jueves, 21 de abril de 2011

Capítulo 4.- Compañía indeseada


Compañía indeseada

Yami finalmente despertó, se encontraba en aquella tienda llena de reliquias árabes. La luz que se colaba a través de las telas era la de un atardecer rojizo. Estaba desconcertada. Miró hacia todas direcciones, pero no había nadie más que ella en ese lugar. Se dio cuenta de que ya no tenía puesto el uniforme, sino unos pantalones de mezclilla y una blusa de algodón holgada de manga larga. Se levantó de la manta donde se hallaba y se arremangó las mangas de la blusa hasta los hombros. De pie la blusa en realidad le quedaba como bata.
—¿Dónde está mi uniforme? —susurró para sí misma, mientras se agachaba para doblar el pantalón de mezclilla, que le quedaba extremadamente largo.
—Hasta que al fin despertaste… —dijo una voz femenina. Yami no supo de dónde había provenido la voz, y tampoco la reconoció.
—¿Dónde estás y quién eres? —preguntó Yami a la defensiva, mientras se levantaba para empezar a buscarla, algo asustada, pero ¿quién no lo estaría después de haber pasado un secuestro, una ida al infierno y un extravío en el desierto, todo en cinco días?
—Soy tu conciencia… —dijo la voz, que pertenecía a Eva, con una sonrisa intuyéndose en su tono.
—Claro, y yo soy Pinocho —contestó Yami con sarcasmo, siguiendo la voz hasta las cortinas que conformaban la única entrada y salida de la tienda.
Eva estaba ahí, sentada con las piernas cruzadas y con algo de incienso encendido a su lado. Había un libro extremadamente grueso frente a ella, abierto por la mitad, sobre la arena.
—¿Quién eres? —volvió a preguntar Yami, quedándose ligeramente embelesada y sorprendida por la belleza de aquella mujer de cabellos negros, piel pálida y ojos verdes.
—Puedes decirme Eva —contestó sin quitar la vista de las páginas del libro que tenía en frente, que estaba lleno de símbolos extraños; y después de eso no hubo más palabras, sólo silencio, cosa que Yami no soportaba, y mucho menos con personas que acababa de conocer. Yami era de aquellas personas que no soportaba el silencio más que con las personas allegadas a ella, como sus hermanos y sus mejores amigos.
—¿Dónde está Mitca? —preguntó, en parte porque de verdad necesitaba saberlo y en parte para rellenar el silencio que era incómodo para ella. Lo último que recordaba era el haber estado caminando por el desierto con un sol abrazador sobre su cabeza.
—Salió hace dos horas y no ha vuelto. Conociéndolo es posible que no regrese —respondió Eva con indiferencia, sabiendo que con Mitca no se podía contar a menos de que se tratara de un asunto que le fuera a dejar algo a cambio.
—¡¿Qué?! ¡¿Y qué se supone que haga yo?! ¿Dónde está mi ropa? —empezó a preguntar mientras hiperventilaba.
—Mira, mocosa, a mí no me preguntes qué deberías de hacer. Toma tus propias decisiones que ya estás grande. Sólo te aviso que si Mitca no vuelve esta noche nosotros nos marchamos mañana en la mañana, hasta entonces tienes las puertas libres para entrar y salir como gustes. Si quieres nos puedes acompañar hasta Alemania, que es a dónde iremos, después de eso tomas tu camino. ¿Te parece? —Eva en realidad no esperó respuesta, pero era todo lo que le podía ofrecer a Yami, ya que si se empezaba a encargar de ella no haría más que estorbar, y estaba prohibido ayudar sin obtener nada a cambio. Era una regla de Lilith.
Yami entonces sintió que el estómago se le caía a los pies. ¿Cómo que a Alemania? ¿Qué iba ella a hacer ahí?
Contuvo las lágrimas mordiéndose el labio y, controlando la voz, preguntó:
—¿No harán ninguna parada en París?
—¿París? —preguntó Eva desconcertada, por primera vez apartando la vista del grueso libro y mirando a Yami a los ojos, que estaban llenos de lágrimas contenidas.
—Es… es que ahí vive mi madre…

Mitca estaba dando vueltas entre las diferentes tiendas que estaban en el desierto, abasteciéndose de algunas armas; sus favoritas eran las espadas, pues sentía que eran más emocionantes los combates con estas que con armas de fuego. Probó la comida local y compró ropas nuevas —cosa que hacía constantemente debido a que no había tiempo para lavar cuando estaba de viaje, sólo solía hacerlo en Inglaterra, su país natal—, tanto para él como para Yami. Lo que hago por esta mocosa… pensaba mientras elegía algunas ropas para ella que no le quedaran tan grandes como las que le había prestado Cedar, el demonio sirviente de Eva. Mitca se echó a reír silenciosamente mientras recordaba como aquel tipo, que parecía ser un jordano imponente en un principio, se trasformaba en un rubio delgado de ojos rojos, su forma original.
Se llenó de cosas para el viaje, tanto para él como para Yami, ya que sentía que ella no regresaría a su hogar tan pronto como ella pensaba. Seguramente los demonios no tardarían en empezar a seguirles el rastro.
Todavía tenía muchas preguntas que responder, entre ellas de qué manera podía pagarse la deuda de Yami, y otra aún más inquietante: ¿cómo había logrado Yami conocer el camino hacia el pentagrama durante su estadía en el infierno?
Mitca estaba planeando en regresar ya a la tienda, pero se percató de que estaba siendo perseguido. Con el rabillo del ojo dirigió su mirada hacia lo que a primera vista parecía una imponente sombra negra, pero una vez prestándole atención se dio cuenta de que era un hombre completamente vestido de negro. Ninguna de las personas que caminaban alrededor parecía darse cuenta de que él estaba ahí. Era un demonio… Pero no venía sólo. Una vez que se dio cuenta de su presencia otras cinco sombras se materializaron alrededor de él, formando un círculo, atrapándolo. Mitca sintió como la adrenalina empezaba a apoderarse de él. Podían seguirlo a él, por supuesto, su marca en la espalda lo ligaba permanentemente al infierno y lo hacía fácil de localizar, posiblemente pensaban que Yami estaba con él y agradeció que no fuera así, pues hubiera sido más difícil hacerse cargo de ellos con ella alrededor.
Fingió que no había visto nada y caminó hacia un lugar más solitario, alejándolos de la dirección de la tienda donde estaban Yami y Eva, y cuando sintió que ya era suficiente lanzó un puñal hacia el demonio que estaba a su espalda, un puñal que se clavó directamente en su garganta y que hizo que el demonio se convulsionara violentamente antes de que se volviera cenizas y se mezclara con la arena roja del desierto. Fue entonces cuando Mitca se percató de que no eran sólo cinco sombras más las que lo rodeaban. Eran más, muchas más…
—Esta sí que será una larga noche… —susurró, entonces arremetió contra los demonios.

Eran las once de la noche en Wadi Rum, y Yami seguía esperando a Mitca. Eva había accedido a hacer una parada en París antes de dirigirse a Alemania, ya que de cualquier forma tenía que buscar un artículo ahí, una de las tantas peticiones de los demonios mayores. Pero aunque parecía que las cosas empezaban a solucionarse Yami no podía dejar de sentir que todo se pondría feo si Mitca no estaba cerca.
Hacía un helado frío en el desierto, un frío que no había sentido la noche anterior mientras caminaba por el desierto en compañía de Mitca…
—No va a volver —dijo de pronto la voz de Cedar, el chico rubio que era el demonio sirviente de Eva, con quien Yami había conversado ya. Era un demonio poco común, extremadamente amable. Le servía a Eva porque se había enamorado de ella, y la única forma en que ella lo aceptaría iba a ser si le era de utilidad, cosa que a él no le importaba mientras pudiera estar cerca de ella.
—Lo sé, es sólo que… —no pudo terminar la frase, no supo con qué, qué era lo que iba a decir.
—¿Pensaste que era una buena persona? —preguntó Cedar.
Yami suspiró y negó con la cabeza.
—Pensé que no era tan malo… pero ya veo que en realidad no le importo.
—No te sientas mal —la consoló Cedar—, a los mercenarios del infierno en realidad no les importa nadie más que ellos. Por eso le sirven al infierno, por su egoísmo.
—Tú eres un demonio, Cedar ¿no se supone que deberías de ser malo?
Cedar se echó a reír y negó con la cabeza.
—Los demonios son como personas, Yami, sólo que con formas diferentes y poderes, y que vienen de otra dimensión. Muchos de los demonios le sirven al infierno por los beneficios que se obtienen, y vienen a esta dimensión porque de las nueve existentes es de la que más energía obtenemos, pero a algunos otros, como yo, simplemente nos interesa vivir una vida tranquila y sin problemas, además, con el simple hecho de vivir entre humanos obtengo la energía necesaria para vivir. Yo no necesito más de lo que ya tengo.
Yami le sonrió a Cedar, y después de estremeció.
—¿Tienes frío? —preguntó Cedar.
No esperó respuesta y simplemente encendió una llama de fuego de color violáceo sobre su mano, y la mantuvo cerca de Yami.
—Gracias, Cedar. Eres el único que ha sido amable conmigo, y lo agradezco mucho.
—No creo haber sido el único, Mitca también fue amable al rescatarte, sólo que a su manera… Pero seguramente ahora debe estar teniendo problemas por desobedecer órdenes demoniacas.
—¿No se puede tomar un camino diferente? —preguntó Yami, sintiendo miedo al saber que ella también tenía una deuda. No quería pagar con su vida ni su alma, pero ¿y si era peor vivir una vida como la de Mitca?
Cedar suspiró y miró el cielo estrellado.
—Así son las cosas Yami… Sólo Dios sabe por qué creo el universo así.
Yami se sorprendió al escuchar un demonio hablar de Dios, y no pudo evitar preguntar:
—¿Tú crees en Dios, Cedar?
El demonio de echó a reír.
—Sí, creo que él… creo que hizo todo esto para nosotros, y nos dejó hacer con ello lo que nosotros queríamos, pero las decisiones y los errores son nuestros.
—¿Y por qué Dios creó el mal?
—No lo sé, Yami. No tengo respuestas para estas cosas —dijo Cedar, divertido ante las preguntas de la chica, que seguramente pensaba que al venir de otra dimensión tendría más conocimientos sobre todo lo existente—, pero ¿qué sería la vida sin problemas? Muy aburrida ¿no? Quizá lo único que hizo el creador fue darnos una meta por la cual luchar…
Yami se quedó pensando en las palabras de Cedar unos segundos. El silencio a su lado no le molestaba, como lo hacía con otros extraños, como Mitca y Eva. Terminó por suspirar y cerrar los ojos.
—Gracias por estar conmigo, Cedar. Eres un buen… demonio.
El chico de cabellos rubios se echó a reír y le codeó la costilla a Yami.
—¿Para qué están los demonios?

Llegó la madrugada a Wadi Rum, y Mitca no había vuelto. Yami en realidad ya no lo necesitaba tanto, ahora que Eva le haría el favor de hacer la parada en París antes de ir a Alemania, pero se sentía preocupada y triste. Como si la hubiera abandonado un amigo… aunque no era como si a Mitca le pudiera llamar amigo después de cómo la había tratado. Llamándome “pecho plano”… Pero ¿quién demonios se cree que es? Pensaba Yami, enojándose más y más con Mitca mientras recordaba todo aquello. Pero… me salvó dos veces…
—¡Hey, ya es tiempo de irnos! —la voz de Cedar sacó a Yami de sus pensamientos. La tienda, que en un momento había estado llena de reliquias árabes y jordanas, desapareció con unas palabras de Eva, volviéndola arena, lo que originalmente era, y dejando sólo once artículos, que fueron los que Cedar se encargó de montar en los tres camellos que ocuparían para llegar a la ciudad de Aqaba.
—¿Qué son esas cosas? —preguntó Yami al observarlo ocultar las reliquias, que parecían ser completamente ordinarias, dentro de las bolsas cargadas a los camellos.
Cedar observó a Yami de reojo, sabiendo que no podía confiarle a nadie de qué se trataba todo aquello. Las cosas que había guardado no eran ni reliquias ni ordinarias. Estaban bajo un encantamiento que hacía aparentar que eran completamente normales, pero no lo eran en lo más mínimo. La mayoría —ocho de ellas—, se trataban de báculos, joyas y lámparas encargados por los jefes de Eva, pero tres de ellas eran libros ocultos, tan antiguos como Nostradamus y más viejos que Rasputín, personas a quienes alguna vez habían pertenecido.
—Son… encargos. Ya sabes, para quién trabaja Eva —le guiñó un ojo a Yami, quien le sonrió.
—Ya veo…
—Hora de irnos —la voz de Eva interrumpió la conversación mientras se montaba con agilidad sobre un camello, dando un salto tremendo que la hizo ver como si pudiera volar.
¡¿Cómo demonios hizo eso?! Pensó Yami anonadada cuando vio el salto de Eva, que prácticamente había doblado su altura. Pero, aún más importante… ¿cómo se supone que yo haga eso?
—Este es tu camello, Yami —le dijo Cedar a la chica, señalando el camello que estaba detrás del que él ocuparía.
Yami asintió y se aproximó al camello. Hizo una mueca mientras pensaba en cómo demonios iba a dar un salto como ese para subirse al jodido camello.
—Este… —murmuró, mientras ponía los brazos en el costado del animal y trataba de aferrarse a su montura para darse impulso y subir.
Cedar y Eva la observaron extrañados al principio, pero después de que comprendieron que ella intentaba subirse al camello se echaron a reír y dejaron a la pobre Yami intentar subirse en el camello de manera incorrecta. La chica se sentía humillada, y ahora que se habían reído estaba aún menos dispuesta a pedir ayuda.
Se agarró con toda la fuerza de sus brazos a la montura y dio un gran salto —lo más que ella podía llegar a hacer—, pero sólo consiguió caerse de sentón en cuanto sus pies chocaron con la arena y se resbalaron hacia adelante.
Cedar y Eva se carcajearon por treinta segundos enteros, mientras Yami se levantaba y sacudía sus ropas. Suspiró y cruzó los brazos sobre el pecho mientras esperaba a que terminaran de reírse.
—¿Me ayudarían a subirme al camello? —preguntó, desviando la vista de ellos. Sí, se sentía humillada…
—Claro que sí —dijo Cedar en tono amable, entonces se acercó al camello y le dio dos palmadas mientras pronunciaba una palabra. Acto seguido: el animal se postró en la arena, haciendo perfectamente accesible su montura.
Yami puso los ojos en blanco. Si seré estúpida…
Cedar y Eva se echaron a reír de nuevo. Mientras tanto Yami se montó al camello.
—¿Lista? —preguntó Cedar cuando Yami parecía haberse acomodado.
La chica asintió.
—Agárrate fuerte —advirtió Cedar, entonces volvió a darle dos palmadas al animal, pronunció una palabra y el camello empezó a levantarse, primero las patas traseras y después las delanteras. Fue demasiado el bamboleo, Yami casi se cae, pero logró mantenerse.
Una vez que Cedar estuvo también montado en su camello partieron hacia el sur, en un viaje que les tomaría medio día hasta la ciudad de Aqaba.

Mitca había sido herido por los demonios en tres lugares diferentes. El tipo de demonios que habían mandado por él eran nocturnos, y en realidad no los había acabado a todos —eran cientos—, pero en cuanto la luz del alba se adivinó en el horizonte escaparon, dejando a Mitca jadeando en medio de un desierto vacío.
Observó la herida que tenía en el brazo izquierdo —el que utilizaba para tomar las armas—y se inquietó al ver que la herida no había sanado ya. Se suponía que uno de sus poderes era el sanar rápido. Había ganado ese poder en una de sus misiones, pero ya no parecía surtir efecto.
—¿Qué me está pasando?
—Veo que ya estás perdiendo tus poderes… —dijo desde detrás de él una voz que hacía años no escuchaba, pero que sin embargo reconoció y temió.
Horrorizado, se giró para encarar a quien él conocía como su patrón. Lucifer.
—Y-yo… —Mitca se trabó con las palabras, como muy pocas veces lo hacía—. Señor…
El Diablo se echó a reír. Tenía la forma de un humano en ese momento, con ojos sin pupilas y la piel de color blanco.
—Has ganado agilidad en todos estos años, Mitca. Me has dejado boquiabierto, te felicito…
—Gracias… —dijo el chico, mientras tragaba saliva.
—Sólo dime… ¿por qué me has fallado? ¿A caso no te he pagado lo suficientemente bien por tus servicios? Ya te he dicho que si quieres más sólo tienes que darme un poco más a cambio… —dijo Lucifer, acercándose a Mitca más y más, relamiéndose los resecos labios y mostrando una sonrisa amenazante, llena de dientes que terminaban en puntas afiladas.
—Señor, yo sólo… No… no quiero hacer más este trabajo…
—Hm… temo decirte que eso no lo decides tú.
—P-pero no es mi deuda… Ya está toda la familia pagando. ¿Hay tanta diferencia si yo dejo de hacerlo?
—¡Por supuesto que la hay! Tú eres el mejor de mis sirvientes, no puedes fallarme —dijo con voz aterciopelada. Ahora estaba a tan sólo unos pasos de Mitca.
Dio un paso más y Mitca supo que chocaría contra él, pero no lo hizo. Lo atravesó como si fuera una sombra. Era tan sólo una proyección. Suspiró del alivio y Lucifer se echó a reír ante su reacción.
—¿Qué? ¿Creíste a caso que vendría a la tierra sólo para verte? Por supuesto que no, querido Mitca, tú eres el menor de mis problemas.
—Perdone mi soberbia. Pero… entonces… ¿qué pide a cambio? Ya no quiero realizar este trabajo, señor. ¿Qué le puedo dar a cambio de ser libre?
Lucifer puso una expresión muy divertida entonces.
—Bueno… hay algo que me puedes dar… Sería tu último trabajo, y con ello y el regreso de todos los poderes que el infierno te ha otorgado, tú podrías ser libre.
—¿Y qué es eso? —preguntó Mitca, concibiendo esperanzas.
—Yami. Si me entregas a la chica yo te regreso tu vida.
Mitca sintió que un peso gigantesco se apoderaba de su pecho…
—Es tu elección. Piénsalo —le guiñó un ojo a Mitca mientras empezaba a desvanecerse desde los pies—. Si decides que sí, ya sabes dónde encontrarme, pero si no, entonces no te preocupes, yo te busco…

Fue un seco y caluroso viaje por el desierto llegar hasta Aqaba, pero después de eso fue todo más sencillo. Aqaba era una ciudad hermosa, civilizada como cualquier otra. Por alguna razón Yami había esperado algo al estilo árabe de tiempos antiguos, aunque en realidad estaba en Jordania y no en Arabia.
El viaje en avión fue sencillo. Yami seguía sin explicarse de dónde sacaban los papeles falsos, pero decidió que no importaba que tan ilegal fuera todo si a fin de cuentas podía regresar con su familia; además, pudiendo hacer magia no creía que fuese tan complicado sacarse unos cuantos pasaportes de la manga.
Cedar había estado conversando con Yami durante todo el vuelo, y Eva se la había pasado en silencio, como era su costumbre cuando no tenía nada importante que decir. Yami se había devorado los bocadillos de avión. Se había malpasado mucho durante los días de su supuesto secuestro, y ahora sentía que podía comerse un caballo. Fue un vuelo lleno de risas entre Yami y Cedar, aunque a decir verdad ella se sentía ligeramente extraña. No sabía describirlo, pero se sentía traicionada en cierta medida.
Había depositado demasiada confianza en Mitca, sin duda más de la que se merecía, y ahora estaba pagando las consecuencias de confiar en alguien que en ningún momento le dijo “confía en mí”.
Debería estar feliz de no tener que ver su horrible cara por más tiempo, pensaba Yami, imaginando un futuro en el que, si desaparecía Mitca, desaparecerían esos problemas sobrenaturales, que cada vez le parecían más sólo el recuerdo de una fea pesadilla. Ni siquiera los ojos de Cedar le parecían ya raros cuando este los escondía con un tono perfectamente normal de café.
Pero estaba equivocada si creía que la desaparición de Mitca era la desaparición de sus problemas, podría decirse que era más bien todo lo contrario…

Después de seis horas aproximadas de vuelo en avión, al fin llegaron al aeropuerto de Orly.
—Bien, este es un adiós, probablemente para siempre… —dijo Cedar con una sonrisa amable en los labios, mientras estrechaba la mano derecha de Yami.
—Fue un placer conocer a un demonio como tú —respondió la chica—. Adiós, Eva, y gracias por pasar a París por mí.
—No lo hice por ti —dijo secamente Eva.
—Gracias de cualquier manera —dijo Yami tranquilamente, evitando enojarse por el desdén de ella, tomando en cuenta que sería la última vez que la vería.
Después de una última mirada hacia sus casi rescatadores, dio media vuelta y caminó hacia la estación de tren, para tomar el tren que la llevaría a casa de su madre con el dinero apenas suficiente, que le había dado Eva.

Finalmente llegó a la estación donde debía bajarse. Era despistada, pero se había aprendido de memoria ese camino por las innumerables veces que lo había recorrido, durante sus visitas en vacaciones de verano e invierno, que pasaba siempre con su madre.
Vacaciones de verano…
Ahora que lo recordaba, se suponía que ya debían de haber salido de vacaciones a esas alturas. Ni siquiera perdí demasiadas clases, se quejó en su mente, mientras caminaba distraídamente.
Llegó al fin a la case de Mary, su madre, y tocó el timbre tres veces, pero no hubo respuesta alguna. Lo hizo una vez más, dos, tres… Tocó e timbre tantas veces que perdió la cuenta, y ahora se había dejado caer recargada en la puerta, con ganas de llorar.
Esto no es posible… Sí lo era. Estaba sola, sin dinero y en París.

Yami vagó sin rumbo alguno por lo que pareció ser una hora o dos. Pensaba volver a casa de su madre más tarde para ver si lograba encontrar a alguien, quizá a Claude, su esposo…
Caminaba tan distraídamente, ensimismada en sus problemas, que no se dio cuenta de que estaba a punto de chocar con un muchacho, uno que ella conocía muy bien…
—Lo… ¡Lo siento! —tartamudeó cuando sintió que se impactaba contra la espalda de alguien, y cuando alzó la vista finalmente, reconoció al chico de cabellos y ojos castaños que estaba prado en frente de ella.
—¡Yami! —gritó Mike anonadado, tomándola por los hombros y empezando a agitarla de atrás hacia adelante con desesperación—. ¡Todos estábamos preocupados por ti! ¿Qué fue lo que pasó? ¡Saliste ayer en el noticiero!
—¡Mike, Mike, Mike! Tranquilízate… —dijo Yami, igualmente sorprendida—. ¿Qué demonios estás haciendo en Francia?
—Te lo dije más de veinte veces, que vendría con la familia de vacaciones—dijo Mike, soltándola al fin y dando un suspiro de alivio—. No podía creerlo cuando me enteré de que te habían secuestrado. Un momento… ¿Tú qué demonios haces aquí? ¡En las noticias dijeron que te tenían en Roma!
—Larga historia —dijo Yami con un suspiro, pero aliviada ya que volvía a tener compañía. Mike acababa de salvarle el pellejo.
—¿Con quién estás?
—De hecho estoy sola… mi madre no está en casa y no tengo dinero, tampoco cómo comunicarme, así que…
—Pues vente conmigo. Mis padres están por allá —Mike señaló un café que tenía algunas mesas al aire libre. Reconoció a Martha, David y Ashley, la madre, el padre y la hermana de Mike respectivamente—. Vamos.
Caminaron hasta donde se encontraban os miembros de la familia sentados, tomando café y bocadillos, y al estar cerca Mike llamó su atención con un carraspeo.
—¡¿Yami?! Santo cielo, estábamos muy preocupados por ti —dijo Martha al ver que Yami venía con Mike. Se levantó de la mesa y la abrazó inmediatamente.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Ashley, de catorce años, más con curiosidad y expectativa que con preocupación.
—Bueno, esa es una larga, larga historia… —dijo Yami, verdaderamente aliviada ahora que ya no estaba sola en París. Ahora todo realmente empezaba a mejorar.
—¿Por qué te secuestraron? —preguntó David, un señor por lo general callado y de una estatura imponente. Yami apenas le llegaba al pecho.
—Pues… —Yami estaba a punto de responder a su pregunta, pero entonces se dio cuenta de que, aunque dijera la verdad, era poco probable (por no decir imposible) que le creyeran.
¿Motos voladoras? ¿Demonios? ¿Pactos y deudas infernales?
—No, la verdad es que ni idea —respondió Yami con una mentira y exhalación de aire que había estado conteniendo mientras pensaba.
—Bueno, la más importante es que estás a salvo —dijo Martha—. Llamaré a tu padre para decirle que estás con nosotros.
Yami asintió y se sentó en una silla que le ofreció Mike.
—Vaya suerte que tuviste —le susurró al oído su amigo, una vez que se sentó a su lado.
—Ni lo menciones, que suerte es lo que esquivo más…

La familia Kensington le hizo un espacio a Yami en su cuarto de hotel para que pudiera pasar la noche con ellos. Su padre, Robert, seguía en Roma, y estaría en París, junto con su madre —la cual se había enterado de todo lo ocurrido y había volado a Roma junto con Claude—al día siguiente. Se encontrarían  en el aeropuerto a las diez de la mañana.
El mundo de Yami, al menos de momento, parecía estar volviendo a la normalidad, en eso pensaba Yami mientras tomaba un baño en el hotel. La familia de Mike había decidido salir a pasear, pues para eso estaban en Francia, y la habían invitado a ir con ellos, sin embargo lo único que quería Yami en esos momentos era relajarse. Ya había tenido suficientes aventuras para al menos cinco años.
Mike había decidido quedarse con ella para no dejarla sola, pero ahora, mientras el mundo de Yami se estabilizaba, el de Mike se volvía un terremoto de momento.
Desde que conocía a Yami —hacía ya más de siete años—le gustaba la chica, y ahora que estaba solo, con ella duchándose, en un cuarto de hotel y, para rematar, en París, la ciudad del amor, el pobre Mike no podía hacer otra cosa más que tener la imaginación por los cielos.
Y las cosas no hicieron más que empeorar para él cuando ella salió del baño envuelta únicamente por la toalla. El pulso se le aceleró hasta poder escucharlo detrás de sus oídos.
—¿Qué estás viendo? —preguntó Yami, sentándose en la cama individual, al lado de la matrimonial donde Mike de encontraba acostado.
Buena pregunta, pensó el muchacho, que no tenía ni idea de lo estaba pasando n la tele, afortunadamente para él, era algo fácil de decir con sólo echarle un vistazo.
—Las noticias —respondió.
Justo en ese momento, apareció la foto de Yami en la pantalla.
—¡¿Qué demonios hago yo ahí?! —dijo Yami al darse cuenta—. Sube el volumen, Mike.
Así lo hizo el chico y pudieron escuchar.
Respecto al secuestro de la chica de 16 años, Yami Chan” dijo la presentadora mientras empezaban a aparecer filmaciones del escape del hotel en Roma, cuando la policía calló de sorpresa, en donde apenas se podían apreciar la imágenes debido a la velocidad con la que había ocurrido todo“, hoy la policía Romana fue informada de que el padre de la chica, Robert Chan, recibió una llamada que les llenó de alivio a todos. Parece ser que la chica ya se encuentra sana y salva en París. Aún no tenemos muchos detalles, pero se harán más investigaciones para poder saber más sobre este extraño caso, en el que el secuestrador no había pedido rescate. En otras noticias…”.
—No puedo creer que de verdad saliera en la noticias. Una cosa es que te lo digan, pero verlo… —dijo Yami, con las cejas levantadas con incredulidad.
—¿Era el tipo del video el que te secuestro? —preguntó Mike sorprendido—. Era rapidísimo, apenas vi su silueta borrosa.
—Sí —respondió Yami, con resentimiento—. Por favor, ni me lo recuerdes.
—Es un maldito. ¿Qué razones tenía para secuestrarte ese idiota?
—No lo sé —mintió Yami, y después suspiró—. Mike, me voy a vestir, ¿podrías…?
Dejó la frase inconclusa, pero Mike captó al vuelo.
—Ah, claro —dijo, ruborizado—. Iré por algo a la máquina expendedora del pasillo. ¿Quieres que te traiga algo?
—Un refresco, el que sea, gracias —dijo Yami.
Mike asintió y salió de la habitación. Empezó a caminar hasta el extremo del pasillo, aún con la imagen de Yami sólo estando vestida por una toalla rondándole por la cabeza. Empezó a imaginarse unas cuantas cosas que le hubieran gustado hacer…
—¡Ah! Sácalo de tu cabeza, Mike. No aquí y no ahora —se dijo a sí mismo mientras metía unas monedas a la máquina de sodas y seleccionaba dos Coca-Colas.
En ese momento escuchó el elevador abrirse en el otro extremo del pasillo y vio salir de él a un joven que era más alto que él por una cabeza. Blanco, de pelo negro y ojos color azul hielo. Aquel tipo le pareció increíblemente familiar, pero no lograba reconocerlo, así que pensó que sólo era su imaginación.
Tomó los refrescos y empezó a caminar de regreso a la habitación, y fue entonces cuando se dio cuenta de que el muchacho acababa de tocar la puerta de su habitación.

—¡Espera un momento! —dijo Yami, terminando de acomodarse las ropas que le había prestado Ashley.
Una vez que estuvo perfectamente vestida, al fin abrió la puerta y se encontró con nada más y nada menos que Mitca, cuya visión le hizo sentir una extraña mezcla de felicidad, preocupación y miedo.
—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó Yami, mostrando su enfado—. ¿No me habías abandonado en el desierto con Eva y Cedar?
—En realidad, niñita, ocurrieron unas cuantas cosas —empezó a decir Mitca, también con enfado gracias al reclamo de Yami—. Planeaba regresar, pero…
—¿Qué ocurre aquí? —interrumpió Mike—. Yami ¿quién es este?
—Este es el tipo que me secuestro —respondió Yami con voz ácida, mirando a Mitca con ojos entrecerrados.
—¡¿Y se puede saber que mierda haces aquí, hijo de puta?! —dijo Mike, dejando caer las latas de refresco al suelo y asiendo a Mitca por el cuello de su camisa… o al menos intentándolo, ya que Mitca retiró sus manos con un solo movimiento de una de las suyas, mandándolas a volar hacia otro lado antes de que siquiera lo tocaran. Mike lo observó sorprendido, e intimidado, aunque jamás lo hubiera admitido.
—Ese no es tu problema, esto es entre la chica y yo —respondió Mitca.
—No tengo nada que decirte —dijo Yami, dándole la espalda y adentrándose en la habitación—y, la verdad, tampoco quiero escucharte…
—Ya la oíste —dijo Mike, entrando a la habitación—. Lárgate o llamaré a la policía.
Mike iba a cerrar la puerta, pero Mitca entró mucho antes de que lo hiciera, y cerró la puerta detrás de sí.
—Escúchame: por salvarte tengo muchos problemas —empezó a decir Mitca, con los ojos llenos de furia, al igual que su tono de voz—, y ahora vienen detrás de mí si no te entrego. Estate tranquila, no pienso hacerlo, sin embargo, si no lo hago yo, tarde o temprano mandarán a alguien más a cumplir con el trabajo, y si yo arriesgué mi vida para que tú vivieras, y pienso seguirla arriesgando al no entregarte, al menos me voy a asegurar de que mi buena acción haya valido la pena. Así que necesito que vivas, querida, y para eso te tienes que venir conmigo, al menos hasta que encontremos otra manera de que pagues la deuda. Hasta entonces, siento decirte que no estarás a salvo.
Cuando Mitca terminó de hablar hubo un silencio sepulcral en la habitación. Yami se había quedado petrificada ante todo eso, y ahora el único pensamiento en el que encontraba algún tipo de consuelo era en que Mitca no la había abandonado.
Mike fue el primero en romper el silencio, con una pregunta:
—Yami ¿de qué diablos se trata todo esto?
—No hay mucho tiempo, tenemos que estar en movimiento, Europa es uno de los lugares con más mercenarios. Hay que moverse —dijo Mitca, acercándose a la cama, cerca de donde estaba Yami, y dejando caer en ella su mochila. Sacó de ella una chamarra de cuero negra, exactamente igual a la de él, pero más pequeña—. Ponte esto.
Yami asintió y le hizo caso a Mitca.
—¿Es en serio? ¿Te vas a a ir con este tipo después de que te secuestró? ¿Y qué es eso de “la deuda”? —dijo Mike, pero nadie le hizo caso.
—¿Para qué sirve la chamarra? —preguntó Yami, arremangándose la chamarra ya que, a pesar de ser muchas talla más pequeña que la de Mitca, seguía quedándole algo grande.
—Evita el rastreo. En realidad le pertenece a nuestro opuestos, los nephilim, pero hace años que uno de mis hermanos y yo saqueamos una de sus bases. Hacen menos localizable la esencia del alma, y por lo tanto es casi imposible que te localicen utilizando poderes infernales —explicó Mitca, y luego agregó para sí mismo, con una sonrisa—. ¿Quién hubiera dicho entonces que me servirían para algo más que para lucir sexy?
—¿Nephilim? —preguntó Yami.
—Hombres y ángeles mezclados. Híbridos —dijo Mike, antes de que Mitca respondiera.
—Exacto. Se supone que protegen a los humanos del mal sobrenatural que los acecha —explicó Mitca, mientras cerraba la mochila y se la ponía en la espalda.
—Pero es sólo un cuento que solía contarme mi abuela, junto con la historia del jefe… o algo así. Ahora ¿alguien quiere decirme qué demonios pasa?
—Es complicado, Mike —dijo Yami—, y no hay tiempo de explicar nada. Diles a tus padres que me fui por m cuenta, y que gracias por todo.
—De ninguna manera, no te dejaré marchar —dijo Mike, interponiéndose entre Mitca, Yami y la puerta.
—Hazte a un lado, no me hagas usar la violencia —amenazó Mitca, tomando a Yami por la muñeca, listo para arrastrarla si era necesario ir rápido.
—Sobre mi cadáver la sacarás de esta habitación…
—Si tú así lo quieres —Mitca sacó entonces una pistola del bolsillo de su chamarra, y le apuntó a Mike en la frente, pero el chico no se inmutó. Mike era valiente, dispuesto a dar la vida para proteger a otros, sobre todo si eran sus seres queridos. Sin saberlo, era mucho más especial de lo que él mismo se pensaba…
—¡No, espera! —gritó Yami, deshaciéndose de la mano de Mitca, que le aprisionaba la muñeca cual esposas. Se acercó a Mike y le dijo con voz baja y temblorosa: —Hazte a un lado.
—Yami… —susurró Mike herido, limpiando con una de sus manos las lágrimas que escapaban de los ojos de Yami—. ¿Por qué?
—Es complicado, Mike, no hay tiempo. Me tengo que ir. Déjanos pasar, por favor…
Mike suspiró y, lleno de preocupaciones y tristeza, se hizo a un lado, sabiendo que no podría hacer nada para retenerla.
Mitca entonces volvió a tomar a Yami por la muñeca, y salieron como rayo del cuarto, dándole apenas tiempo a Yami para decir “Adiós. Te quiero, Mike”.
Y entonces el cuarto se quedó en penumbras, o al menos así era para Mike, porque su luz acababa de escaparse a Dios sabía dónde.
Pero de pronto el coraje llenó por completo a Mike, y le hizo inhalar profundamente, mientras cerraba sus manos en puños.
—No, esto no va a terminarse así… —susurró para sí, entonces se dirigió al buró en medio de las camas y abrió el cajón. Sacó una libreta y una pluma, y empezó a escribir.
Queridos papá y mamá…

Mitca y Yami nuevamente se encontraban a bordo de un avión, que esta vez iba a parar en Alemania. Mitca estaba usando los últimos ápices de poderes demoniacos en su habilidad de rastreo por esencia, y tenía que encontrar a Eva a toda costa. Para ella era muy fácil sacar información del infierno por medio de sus múltiples contactos y contratados. Eva tenía muchos beneficios, como todos los hijos y servidores de Lilith.
—¿Puedo preguntar cómo es que logras pasar las armas por el control del aeropuerto? —preguntó Yami repentinamente curiosa al recordar el arma que tenía Mitca escondida en la chamarra, e imaginando las muchas armas que seguramente tenía en la mochila.
—La mochila me la regaló Eva, y tiene una especie de hechizo que hace inútiles muchos de los inventos humanos, pero de cualquier manera la gran mayoría de mis armas, o al menos las que traigo en mis viajes, no las he comprado en tiendas normales, puesto que los demonios y nephilim no mueren con armas humanas… o al menos no tan fácilmente…
Yami se quedó viendo a Mitca con cara de interrogación.
—Dejémoslo en que no son detectables —dijo Mitca, poniendo los ojos en blanco.
—Oh, ya veo… Es todo muy interesante —dijo Yami con una gran sonrisa, y después, emocionada, preguntó: —. Y… ¿me vas a enseñar a luchar?
Le duró muy poco la tristeza de despedirse de su vida normal, porque de pronto ya tenía la mente llena de escenas de películas de acción al estilo Underworld, donde ella era la protagonista… Pero la emoción del momento fue hecha trizas tan pronto surgió, porque Mitca soltó una sonora carcajada, llamando la atención de muchos pasajeros alrededor, que esperaban a que terminaran de abordar el avión para poder despegar.
Yami lo miró con ojos entrecerrados y cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Tú? ¿Peleando? —dijo Mitca, limpiándose las lágrimas que le había sacado el ataque de risa—. Sería como ver un ratón entrenando para vencer a un gato.
—Oye, no estarás a mi lado cada minuto de mi vida, necesito saber defenderme por mí misma…
—Lo pensaré —cortó rápidamente Mitca, cerrando los ojos y reclinando el asiento del avión.
Yami suspiró.
—¿Al menos tienes un reproductor de música o algo así? —preguntó, sin tener nada que hacer ya que al parecer Mitca se iba a dormir.
El chico negó con la cabeza en respuesta, al tiempo que una voz que no era la suya decía:
—Claro, y con todas tus canciones favoritas.
—¡Mike! —dijo Yami, estupefacta al observar a su amigo sentarse en el asiento contiguo al de ella—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Tenía miedo de que algo te pasara, así que sea lo que sea que esté ocurriendo, no te voy a dejar sola.
—Que cursilería… —susurró Mitca, disgustado—. ¿Y quién dijo que podías acompañarnos? —dijo más fuerte, desafiando a Mike.
—Soy libre de hacer lo que me venga en gana, métete en tus propios asuntos.
—Cuida tus palabras conmigo, chiquillo, que no tienes idea de con quién te metes.
—¿Y tú sí sabes quién soy yo? —preguntó Mike, levantando una ceja de manera escéptica.
—¿Debería? —respondió Mitca, cruzando los brazos sobre el pecho, a la defensiva.
—Entonces tú tampoco sabes con quien te metes, así que cierra el pico.
—Mira, pedazo de…
—¿Podrían dejar de discutir? Llaman la atención —dijo Yami negando con la cabeza, pero después sonrió y miró a Mike—. De cualquier manera estoy feliz de que te vengas conmigo, Mike. Ahora todo mi futuro se ha alegrado un montón.
El corazón del chico dio un brinco ante esa sonrisa y esas palabras.
—Sólo serás un estorbo —replicó Mitca.
—No le hagas caso —dijo Yami, restándole importancia con un gesto de la mano—. Así parecen ser todos los de su clase.
—¿Los de su clase? —preguntó Mike, frunciendo el entrecejo con confusión.
—¡Oh! Lo olvidaba… Mike, creo que hay unas cuantas cositas que necesitas saber…



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continuará...

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