domingo, 3 de abril de 2011

Capítulo 3.- Pasando un rato en el infierno

Pasando un rato en el infierno

Mitca finalmente había logrado atravesar el portal infernal, sin embargo donde estaba no se parecía nada al infierno que él recordaba. Estaba en frente de las rejas una catedral elegante. La habilidad que le había entregado el demonio era percibir el infierno tal y como era, y no como lo veían los mortales y sus almas. Le había proporcionado protección mental.
El infierno en realidad era un lugar en el que terminaban todos los edificios que ahora estaban en ruinas, como habían sido en sus tiempos de gloria, sólo obras de arte, pero los humanos lo percibían como un horrible lugar, pues estaba diseñado para que ellos sufrieran ahí.
Mitca no sabía esto, pero aún así agradeció no ver el lugar al que tanto le temía desde que estuvo ahí por primera y única vez. Cerró los ojos y se concentró en la esencia de Yami, y así se dejó guiar por uno de sus tantos poderes entregados por los mismos demonios, entrando al corazón del infierno.
El interior de la catedral estaba lleno de pasillos laberínticos que confundían hasta el más listo. Mitca sólo tenía que seguir la esencia de la chica, sin embargo en el infierno, la esencia del alma, mente y cuerpo de las personas, se hacía más frágil. En conjunto, Mitca terminó por abrir una puerta equivocada, y detrás de ella se encontró con algo que sólo lo retrasaría.
Había, detrás de aquella puerta, diez auras demoniacas, de los que sólo eran monstruos en evolución, que al posar sus ojos saltones y rojos sobre Mitca, empezaron a hacer un escándalo. Mitca salió corriendo de aquel cuarto, pero los demonios lo persiguieron.
—Y todo por esa maldita mocosa… —susurró Mitca entre jadeaos mientras escapaba, no sabiendo si arrepentirse de querer salvarla por un arranque de moral.
Las frases que lo hacían rescatarla, que no dejaban de resonar en su mente, eran dos:
Desperdiciando mi vida…
¿Quién soy yo…?
—Más vale que esto me asegure un lugar en el cielo —dijo Mitca, moviendo la mochila que tenía en la espalda hacia el frente de su torso y empezando a sacar un arma humana, de aquellas que sólo usaba en emergencias extremas. Una granada…

La explosión derribó algunos muros —que tardarían tan sólo unas horas en reformarse—, y detrás de uno de esos muros de encontraba el Grigori, que empezaba a tocar a Yami.
Mitca observó como el hermoso y majestuoso humano, que resultaba ser el Grigori, empezaba a desvestirla.
—¡Detente! —gritó, mientras empezaba a correr hacia Yami, que seguía retorciéndose con el falso dolor de su sueño en el sofá, pero unas cadenas invisibles lo apresaron antes de dar un paso siquiera.
—¿Quién eres tú? —preguntó el Grigori.
—¿Qué pide a cambio de la chica? —preguntó Mitca, desesperado.
—¿Tan importante es para ti?
—¡No! Es sólo que no ha vivido, no ha vivido nada. Es injusto que muera tan joven…
—¿Y tú vas a hacer justicia? —interrumpió el Grigori a Mitca.
El chico se quedó callado, mientras el Grigori comenzaba a explorar con su energía etérea la mente de Mitca, preguntándose por qué no sucumbía ante el efecto que tenía el infierno en los mortales. Descubrió la pequeña protección entregada por un demonio, sin embargo la protección estaba ligada a otra dimensión, por lo cual el Grigori era incapaz de quitarla.
—Sé que no soy la persona más adecuada para hacer justicia, pero quiero ganarme mi lugar en el cielo…
El Grigori, al escuchar las palabras de Mitca, se echó a reír.
—¿Tú crees que alguien que ha servido el infierno por años va ganarse un lugar en el cielo por salvar a una mocosa?
—Quizá… —respondió Mitca, cada vez sintiéndose más insignificante.
—Estás equivocado. Dios no perdona con tanta facilidad. ¡Pregúntaselo a Lucifer, si a mí no me crees! —el Grigori se echó a reír y Mitca empezó a aceptar su fin…
Pero milagrosamente, las cadenas invisibles que lo apresaban se disolvieron momentáneamente, y una voz apareció en su mente:
—Es tu oportunidad. —La voz de Eva, de Lucy…
Mitca alcanzó a Yami y la cargó. El Grigori quedó perplejo.
—¿Cómo…? —empezó a decir, pero Mitca ya había tomado otra granada y la había lanzado a él. Sabía que eso no lo acabaría, pero le daría algo de tiempo para escapar.
Corrió mientras la granada explotaba. Empezó a recitar el conjuro que se suponía lo transportaría de vuelta a la tierra, pero no surtía efecto.
—Mierda. ¿Ahora qué?
—Tienes que salir de la catedral —respondió Eva, que volaba a su lado con aquellas alas correosas que Mitca tanto detestaba—. Dentro los conjuros no funcionan porque la comunicación entre dimensiones es demasiado pobre, tendrías que ser servidor o hijo de Lilith para eso. Sus conjuros demoniacos y divinos resultan ser más poderosos que los de Lucifer.
—Tú eres servidora de Lilith. ¡Sácanos de aquí!
—Sólo funcionaría en mí. Te recomiendo que corras porque ahí viene nuestro querido Grigori… —en ese momento, Eva desapareció. Dejando a Mitca corriendo sólo en los pasillos que parecían laberintos. El pobre Mitca, hasta ese momento, se dio cuenta de que no sabía ni dónde estaba ni hacia donde iba. Estaba perdido ¡y qué buen lugar para perderse…!

Mientras tanto, Yami seguía sufriendo en su pesadilla personal. Las sombras la acosaban, la torturaban, la hacían volverse loca. El pedestal de piedra que tenía debajo de su cuerpo se enterraba en su espalda y vibraba. Escuchaba ruidos ininteligibles que susurraban cosas que ella no quería escuchar, y parecía que ya tenía horas atrapada ahí, sin saber que apenas eran tan solo unos minutos. En el limbo el tiempo se hacía más lento y tortuoso.
Pero de pronto, en medio de toda aquella tortura, escuchó una voz de mujer susurrarle como si la tuviera al lado, decirle algo al oído, ordenarle de manera amable:
—Grita “derecha”.
—¿Qué? —preguntó Yami, aferrándose a lo primero coherente entre toda la oscuridad que la rodeaba, entre todo el barullo y la tortura.
—¡Grita “derecha”!
Y Yami así lo hizo.

—¡Derecha! —gritó Yami en los brazos de Mitca. Él la observó sorprendido. Seguía con los ojos nublados por su pesadilla, seguía retorciéndose, pero… ¿qué acababa de decir…?—. ¡Derecha! —volvió a gritar la chica.
—¿Derecha qué? —preguntó Mitca, sin dejar de correr, y al levantar la vista de nuevo hacia el frente fue cuando se dio cuenta de que por el pasillo por el que corría se avecinaba una encrucijada.
—¡¡¡DERECHA!!! —gritó Yami a todo pulmón.
—¡Ya entendí!
Así, la voz de mujer que le ordenaba cosas a Yami, fue guiando a Mitca a través de la catedral.
—¡Derecha, izquierda, izquierda, derecha…! ¡Detente!
Mitca no se explicaba cómo lo lograba Yami, pero cuando se detuvo, estaba parado sobre un pentagrama. Los pentagramas eran conocidos por reforzar conjuros. Los hijos y servidores de Lilith eran quienes más lo utilizaban al hacer su magia.
—Pero no funcionará, yo soy servidor de Lucifer… —susurró Mitca, pero no había más tiempo, podía escuchar al Grigori acercarse.
Empezó a decir aquellas palabras que se sabía de memoria, cerrando los ojos con fuerza y —¿quién lo hubiera dicho?— rezando porque funcionara…

Cuando abrió los ojos Mitca se encontraba acostado sobre arena. La luz del sol le calentaba las mejillas y el ligero peso del cuerpo de Yami lo aplastaba. Se la quitó de encima con cuidado. Ella estaba inconsciente, lo cual era normal, porque el viaje entre dimensiones era algo agotador, incluso él se sentía exhausto.
—¿Dónde se supone que estoy? —susurró Mitca, mirando alrededor. No había nada más que arena rojiza, estaba en un desierto.
Tomó una profunda bocanada de aire y soltó un grito.
—¡¿Por qué me pasa esto a mí?!
Se dejó caer en la arena, junto a Yami, exhausto. Cerró los ojos y casi instantáneamente se quedó dormido…

Era ya muy entrada la noche cuando Mitca volvió a abrir los ojos. Lo primero que vio fue el cielo estrellado como nunca antes lo había visto. El cielo nocturno siempre se admira mejor en los desiertos, ya que no hay más luz que la de las estrellas. Sintió una calidez en su pecho. Bajó la vista y ahí estaba Yami, usándolo de almohada.
Él se paró repentinamente, para quitársela de encima.
—¡Hey, niña! ¡No seas tan confianzuda! —le dijo a Yami en cuanto esta abrió los ojos sorprendida.
Miró a Mitca y se sintió inexplicablemente aliviada. Se echó a llorar y lo abrazó.
—¡Fue una horrible pesadilla! ¡Pensé que jamás acabaría! —sollozó, buscando apoyo en el abrazo del muchacho.
Mitca suspiró y le dio unas palmaditas en la espalda a Yami.
—Ya pasó, ya pasó…
Esperó a que se calmara antes de levantarse del suelo arenoso.
—¿Ese es el infierno? —preguntó Yami, limpiándose los ojos con las mangas del suéter que llevaba puesto desde hacía más o menos tres días.
—En realidad no tengo idea de cómo funciona eso… La primera vez que lo visité fue horrible, pero ahora fue como estar en cualquier otro lugar. Tú te estabas retorciendo y gritando como loca —dijo Mitca, sin voltear a ver a Yami y empezando a caminar hacia una dirección.
Yami frunció el entrecejo confundida, después miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en medio de ninguna parte.
—Y ahora que lo pienso… ¿Me salvaste?
Mitca respiró profundo y se ruborizó de vergüenza. Yami corrió hasta ponerse en frente de él, pero él no se detuvo, sólo la hizo a un lado y siguió su camino. Yami sonrió para sí misma.
—Así que así fue.
—No te sientas la gran cosa. Fue sólo porque era injusto que murieras tan joven, eso es todo —dijo Mitca, cruzando los brazos sobre el pecho de modo orgulloso.
—Pues sea como sea, te lo agradezco… Aunque fue tu culpa desde un principio por secuestrarme.
—¡Que no te secuestre!
—Raptarme, secuestrarme… Da lo mismo, el punto es que me sacaste de mi casa y me llevaste a otro continente.
Mitca se echó a reír en ese momento.
—Eres una tonta…
—¡Y después de todo lo que pasó, todavía me insultas —se quejó Yami, cada vez más enojada que agradecida al recordar todo lo que Mitca había hecho antes de salvarla—! Es más, a partir de aquí nos separamos. Tú tomas tu camino y yo el mío —dijo Yami, plantándose de pie en la arena.
Mitca se dio media vuelta y la observó, alzando una ceja de forma escéptica.
—¿Estás hablando en serio?
Yami asintió y empezó a caminar hacia la misma dirección a la que Mitca se dirigía, dejándolo atrás. Mitca se echó a reír de nuevo.
—Oye ¿al menos sabes a dónde vas? —le preguntó, divertido.
Yami se paró en seco y se mordió el labio, ya que en realidad no tenía idea ni de dónde estaba.
—Tomaré eso como un “Oh, perdóname, querido y hermoso Mitca, salvador mío. Permíteme estar en tu compañía hasta que salgamos de este desierto” —dijo Mitca, tratando de imitar la aguda voz de Yami, pestañeando de forma coqueta.
Yami se le quedó mirando con la boca abierta. Era la primera vez que veía a Mitca hacer algo tan ridículo.
—Yo no hablo así —dijo Yami, bufando.
—Claro que sí, todo el tiempo hablando como mimada —dijo Mitca, empezando a caminar al lado de Yami.
—¡Yo no soy una niña mimada! —dijo la chica, haciendo un berrinche.
Mitca la observó en ese momento, diciéndole con la mirada “Lo acabas de hacer”. Yami enrojeció de enojo y miró hacia otro lugar, levantando la barbilla y haciendo como que Mitca era una basura.
—En cuanto salgamos de este desierto nos separamos definitivamente —dijo Yami, evitando volver a hacer el tono de voz que utilizaba cuando se enojaba.
—Ese es el plan, aunque te aseguro que mandaran a alguien más a buscarte. Al menos tu muerte no pesará sobre mi conciencia…
Yami volvió a mirar a Mitca, bajando la guardia.
—Pero… —empezó a decir, aunque en realidad no había nada que pudiera decir, nada que pudiera hacer—… ¿Qué puedo hacer para saldar la deuda sin tener que morir? ¿Crees que pueda hacer lo que tú haces?
Mitca negó con la cabeza.
—No lo sé, no sé qué tipo de deuda tengas. Quizá se están cobrando un alma, si es así no hay mucho que puedas hacer… Quizá podrías pedir que te dejaran vivir tu vida y entregarte cuando estés a punto de morir…
—¡No quiero volver ahí en toda mi vida! —interrumpió Yami a Mitca.
—Ya no estarías viva.
—¿No sería lo mismo?
—No lo sé, nunca he muerto que yo recuerde —dijo Mitca, sin poder evitar el echarse a reír.
Yami suspiró, sintiéndose cada vez más asustada.
—Pero si yo no he hecho nada…
Mitca se encogió de hombros y siguieron caminando en silencio, y fue después de un rato cuando Mitca recordó lo que había pasado en el infierno, cómo habían logrado escapar.
—Oye, por cierto ¿cómo es que sabías el camino hasta el pentagrama? —le preguntó a Yami, quien había empezado a distraerse viendo el cielo nocturno en el desierto, maravillada por la cantidad de estrellas.
—¿Eh? —preguntó distraída.
—El camino al pentagrama. Tú me guiaste mientras estábamos escapando del demonio con el que al parecer tienes deudas. Parecía que sufrías, pero me gritabas la dirección aún así y me preguntaba cómo diablos lo supiste —dijo Mitca, mirando a Yami con curiosidad.
Yami frunció el entrecejo e intentó recordar, por más que le temía a sus recuerdos, entonces a su mente volvió la voz de la mujer que le ordenaba que gritara.
—Fue una voz —dijo Yami—. En medio de… de aquella pesadilla, de repente escuché algo coherente. Una voz de mujer me ordenaba que gritara “derecha” o izquierda”. Yo sólo la obedecí —la chica se encogió de hombros y su labio inferior sobresalió como el de un cachorro esperando algo de su dueño mientras miraba a Mitca, quien ante la expresión de la muchacha se echó a reír.
—Ay, Yami, sí que estás loquita —dijo Mitca, alborotándole los cabellos color caramelo a la chica. Ella se quedó perpleja ante la acción de él, abrió los ojos y la boca y se le quedó mirando como si hubiera visto un ovni—. ¿Qué? —preguntó Mitca al ver su expresión.
—Es la primera vez que me llamas por mi nombre…
—No es cierto… ¿o sí? —Mitca rememoró todas las veces que había llamado a Yami, pero siempre se refería a ella como “mocosa” o “niña”. Se encogió de hombros y sonrió—. Supongo que ya no tiene nada de malo que te llame por tu nombre puesto que ya no eres mi víctima.
Yami también sonrió. Era la primera vez que veía a Mitca como una persona amable, o mejor dicho, simplemente como una persona. Sonriendo de aquella manera tan casual, hablando de esa manera, parecía un chico como cualquier otro…
—¿Alguna vez me vas a decir cuántos años tienes? —preguntó Yami.
—Diecinueve. ¿Tú?
—Diecisiete —mintió Yami, sintiéndose algo estúpida por hacerlo, pero sentía que dieciséis no estaba a la altura… pero ¿a la altura de qué?
—¿Entonces reprobaste? —preguntó Mitca, levantando una ceja.
—¿Eh? ¿Por qué lo preguntas?
—Porque cuando fui a tu escuela estabas en el salón del onceavo grado —dijo Mitca, mostrando una cara seria, aunque sabiendo que ella estaba mintiendo. Apenas aparentaba quince.
Yami enrojeció y negó con la cabeza.
—E-estaba ahí por un castigo. El profesor de historia la trae contra mí desde siempre…
—Claro, claro… ¿No será que quieres aparentar más edad conmigo porque te gusto? —preguntó Mitca, codeándole las costillas a Yami, quien lo miró totalmente roja y negó con la cabeza violentamente.
—¡Estás equivocado! No me gustas en lo absoluto… ¡y no me aumenté edad! Es sólo que estoy tan próxima a cumplir los diecisiete que prefiero decir que ya los tengo, eso es todo.
—Oh… que mal que no te gusto. Iba a decir que tú no estás tan mal… aunque de hecho te faltan pechos —dijo Mitca, mirando a Yami de reojo y esperando a ver una reacción divertida.
Y la chica no lo decepcionó. Abrió la boca, ofendida ante el comentario de Mitca, e intentó darle una patada en el trasero, pero él la esquivó con suma facilidad, echándose a reír.
—¡Eres un imbécil!
—Oh, lo siento de verdad por eso… y también por haberte robado tu primer beso en el avión…
—¡¿Y quién ha dicho que fue mi primer beso?!
—¿No lo fue?
—¡No!
—Pues entonces será interesante escuchar el relato de tu primer beso —dijo Mitca con tono inocente y entrelazando los dedos de las manos en frente de él, divirtiéndose a lo grande a costa de la humillación de Yami.
—Pues fue con un chico —mintió Yami, levantando la barbilla como lo hacía siempre que quería mostrarse orgullosa.
—¿En serio? Ya me temía yo que fueras lesbiana —dijo Mitca, echándose a reír.
—¡Llamado Craig! —prosiguió Yami, enfadada.
—¿Sí?
Yami asintió, y no dijo nada más.
—Hm… que interesante —dijo Mitca.
—¿Qué es lo interesante? —tuvo que preguntar Yami, sin aguantarse la curiosidad ante su comentario.
—Lo mentirosita que eres…
—Cree lo que quieras. Yo sé que no he mentido.
—Y muy mala mentirosita —dijo Mitca, echándose a reír nuevamente.
Quizá la compañía de esta chica no es tan mala. A fin de cuentas, me hace reír… pensó el sonriente Mitca, sintiéndose liviano y despreocupado por primera vez en mucho, mucho tiempo…
—Me caes bien, Yami.
—No puedo decir lo mismo, Joseph.
Mitca hizo una mueca ante su nombre real.
—Suena raro —dijo Mitca.
—¿Te molesta?
—Un poco, sí…
—Pues entonces desde ahora para mí te llamas Joseph —dijo Yami, con una radiante sonrisa triunfal.
—Pues si me llamas así yo te llamaré “chica pecho plano”.
—¡Eres un verdadero idiota…!
Y así, por el resto de esa noche en el desierto, Mitca —o Joseph— y Yami —o “chica pecho plano”—, caminaron y discutieron hasta ver la luz del alba en el horizonte…

El sol estaba en su punto más alto en el cielo, y Mitca y Yami llevaban horas caminando. Yami sentía que en cualquier momento iba a desmayarse del calor y la sed.
—¿Estás seguro de que sabes a dónde vamos? —le preguntó a Mitca entre jadeos. Se había quitado el suéter azul marino de su colegio y se lo había puesto sobre la cabeza, tratando de cubrirse de los rayos solares. Mitca, a pesar de estar tan pálido, parecía inmune al sol.
—No —respondió él, mirando hacia todas direcciones.
Yami, al escuchar la respuesta, se quedó perpleja.
—¡¿Entonces cómo es que tan fácil eliges hacia dónde vamos?!
—Estamos caminando en línea recta. Cuando nadie sabe dónde estás, la mejor opción no es quedarte en el mismo lugar… Y pensándolo bien, puede que algunos sí sepan dónde estamos, pero no creo que quieras que nos encuentren —comentó Mitca de la forma en que solía hacerlo, como si formara parte de una pesadilla.
Yami en realidad empezaba a volverse inmune a esa forma de ser suya, pero aún así le recorrió la espalda un escalofrío, a pesar del calor del desierto.
—Tengo sed —se quejó Yami después de un rato de silencio, ya estaba muy cansada. Había sudado mucho y empezaba a deshidratarse.
—¿Y qué quieres que haga?
—No te he pedido nada, sólo dije que… —pero en ese momento Yami se desmayó. Mitca no se dio cuenta primero, se giró para ver por qué no había terminado de hablar y la vio tirada en la arena.
—¡Yami! ¡Hey, mocosa! ¿Qué rayos te sucede? —dijo Mitca, levantando a Yami del suelo y agitándola, pero ella no respondió. Sus labios estaban secos y estaba ardiendo en fiebre.
Insolación. Mierda, delicada tenías que ser… pensó Mitca, suspirando mientras la cargaba sobre su espalda y se apresuraba a cruzar el desierto, en busca de civilización, pero no había nada a la vista, y podían estar a kilómetros de algún pueblo.
Lo único que podía verse eran dunas y más dunas. Algunas montañas de roca y arena a lo lejos, pero nada más. Mitca empezaba a preocuparse.
A este paso…
Pero la fortuna estuvo de su lado esta vez. A lo lejos vio algo que parecía ser una civilización. Al notar que no era su imaginación ni un espejismo, apresuró el paso.
Se adentró en el pueblo, formado en su mayoría —si no es que en su totalidad— de chabolas. Las personas enseguida lo rodearon, diciendo cosas con acento árabe.
“¿Quieres hospedaje?”, “¿Necesitas alimento?”, “¿Una excursión por el desierto?”…
—Hey, tú, el chico de negro —dijo de repente una voz que no tenía un acento tan marcado en medio de todo el barullo que rodeaba a Mitca, llamando su atención—. ¿Tú eres Mitca?
Era un hombre alto, robusto y de piel morena. Una barba espesa y negra le cubría la mitad inferior de la cara y sus ojos parecían oscuros abismos. Mitca asintió, sin saber quién era aquel tipo ni cómo sabía su nombre.
—Sígueme.
Desconfiado y receloso, pero sin tener muchas opciones, Mitca siguió a aquel tipo a través del pueblo, dejando atrás a todos los comerciantes que en un principio lo habían rodeado. El hombre entró en una de las tantas chabolas e invitó a Mitca a pasar. Dentro estaba lleno de alfombras y reliquias. Era una tienda.
El hombre se dirigió hasta una mesita en el centro del lugar y se sentó en el suelo, junto a una mujer que Mitca conocía perfectamente, pero que se sorprendió de ver ahí.
—¡Eva!
Ella le sonrió le hizo una seña para que se acercara, pero Mitca negó con la cabeza y señaló a Yami.
—Está deshidratándose y tiene temperatura. Necesito atenderla pronto.
Eva le dedicó una rápida mirada al hombre que acababa de sentarse junto a ella, y este en seguida se puso nuevamente de pie y le hizo señas a Mitca para que pusiera a la chica sobre unas mantas que estaban extendidas en el suelo.
—Él la atenderá. Ven y siéntate junto a mí —le dijo Eva a Mitca, al ver como este observaba con atención felina cada movimiento que hacía el tipo alrededor de Yami. El joven suspiró y fue a sentarse al lado de Eva.
—¿Cómo supiste que terminaría aquí?
—La magia que nos entrega Lilith es muy fuerte. Digamos que dejé un pequeño conjuro en la catedral y a sus alrededores, así te trasportaría a este desierto. Wadi Rum.
—¿Cómo te aseguraste de que encontraría el camino hasta aquí?
—Eso no lo aseguré —contestó ella, dedicándole una mirada divertida a Mitca, quien esbozó media sonrisa y negó con la cabeza.
—Debí haberlo imaginado. Siempre jugando con la suerte, Lucy…
Ella se echó a reír jovialmente.
—Hacía años que no me llamabas así.
Mitca puso expresión dolida entonces.
—Es que ese ya no es tu nombre…
Eva suspiró y acarició el rostro de Mitca.
—¿Por qué? ¿Qué hice que te molestara tanto…?
—Te vendiste.
—¡Pero fue por ti!
—Eva, no sigas… —Mitca le tomó la mano y la alejó de su rostro.
Ella suspiró y cerró los ojos, y al abrirlos volvió a poner aquella sonrisa, que tan sólo era y siempre sería una fachada.
—Te has metido en muchos líos por esa chiquilla, Mitca. El demonio que la requería era nada más y nada menos que uno de los ocho Grigori.
—¿Y qué es lo que quiere de ella?
—¿A caso no conoce su propia deuda?
Mitca se encogió de  hombros. Eva sonrió y cerró los ojos, concentrándose.
—No la conoce…
—Es una mala costumbre meterte en los pensamientos de las demás personas Eva.
—No me metí en los tuyos, sino en los de ella, sólo puedo ver los pensamientos mientras duermes, pero ella está dormida ahora… —Eva sonrió de manera maliciosa y Yami gimió entre sueños.
—Déjala en paz —ordenó Mitca, suspirando.
—¿Por qué?
—Porque sí. ¿Planeas decirme cuál es la deuda de la chica, o no la sabes? —preguntó Mitca, cambiando rápidamente de tema.
Eva bufó.
—Sí lo sé, pero lo que no sé es la manera en que se podría solucionar…
—¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre con ella?
—Es algo así como reencarnación. La fuerza que el Grigori alguna vez le prestó a uno de los ancestros de la chica para otorgarle una vida más larga reencarnaría en la primera mujer que naciera a su muerte. Y esa mujer es…
—Yami.
Eva asintió.
—¿Entonces ella tiene que morir para entregarle la fuerza al Grigori? —preguntó Mitca, sintiéndose ligeramente conmocionado, aunque sin saber decir por qué.
—Parece que tiene que ser así… aunque no puedo leer mentes más que cuando las personas duermen, Mitca, y los ángeles ni duermen mucho ni son personas…
El chico suspiró, frustrado, y le dedicó una mirada a Yami, quien estaba todavía inconsciente. Que niña tan problemática. Sería mejor no involucrarme, pero…
Los pensamientos de Mitca fueron interrumpidos al ver la acción del hombre que la estaba atendiendo. Empezó a desabrocharle los botones de la blusa y Mitca rápidamente se levantó del suelo.
—¡¿Qué está haciendo?! —le demandó al tipo en cuanto le detuvo las manos.
—Tiene la ropa asquerosa. Le pondré esta —el tipo señaló con un movimiento de cabeza unas ropas que yacían en el suelo. Mitca negó con la cabeza, ruborizado, después se giró para encarar a Eva, quien lo miraba con expresión escéptica.
—¿Podrías…? —preguntó Mitca, dejando su frase inconclusa.
Eva puso los ojos en blanco e hizo una expresión de disgusto.
—No la va a violar —dijo Eva, sacando de una de las mangas de sus holgadas ropas un cigarrillo.
—Pero no creo que a Yami le guste el hecho de que la cambie un hombre.
—No tiene por qué saberlo…
—Pero lo sabré yo.
Mitca le rogó a Eva con la mirada, y esta se quedó confundida a la vez que perpleja.
—¿Desde cuándo eres tan cuidadoso con la chica…? O mejor dicho ¿desde cuándo eres “Señor Moral”?
—Desde que sé que me hace reír y desde que descubrí la culpa —contestó él, suspirando ante sus recuerdos y levantándose del suelo una vez que el tipo que iba a cambiar a Yami también se levantó, dejando las ropas donde las había puesto—. Es como la hermana que nunca tuve y que siempre quise para molestarla…
—¿O sea que la proteges como a una hermana? —preguntó Eva, ofreciéndole el cigarrillo encendido a Mitca, quien lo tomó de su mano y le dio una calada.
—Algo así, creo… aunque no la quiero como a mis hermanos. Digamos que me siento en deuda con ella por hacerme sentir tan liviano —dijo Mitca después de haber soltado el humo del cigarrillo—. Ya me hacía falta uno de estos… —comentó, refiriéndose al cigarro.
Eva lo miró con sospecha, pero se tragó lo que quería decirle y se levantó de su lugar en el suelo. Camino hasta Yami y empezó a desvestirla. Mitca se levantó entonces y salió de la tienda, vigilando que no entrara nadie…
Yami, Yami, Yami… No sé si te debo una o si tendría que estar enojado, pero por ahora creo que me gustaría molestarte un rato… pensó Mitca con una sonrisa, envuelto por el humo del cigarro que fumaba y mirando con ojos positivos su futuro. Si hubiera sabido lo que se avecinaba, no hubiera estado tan tranquilo…

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continuará...

1 comentario:

Lyan R. dijo...

Ale, buen capi, hace mucho que no te leía, y esta súper, ahora me regreso a mis notas...
Lyan

PD, revisa el blog Other World


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