que sólo tenían reservados los demonios que llamaban al infierno “hogar”. La chica empezó a gritar. Estaba despierta, pero sus ojos sólo le mostraban una pesadilla, pues para los mortales y sus almas eso era el infierno, un lugar en el que vivirían sus pesadillas.
El servidor del Grigori tocó la puerta del cuarto del demonio mayor.
—¿Quién toca la puerta?
—Lut, señor, le he traído a la chica —respondió el servidor.
El Grigori salió del cuarto y miró a la muchacha gritando y retorciéndose en el sofá. Sonrió y después miró a Lut. Le ofreció la mano y el servidor la tomó, recuperando con ese apretón fuerza vital y rejuveneciendo.
—Puedes retirarte, Lut, y espero que esto te haya servido de lección para no volverme a robar jamás —advirtió el Grigori.
—Por supuesto, señor, mis más humildes disculpas. Me retiro ya —y dicho esto, el demonio menor salió del cuarto corriendo.
—Finalmente… —murmuró el demonio, acercándose a Yami con paso lento—. Al fin regresará a mí lo que tanto me ha faltado…

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continuará...

miércoles, 16 de marzo de 2011

Capítulo 1.- Las presentaciones

 
Las presentaciones

Yami estaba profundamente dormida en clase de historia. El profesor no se había dado cuenta, pues ella siempre se sentaba en los lugares de atrás.
—Yami… —la llamó en susurros su amiga, tratando de despertarla. Estaba en el lugar junto a la ventana, la suave brisa que entraba le acariciaba la piel, arrullándola, pero su amiga era insistente, pues tenía algo que mostrarle, así que le movió el hombro con la mano, aún tratando de despertarla—. Yami, despierta. ¡Mira quién acaba de entrar al salón!
—Disculpe, pero ¿no sabe usted dónde está la oficina del director? —preguntó amablemente el chico que acababa de interrumpir la clase, alto y de pelo negro, con ojos de un azul frío.
—¡Yami! —insistió Cristi, ahora que el profesor le empezaba a dar indicaciones al chico para que pudiera llegar hasta la oficina del director.
Yami, de un sueño muy pesado, finalmente reaccionó sorprendida, y se levantó apresuradamente, limpiándose con la manga de su suéter el pequeño hilo de baba que se había escurrido por su mejilla mientras dormía.
—¡Setenta y ocho “x” cuadrada! —gritó sin pensar.
Todos la observaron, incluyendo al chico que estaba aún escuchando las indicaciones del profesor. Su amiga se pegó en la frente con la mano mientras negaba con la cabeza, y ella se puso roja de vergüenza.
—Este… yo quiero decir ¿en 1978? —se corrigió Yami, al ver al profesor de historia.
Todos se echaron a reír, menos ella, Cristi, el profesor y el chico que aún estaba de pie debajo del umbral de la puerta.
—Señorita Chan —dijo el profesor, irritado—, esta es la novena vez que se queda dormida en mi clase. ¿Acaso no duerme bien? ¿Es necesario que llame a sus padres para que vigilen su sueño?
—¡Oh, no! No se preocupe por mí —le dijo Yami al profesor con nerviosismo.
—Hablaremos después de clase, señorita Chan —entonces se dio media vuelta y siguió dándole enredadas explicaciones al chico.
En el salón de clase empezaron a nacer conversaciones mientras el profesor estaba distraído.
—Yami, eres una idiota —reprochaba Cristi.
—Si alguien no me hubiera despertado no habría pasado esto —contestó Yami, mirando a Cristi con los ojos entrecerrados.
—¡Te desperté por algo! ¿Ya viste al chico con el que habla el profesor? —Cristi señaló al muchacho, con una sonrisa pícara dibujada en los labios.
Yami observó a la persona que Cristi señalaba. El chico le pareció apuesto, sin embargo no algo por lo cual valiera la pena despertarse. Estaba harta de los hombres, en su familia no tenía más que primos, hermanos y tíos. Las únicas mujeres de la familia resultaban ser sus tías políticas y su madre, y no convivía con ninguna porque todas, menos su tía Catherine, estaban divorciadas de los hombres de la familia Chan, por lo cual se veía obligada a vivir en una casa rodeada por sus dos hermanos —uno mayor y uno menor— y su padre, el cual era un mujeriego, al igual que sus tíos.
—¿Me despertaste por un chico? —preguntó Yami, exasperada.
—¡Es guapísimo! —contestó Cristi, sorprendida ante la reacción de su amiga.
Yami respiró profundo y cerró los ojos, tratando de contenerse para no ahorcar a Cristi.
—¡Hey, Yami! ¿Soñando con matemáticas? —preguntó de pronto Mike, uno de los amigos de Yami que disfrutaba con molestarla siempre que podía.
—Mike, ve a molestar a alguien más, ya tengo suficiente con Cristi —dijo Yami, recargándose de nuevo sobre su banca en una posición que mostraba claramente sus intenciones de volverse a dormir. Yami nunca aprendía la lección…
—¿Te vas a volver a dormir? —preguntó Cristi, anonadada ante la acción de su amiga.
—Sí —contestó Yami, sin voltear a verla siquiera. Estaba enfadada porque la había despertado.
El profesor finalmente terminó de hablar con el chico de los ojos azules y se dispuso a continuar con la clase, pero justo en ese momento la campana sonó, marcando el final del periodo. Yami no había logrado concebir el sueño en tan corto tiempo, así que en seguida se levantó y comenzó a guardar sus cosas.
—Lamento la interrupción, pueden retirarse —dijo el profesor a los alumnos que ya estaban más que listos para irse. Yami se había apresurado para salir a escondidas, pero el profesor la pilló en la puerta—. ¿Adónde cree que va, señorita Chan?
—Maldita sea —susurró Yami, cerrando los ojos como si así pudiera esconderse.
—Por favor, tome asiento —dijo el profesor con aire parsimonioso, mientras él hacía lo propio en la silla detrás de su escritorio—. Esto se ha repetido en muchas ocasiones y creo que es tiempo de ponerle un alto.
—Lo siento mucho, profesor. Verá, lo que sucede es que el profesor de matemáticas deja mucha tarea, y me desvelo haciéndola —mintió Yami.
—¿Entonces me recomienda que hable con el maestro y le indique que le deje menos tarea? —dijo el profesor.
—No, no es necesario. Intentaré terminar la tarea más temprano, se lo prometo —dijo Yami, con una gran sonrisa, tratando de convencer al profesor.
—Eso espero, señorita Chan, porque si esto se repite tendré que llamar a sus padres para que puedan ayudarme a solucionar este asunto —sentenció el profesor, mientras tomaba del escritorio su portafolio y se levantaba del asiento—. Ya puede irse.
Yami suspiró y salió corriendo del salón de clase para alcanzar a sus hermanos, que estaban en la misma escuela.
—¡Hey, espérenme! —les gritó, al verlos caminando hacia la salida de la escuela.
—¿Por qué te demoraste? —le preguntó su hermano menor, Ricky.
—El profesor de historia me descubrió durmiendo en su clase, pero todo fue por culpa de Cristi —se quejó Yami, mientras caminaban juntos hasta la parada del bus.
—Si no te desvelaras en frente de la computadora, no te dormirías en clases… y a todo esto ¿qué se supone que haces en las noches? —preguntó el hermano mayor con sospecha, Ethan.
—No hago nada, me duermo a las doce máximo, es sólo que la clase de historia es aburrida a más no poder. ¿Qué esperan que haga?
—Que prestes atención —respondió Ricky bajito.
—Tú no estás en la mejor posición para decir eso, mocoso —dijo Yami infantilmente, enseñándole la lengua a su hermanito.
—Discúlpame, pero mis notas y mi comportamiento en la escuela son perfectas —dijo el niño ofendido.
—¿Ah, sí? Entonces educación física no es una materia ¿verdad? —dijo Yami, utilizando el punto débil de su hermanito para hacerlo enfadar.
—Sí lo es, la materia de los idiotas —respondió Ricky, sin mostrar una pizca de enojo a su hermana mayor.
Yami, al no observar la reacción deseada, hizo una rabieta silenciosa y lo ignoró. Ethan sólo rió silenciosamente.
El autobús llegó y los llevó a casa. Su padre no se encontraba en el hogar durante las tardes, siempre estaba trabajando, y por las noches llegaba hasta tarde, ya que le gustaba salir con muchas mujeres.
La vida de los jóvenes Chan era tranquila y rutinaria. Ricky llegaba a casa y hacía los deberes, Ethan preparaba la comida, se iba a practicar basquetbol y por la noche llegaba a hacer su tarea, y Yami era la menos aplicada, siempre llegaba a ver la televisión y jugar online, se saltaba la comida hasta que le daba hambre y hacía la tarea hasta muy noche o no la hacía.
—¿No te cansas de ver caricaturas? —preguntó Ricky, quien adoraba reprocharle a su hermana cosas que le reprocharían a los niños. Por ser el menor estaba ligeramente acomplejado—. Tienes dieciséis años…
—No, me encanta Bob Esponja, y jamás dejaré de verlo, ni aunque tenga cincuenta años —contestó Yami, sin voltear a mirar a su hermanito.
—No me niego a que veas Bob Esponja, pero ese episodio lo han repetido como quinientas veces…
—Bueno, ese es mi problema ¿no? —cortó Yami, decidida a ignorarlo si se empeñaba en seguir.
Ricky suspiró, molesto, aunque no se lo haría ver a su hermana, pues sabía que si se enojaba, ella quedaría satisfecha, además de que en realidad no era su problema si ella veía episodios repetidos de Bob Esponja o no.
—Sólo déjala ser, Richard —le dijo Ethan, quien ya había puesto la mesa con los tres platos, a pesar de que sabía que su hermana iría a comer cuando ya estuviera todo frío—. Ya ven a comer.
Así, el día transcurrió de manera normal. Ethan se fue a su práctica de básquet, Ricky subió a su cuarto y se encerró en su mundo de tareas y libros y Yami se quedó abajo en la sala, viendo la televisión acostada en el sofá, se quedó dormida después de dos horas de ver la tele sin parar…

Era de noche cuando sonó el timbre de la casa. Los focos estaban apagados y lo único que iluminaba la sala era la luz proveniente del televisor encendido. Yami despertó hasta el décimo timbrazo y Ricky ya había bajado las escaleras al notar que su hermana no parecía tener en sus planes el abrir la puerta.
—¿Quién es? —preguntó Yami con pereza al ver a Ricky pasar por la sala en dirección a la puerta.
—¿Acaso ya abrí la puerta? —replicó Ricky, justo un momento antes de girar la perilla de la puerta de madera y ver al visitante.
Levantó una ceja confundido al encontrarse con un joven alto, totalmente vestido de negro, que no había visto en toda su vida.
—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Ricky, de manera no muy amable, pero diplomática.
—Sí, me preguntaba si sabes tú quién es esta chica —dijo el muchacho que estaba en la puerta con una voz muy amable, alargando el brazo hacia Ricky para entregarle una fotografía que mostraba a una chica de lacio cabello de color castaño claro, ojos miel y bonita sonrisa.
—¿Yami? —dijo el niño automáticamente al ver la fotografía.
—¿Sí? —preguntó Yami desde la sala al escuchar la mención de su nombre.
—Te busca un chico… —dijo Ricky, viendo al muchacho con cara de interrogación.
—Mitca —dijo él, con una sonrisa.
A Ricky no le daba muy buena espina. Tenía puesta una chaqueta de cuero negra y sobre el cuello de su camisa sobresalía lo que parecía ser una pequeña parte del diseño de un tatuaje.
—¿Un chico? —Yami se levantó del sofá y caminó hasta la puerta. Fue grande su sorpresa al encontrarse con el chico que había visto ese mismo día en su escuela, el chico por el cual Cristi la había despertado—. ¿Quién eres tú?
—Mi nombre es Mitca —repitió el joven—, y he venido a buscarte.
—¿A mí?—preguntó Yami, con los ojos abiertos como platos por la sorpresa—. Oye, lo lamento, pero yo no te conozco…
—Lo sé —cortó él, aún mostrando una sonrisa—, pero no es necesario que me conozcas, vendrás conmigo.
—¿Qué —dijo Ricky, ahora hablando por su hermana—? Oye, no sé quién eres, pero Yami no va a ningún lado…
—No hables por mí, mocoso arrogante —le dijo molesta a su hermano, que siempre actuaba como si fuera mayor que ella, después miró a Mitca—. Y tú, no iré contigo a ningún lado.
—¿Qué está pasando aquí? —dijo de repente la voz de Ethan, que venía llegando de su práctica de básquet.
—Este tipo se quiere llevar a Yami —acusó Ricky a Mitca, señalándolo con el dedo índice.
—¿Te quieres llevar a mi hermana —dijo Ethan, frunciendo el entrecejo al tiempo que una sonrisa divertida se extendía por su rostro—? Si quieres llévatela, pero no sirve para nada, y te advierto que tiene muy mal carácter…
—¡Estúpido Ethan, eso no es cierto! —gritó Yami al escuchar a su hermano mayor.
—Nunca haces otra cosa que dormir y perder el tiempo —dijo Ricky, asintiendo.
—Tú no hables, maldito enano, que sólo eres un sabelotodo arrogante —dijo Yami, dirigiéndose a Ricky.
—Ethan ¿estás escuchando cómo me habla? —dijo Ricky, hablándole en tono adulto a su hermano mayor, con quien siempre trataba de quedar bien.
—Yami, no actúes de forma infantil… —dijo Ethan.
Al parecer los tres hermanos ya se habían olvidado de la presencia de Mitca, en frente de quien estaban discutiendo…
—¡El único infantil aquí es Ricky! Siempre trata de hacerse el adulto para quedar bien contigo…
—Tengo mejores notas…
—¡A nadie le importan tus estúpidas calificaciones!
—El que a ti no te importen porque no sacas más de ocho no significa que a nadie le importen —dijo Ethan.
—¿Y tú te pones de su lado?
—Por supuesto que está de mi lado, ambos coincidimos en que tú eres una zopenca que no sirve para nada —dijo Ricky, sonriendo de forma burlona al ver que tenía a Yami, junto con Ethan, a punto de explotar.
—Pues no me importa lo que piensen unos inmaduros como ustedes —dijo Yami, levantando el cuello e irguiéndose para aparentar altura, aunque apenas medía un metro cincuenta y cuatro.
—Sí, como sea —dijo Ethan, dando por terminada la discusión con su hermana menor. En ese momento posó sus ojos de nuevo en el individuo que presenciaba en silencio la escena, Mitca, quien estaba con las cejas levantadas y las manos en los bolsillos.
Al darse cuenta de que estaba siendo observado por Ethan, sólo repitió:
—Vine a buscar a Yami.
—Mi hermana no irá a ningún sitito contigo —aseveró Ethan con seriedad.
En ese momento, una furibunda Yami carraspeó y dio un paso hacia Mitca.
—Esa es mi decisión —dijo—. Ustedes no son mis padres, por lo tanto no pueden ordenarme a no irme con…
—Mitca —dijo este, divertido.
—Sí, con Mitca —dijo Yami.
—Pero si acabas de decir que no irías a ningún sitio —dijo Ricky, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Pues he cambiado de parecer —contestó Yami de forma retadora—. Así que, Mike, vámonos.
—Es Mitca —repitió él.
—Sí, como sea —dijo Yami, tomándolo por el brazo y jalándolo hacia la calle consigo.
—¡Papá se va a enfadar si sabe que saliste de noche con un chico! —gritó Ethan desde la casa.
—¡No me importa! —contestó Yami en otro grito.
Siguió caminando unas cuadras más hacia ninguna dirección, hasta que su casa quedó fuera de su visión, entonces se detuvo y se dio media vuelta para encarar al chico al que acababa de arrastrar consigo.
—Ahora sí, Mitca. Lo siento por eso. No sé qué quieres ni quién eres, pero aquí es hasta donde llegaré contigo —dijo Yami, mirando al chico con decisión.
—Pero si no te estoy pidiendo que vengas conmigo —dijo Mitca, cada vez más divertido por la chica.
—¿Ah no? —Yami puso cara de confusión—. ¿Entonces a qué te referías en mi casa hace unos momentos…?
—En ningún momento te lo pedí, sólo dije que te estaba buscando.
—Sigo sin entender…
—Me refiero a que no tienes opción, quieras o no, vendrás conmigo.
Yami primero escuchó perpleja lo que el sonriente Mitca decía, después se echó a reír.
—Claro —dijo entre carcajadas, siendo sarcástica—. A mí nadie me obliga a hacer nada, así que sólo en tus sueños me voy contigo —entonces Yami se dio media vuelta y empezó a caminar hacia otra dirección, ya que no tenía intenciones de regresar aún a su casa.
Una vez caminando escuchó un ruido extraño, como si removieran cosas dentro de una mochila, así que se dio media vuelta para observar a Mitca. Vio como este removía el interior de una mochila, buscando algo que no encontró.
—Mierda, no tengo el tranquilizante —dijo Mitca, con tono de disgusto, entonces miró a Yami—. Lo siento, niña, pero esto no podrá ser del modo tranquilo…
Entonces corrió hasta Yami, que se había alejado unos cinco metros, y llegó a ella a una velocidad muy impresionante, sin darle tiempo a correr siquiera. Le puso un brazo detrás de las rodillas y el otro en la espalda, y la levantó del suelo, robándole el aliento.
—¡¿Qué se supone que haces?! ¡Bájame en este momento! —gritó Yami, agitándose con violencia entre los brazos de Mitca.
—Cállate y tranquilízate si no quieres que te ate las manos y la piernas, las vas a necesitar para sujetarte de mí en la moto ¿o crees poder sostenerte con tus extremidades amarradas? Podemos intentarlo… aunque no aseguro que no te pase nada —dijo Mitca, de forma divertida, aunque sus palabras eran amenazantes.
A Yami le empezaba a dar miedo.
—¿Qué vas a hacer conmigo?
—Eso no lo decido yo…
—¡¿Y quién lo decide entonces?! —Yami estaba exasperada.
—¿Me vas a decir que eres una simple humana, de verdad?
—No… —dijo Yami, siendo sarcástica—. ¿Me ves cara de extraterrestre? No me siento tan fea, pero…
Mitca se echó reír fuertemente, asustando a Yami.
—Si eres humana entonces es casi seguro que tienes deudas.
—¿Deudas? ¿O sea que tú eres algo así como un pandillero que tiene malos negocios con mi padre? —preguntó Yami, atando cabos con la palabra “deudas”, sin embargo no logró acertar a nada, porque no tenía nada que ver con su padre.
—No, yo… —Mitca no supo muy bien cómo responderle a Yami para que entendiera, pero se dio cuenta de que en realidad si entendía o no, le daba igual, así que lo explicó tal y cómo lo entendía él—. Yo trabajo para demonios, mi familia tiene una deuda que se paga con el trabajo de los hombres de la línea sanguínea que proviene de mi tátara-tátara-tátara-tátara… no sé cuántos tátaras, hasta llegar a Evans. Yo sólo estoy pagando la deuda familiar, aunque tampoco es que no disfrute hacer lo que hago…
—Oh, mira, eso suena muy interesante —dijo Yami, ahora preocupada. Este tipo está loco, me secuestró un maldito loco… pensó. ¿Y ahora que se supone que haga?
Mitca llegó hasta su motocicleta, así que puso a Yami en el suelo. Le dedicó una fría mirada, como de advertencia.
—No intentes escaparte, porque no te servirá de nada y sólo conseguirás hacerme enojar. No me quieres ver enojado, así que sé buena niña y súbete a la moto —dijo Mitca, como si se estuviera dirigiendo a una niña pequeña que entendía apenas las palabras adultas, y eso era lo que más sacaba a Yami de sus casillas.
La chica, más ofendida que nunca, apretó los puños a sus costados.
—Escúchame bien, estúpido loco, ya tengo suficiente con que mis hermanos y mi padre me traten como niña. ¡Un niño de once años me trata como niña! Así que no voy a permitir que tú también lo hagas, si me vas a secuestrar, secuéstrame como a una adulta.
Mitca la miró, echando chispas, y no pudo hacer otra cosa más que doblarse de risa. Las carcajadas salían sin parar. Yami aprovechó el hecho de que Mitca estuviera distraído, entonces se alejó unos pasos caminando hacia atrás y luego salió corriendo a toda velocidad.
Mitca se dio cuenta de esto, pero no intentó alcanzarla en seguida. Sólo negó con la cabeza y puso los ojos en blanco.
—Está bien, si tú lo quieres hacer divertido… —susurró Mitca cuando perdió de vista a Yami. Ya había captado su esencia, así que ahora no importaba si ella estaba en Japón, el sabría localizarla…

Yami corría rápido. En menos de cinco minutos había llegado a su casa. Tocó la puerta y el timbre frenéticamente.
—¡Ábranme, rápido!
Alarmados, Ethan y Ricky le abrieron a su hermana, quien entró a la casa con la respiración agitada.
—¿Qué te pasó? —preguntó Ricky.
—Ese tipo… —los jadeos casi no le permitían a Yami hablar—… me quería… secuestrar…
—Y como siempre, tú le hiciste las cosas más fáciles siendo una estúpida y yéndote con él ¿no? —dijo Ethan, enojado.
—¡Yo no lo sabía! —gritó Yami, ahora con el aliento totalmente recuperado.
—¡Claro, tú nunca sabes nada! —le contestó Ethan, alzando la voz en un tono muy sarcástico.
Yami se sintió herida entonces. Ethan casi nunca le levantaba la voz, y le afectaba, aunque no quisiera admitirlo. Estaba a punto de echarse a llorar cuando la puerta se abrió de golpe, azotándose contra la pared.
Apareció Mitca, con las manos en los bolsillos del pantalón, unos lentes oscuros puestos y un cigarrillo en la boca. La viva imagen de la despreocupación.
—¡¿Pero qué ocurre con este tipo?! —gritó Ricky asustado, escondiéndose detrás de su hermana, ya que, a fin de cuentas, sólo tenía once y seguía siendo un niño.
No hubo respuesta por parte de nadie, y en cuestión de segundos, Mitca ya había tomado a Yami y la había sacado de la casa.
—¡Yami! —escuchó que sus hermanos gritaban, pero no podía hacer nada, estaba inmovilizada de manos y piernas. La habían atado y no se había dado cuenta.
Mitca se sentó en la moto y se puso a la chica sobre las piernas, barrándola con los brazos a cada lado de ella para evitar que se cayera. Botó el cigarrillo, encendió la moto y empezó a andar, sin decir una palabra.
—¡Hey, déjame! —gritó Yami mirando el rostro serio de Mitca, sacudiéndose y logrando con esto que la moto se tambaleara.
—¡Mira el entorno! —gritó Mitca, para que Yami pudiera escucharlo a través del ruido del aire.
Y así lo hizo. Yami miró a su alrededor y vio que la motocicleta estaba volando. ¡Volando!
—¡¿Quieres seguirte tambaleando a esta altura?! —preguntó Mitca, con una sonrisa.
Yami palideció. Como pudo, aferró la camisa de Mitca con sus manos atadas y luego se echó a llorar.
—¡No me hagas nada! ¡Dime que esto es un sueño, por favor! —sollozaba Yami, sintiendo que le faltaba el aire.
Mitca sólo se reía.
—¡Este es mi trabajo, niña! ¡Lo siento mucho, pero no estás soñando!
—¡¿Cómo puede volar esta cosa?! ¡Esto tiene que ser un sueño, una pesadilla! —gritó Yami, aún entre sollozos.
Mitca se carcajeó, pero no dijo nada más mientras volaban. Yami siguió llorando y gritando que todo era sólo una pesadilla, tratando de convencerse a sí misma...

Aún era de noche cuando llegaron al aeropuerto internacional de Los Ángeles. Mitca estacionó la moto entre los autos y la apagó. Yami, en algún momento del viaje por los cielos se había quedado dormida.
—Se durmió en clase de historia, eso lo entiendo —murmuró Mitca mientras le desataba los pies y las manos para aparentar la mayor normalidad posible mientras entraban al aeropuerto—, pero que se duerma mientras está siendo secuestrada…
Pasó entre la gente del aeropuerto captando muchas miradas, pues llevaba una chica dormida en brazos, la chica tenía puesto un uniforme escolar y no llevaba maletas, sólo una mochila.
—Dos boletos para Roma —le dijo Mitca a la encargada una vez que estuvo en frente de ella.
—¿Vuelo redondo? —preguntó esta.
—No, sólo de ida —contestó Mitca.

Cuando Yami despertó estaba sentada en posición incómoda sobre un asiento de avión de clase turista.
—¿Dónde estoy? —murmuró con pereza, mientras su vista se adaptaba a la luminosidad del lugar. Cuando se dio cuenta de que estaba en un avión regresó a ella el recuerdo de la noche anterior, así que giró su vista en busca de Mitca. No estaba.
A su lado izquierdo estaba sentada una abuelita leyendo un libro. Yami se inclinó hacia ella y llamó su atención.
—Disculpe, señora… —dijo en voz baja.
La mujer alzó la vista y se encontró con los ojos color miel de Yami mirándola con atención, entonces sonrió y le acarició una mejilla.
—Ya despertaste, querida. Me imagino por lo que han pasado, debe haber sido algo muy difícil para ambos —dijo la abuelita en tono maternal.
Yami la miró confundida y tuvo que preguntar:
—¿De qué habla?
—Oh, cierto. Tú a mí no me conoces —se rió bajito—. He estado platicando con tu novio mientras tú dormías, cielo. Me contó que se están escapando a Roma para vivir su amor. ¡Qué romántico! En mis tiempos…
—¡¿Roma?! —gritó Yami, interrumpiendo a la señora, quien se quedó perpleja.
Mitca apareció en ese momento.
—Amor, veo que finalmente has despertado —dijo este, en un tono muy alegre, mientras se acomodaba junto a Yami, interponiéndose entre ella y la señora.
—¡Qué amor ni qué nada! ¿Cómo que me llevas a Roma? —dijo Yami, empezando a hiperventilar.
—¡Pero si siempre ha sido nuestro sueño irnos a vivir a Roma! —dijo Mitca, con una sonrisa.
La señora los miraba confundida, empezaba a sospechar algo y Mitca pudo sentirlo, así que se inclinó hacia Yami y le susurró en el oído.
—Si no quieres que te mate y mate a todos los pasajeros del avión, será mejor que me sigas el juego. ¿Entiendes?
Yami estaba lejos de entender la gravedad del asunto en el que estaba metida.
—¡Yo no entiendo nada! ¡Yo a Roma…! —“¡Yo a Roma no me voy!” quiso decir Yami, pero fue acallada por los labios de Mitca, que la besó en ese momento.
La señora entonces dejó de lado sus sospechas y se echó a reír bajito, mientras desviaba la vista hacia su libro para darles privacidad y murmuraba “Oh, el amor de los jóvenes”.
Yami se alejó de Mitca, enojada, e intentó darle una bofetada, pero él atrapó su mano antes de que pudiera siquiera tomar impulso.
—Necesito que cooperes —le dijo el chico en voz baja, mirando con seriedad asesina a la sonrojada cara de Yami.
—¿Y qué tiene que ver mi cooperación con que me beses? —preguntó esta, aún sin recuperar el aliento del todo.
—Si no te besaba gritarías —dijo él, encogiéndose de hombros.
—¿Cómo no voy a gritar si me estás llevando a Roma? Ahora que lo pienso… ¿Cómo diablos conseguiste meterme en un avión? —preguntó Yami, ahora sin gritar, aunque aún enojada.
—Estabas dormida, y no estás tan pesada que digamos… Te cargué, por supuesto.
—¿Y los papeles? ¿Cómo me pasaste en el aeropuerto?
—Pasaportes falsos, todo ha sido arreglado —contestó Mitca.
—¿Y la moto voladora?
—No voy a cruzar el océano en moto, no inventes —dijo el chico, mirando a Yami con cara de “¿Eres estúpida?”.
Yami lo miró entrecerrando los ojos con furia. Sólo se sentía furibunda, pero no se había puesto a pensar aún en la seriedad del asunto, hasta ese momento…
Estoy siendo secuestrada por un loco que puede hacer volar motocicletas, me está llevando a Roma, no tengo cómo escapar de aquí, no tengo dinero, nunca he estado en Roma… ¿Qué voy a hacer?
Pronto, al pensar en todo eso, el vacío en el estómago llamado miedo se hizo presenta en ella y los ojos se le humedecieron, pero no dijo nada, sólo miró hacia la ventanilla del avión en silencio, mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos.
Mitca estaba ansioso, pues no podía fumar en el avión. Miró un segundo a la chica que venía con él, la cual por primera vez, sin estar dormida, estaba callada y tranquila.
—Hey… ¿Te ocurre algo? —le preguntó para distraerse con la plática, a falta de algo más que hacer.
Yami negó con la cabeza, sin voltearlo a ver. No quería que la viera llorando de una manera tan patética. Pero él se dio cuenta de todas maneras y cruelmente se echó a reír.
—¿Qué pasa? ¿La realidad ya te alcanzó? —le preguntó bajito, susurrándole al oído de la manera en la que sólo los monstruos de pesadilla lo sabían hacer.
—Jamás voy a volver a casa ¿verdad? —preguntó Yami con seriedad, girando la cabeza para mirar a Mitca.
Él se quedó perplejo al ver los grandes ojos de la chica que, a pesar de estar llenos de lágrimas, mostraban una resignación tremenda.
Se aclaró la garganta y se encogió de hombros.
—No sé de qué se trate o para qué te quieran, yo sólo acato órdenes —dijo Mitca, desviando la mirada hacia el frente, ahora menos divertido que antes.
Yami respiró profundo y se limpió las lágrimas de los ojos.
—Pero si yo no he hecho nada… Creo que he hecho demasiado poco, a los dieciséis años casi no se ha vivido ¿sabes?
Mitca se echó a reír amargamente.
—Yo a los dieciséis años ya había vivido más de la cuenta. ¿Ves esta marca? —Mitca se jaló el cuello de la camisa hacia abajo, por la parte de la espalda, y le mostró a Yami algo que parecía ser el tatuaje de una ala que iba desde parte de su cuello hasta su columna, justo en la mitad de su espalda.
—¿Qué significa? —preguntó la chica, intrigada.
—Significa que estoy atado a servir a Lucifer. Te dije que Evans es un muy antiguo familiar mío. Él hizo un pacto demoniaco con el mismísimo Lucifer. Ese abuelo no vendió su alma por miedo a irse al infierno, pero condenó a su descendencia a servirle al diablo por siglos, hasta que la deuda estuviera saldada. Aún en la actualidad no se salda la deuda… o quizá sí. El diablo es muy tramposo y puede que simplemente haya condenado eternamente a la familia, ya que no especificó nada en el contrato —Mitca sonrió maliciosamente al ver la cara de Yami—. ¿Y tú? ¿Qué hizo tu familia para merecer esto?
—No lo sé… —dijo Yami, confundida—. Pero ¿entonces tú estás condenado a servir al diablo por el resto de tu vida?
—O hasta que se salde la deuda —dijo Mitca, soltándose el cuello de la camisa y volviendo a recostarse en el asiento—, pero me gusta lo que hago. Es emocionante…
—¿Fue emocionante secuestrarme? —preguntó Yami, levantando una ceja con escepticismo.
—La verdad no, he hecho mejores cosas… Pero supongo que me encargaron un trabajo tan fácil porque es importante, si no podían habérselo dejado a alguien más.
—¿O sea que hay más como tú? —preguntó Yami sorprendida.
—Toda mi familia y quien sabe cuántas familias más.
Yami suspiró y volvió a mirar el cielo a través de la ventanilla, sintiéndose vacía.
—¿Sabes? Me siento como una niña, a pesar de que todo el tiempo me quejo para que no me llamen de esa manera. Intentaré ver esto del lado positivo, supongo que a pesar de ser aterrador me dará experiencias nuevas —dijo la chica, si no alegremente, al menos no tan triste.
—Estás loca… —dijo Mitca al escucharla—. Para alguien como tú… No durarías ni un solo día haciendo un trabajo como el mío.
Yami lo miró, sintiéndose ofendida.
—Ni que quiera hacerlo. ¿No sientes remordimiento por lo que haces?
—No —contestó Mitca automáticamente. Había sido entrenado toda su vida para no sentir remordimientos por sus malas acciones, atormentado desde chico por auras demoniacas, por su propia familia condenada. Al menos el maldito bastardo de Evans la pasó en grande, seguramente… pensó Mitca, con una diversión amarga.
—¿Y no puedes negarte —preguntó Yami, después de guardar silencio por varios minutos—? ¿No puedes evitar hacer lo que haces, jamás has deseado ser alguien especial por ser quien eres y no por lo que estás obligado a hacer?
Mitca la observó sorprendido entonces. Lo cierto era que él jamás se había puesto a pensar en eso, pues su trabajo no era pensar, sino actuar. Las palabras de esa chica lo hicieron entonces llenarse de dudas, era la primera vez que le hablaban de esa manera, pues su grupo de conocidos de reducía a gente que era igual a él. Aunque no tan geniales como yo…
El chico de pronto se sintió tan vacío como ella en esos momentos. ¿Y si estoy desperdiciando mi vida? Se preguntó.
Le gustaba lo que hacía, sin embargo nunca había intentado ser diferente, ser él…
Sacudió la cabeza y se sacó de la mente esos pensamientos inservibles. Ni que quiera ser como un humano corriente, con una vida tan aburrida como la de esta chica…
La chica que casi no ha vivido…
Mitca pretendió no pensar más, y ni siquiera contestó la pregunta de Yami, quien había vuelto a mirar a través de la ventanilla de manera ausente, pero la semilla de la duda que Yami acababa de implantar en su cerebro —que alguien por primera vez había implantado en su cerebro—, empezaba a crecer…
¿Qué pasaría si…?




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continuará...

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