jueves, 16 de junio de 2011

Capítulo 6.- Pasado y destino




Pasado y destino


Salieron a las dos de la tarde del aeropuerto internacional de Berlín, y llegaron a Shanghái, Pu Dong, apenas pasadas las diez de la noche. Yami se había quedado profundamente dormida después de haber estado pasándole comida a Cedar dentro de una maleta que había comprado Eva, y también después de haber estado jugando con el monito—de una manera incompresible para el resto del grupo— con el sólo hecho de mover la mano dentro de la maleta y que este se la estuviera mordiendo, hábito que, por cierto, venía sólo a Cedar por instinto.
Al llegar, Mitca no quería despertar a Yami, le daban ganas de jugar con ella mientras dormía como lo había hecho en la mañana, sólo para ver su reacción, y, por su parte, Mike tampoco la quería despertar, aunque sus razones eran diferentes. Quería tener la oportunidad de cargarla mientras dormía; experiencia que el chico sólo había podido vivir una vez después de una fiesta. Yami no aguantaba despierta hasta la hora en la que terminaba la fiesta, pero aún así se había negado a retirarse… y así, se había quedado dormida recargando la cabeza en el hombro del muchacho, puesto que habían permanecido sentados en uno de los tantos sofás de la habitación.
Aún así, no era el momento para cargarla, por mucho que el hecho de que estuviera dormida divirtiera a Mike y a Mitca.
—¡Hey, despiértate! —le dijo Mitca, entre rudo y amable—. Ya llegamos, tenemos que bajar del avión.
Yami se talló los ojos y se estiró, entonces, sin decir una palabra, asintió e hizo lo que se le decía.

Ya estando por las calles nocturnas de Pu Dong, Yami empezaba a preguntarse qué seguiría ahora. Sabía que tenían que buscar a sus abuelos, pero no pensaba que fuera tan fácil encontrarlos… y, aún así, parecía que Mitca y Eva sabían exactamente adónde iban.
Ella y Mike se limitaban a seguirlos en silencio. Finalmente, Yami y Mike notaron como Eva y Mitca cruzaban miradas y asentían, como si intercambiaran información con sólo ese gesto, entonces se detuvieron a punto de cruzar la calle.
—¿Qué ocurre? —preguntó Yami con curiosidad.
—Tenemos que pasar desapercibidos, por aquí se percibe olor a demonio —respondió Mitca.
Yami en seguida se tensó.
—¿Nos están siguiendo?
Mitca negó con la cabeza ante la pregunta de la chica.
—Es normal que haya demonios por distintos lugares, pero no sabemos si ya conocen nuestra imagen, tenemos que ser discretos y no desentonar. Eva ya se está encargando de darnos una apariencia común —dijo Mitca. Yami asintió y levantó la vista para mirar la cara del chico, y fue entonces cuando se dio cuenta de que su rostro era el de una persona oriental.
—¡¿Qué demo..?!
Mitca tapó la boca de Yami antes de que pudiera gritar.
—Es un conjuro de Eva, parecido al poder de Cedar de cambiar de forma. Tranquila, que no es para siempre, sólo dura unas horas. Hay que apresurarnos y salir de aquí ¿de acuerdo?
Yami asintió y luego miró a Mike, como preguntándole con los ojos si estaba todo bien. El asintió, mientras su cara sufría una transformación a la de una persona oriental, de pelo negro y ojos rasgados.
—Ya vámonos —dijo Eva, abriendo la puerta de un taxi que acababa de estacionarse justo en frente de ellos—. Sé de un hotel barato…

Llegaron a un hotel pequeño y con fachada humilde, pero al menos estaba limpio —a diferencia del que había conocido Yami en Roma.
Pidieron una sola habitación con dos camas matrimoniales. Escatimaban en gastos puesto que ahora no había muchos lugares de donde podían conseguir dinero, ya que el trabajo de Mitca no era más su trabajo, y el paradero de Eva tenía que ser desconocido.
—¿Así que el trabajar para el infierno también da dinero…? —dijo Yami, después de haberle preguntado a Mitca de dónde sacaba dinero.
—Y mucho —respondió Mitca, estirando los brazos detrás de la nuca mientras estaban todos juntos en el elevador—, aunque pasa a ser menos necesario cuando estás trabajando. La magia hace la mayoría por el dinero.
—Ya veo —dijo Yami, pensativa.
—Pero no vale la pena —espetó Mike repentinamente.
Mitca suspiró, pero no dijo nada, lo cual, con palabras, era una afirmación. Yami también suspiró y acarició el pelaje de Cedar, quien venía dormido dentro de la maleta de mano que tenía colgada del hombro.
Llegaron finalmente a la habitación treinta y tres, y cuando abrieron la puerta y se dispusieron a acostarse fue que se dieron cuenta de que, en realidad, no sabían cómo se iban a acomodar.
—No puedo dormir con Yami, es una chica —dijo Mike preocupado.
—O sea que tiras hacia el otro lado —dijo Mitca, echándose a reír—. No te preocupes, muy respetable…
—No seas idiota. Creo que sabes a lo que me refiero —dijo Mike, con mirada ácida.
—Sí, sí, sí… Bueno, yo con Eva no puedo dormir tampoco —dijo Mitca, frunciendo la boca—. Tengo mis razones…
Yami lo miró con sospecha ante ese comentario, pero no dijo nada.
—Entonces yo dormiré con la chica en una cama y ustedes pueden dormir en la otra —dijo Eva.
—¡Ni loco voy a compartir la cama con él! —dijo Mike.
Mitca puso los ojos en blanco.
—Ya lo escucharon. La verdad a mí tampoco me apetece dormir con este tipo —dijo Mitca, mientras soltaba un bostezo.
—No conmigo y no con él. ¿Entonces con ella sí dormirías? —preguntó Eva, arqueando una ceja mientras señalaba a Yami.
Mitca encogió los hombros y levantó las cejas.
—Supongo…
A Yami se le aceleró el corazón.
—De ninguna manera —dijo Mike, negándose rotundamente.
—P-por mí no hay ningún problema —tartamudeó Yami, encogiéndose de hombros y tratando de esconder lo mejor que podía su nerviosismo y emoción.
—¡Yami!
—Entonces, está decidido —dijo Mitca, con una sonrisa burlona escondida en sus facciones de tal manera que nadie la notó—. A dormir…

Las luces estaban apagadas, todos estaban acostados ya y habían recuperado sus apariencias originales, pero Yami simplemente no se podía quedar dormida.
Escuchaba detrás de sí la respiración de Mitca y sentía el calor que despedía su cuerpo sin necesidad de tocarlo. No sabía si de verdad estaba transmitiéndole electricidad o si era sólo un producto de su imaginación, pero sentía un cosquilleo provenir del lugar donde sentía que él estaba más cerca. Cedar también estaba durmiendo con ella, acurrucado a un lado de su cabeza, en su almohada.
¿Estará dormido?
Se giró lentamente, teniendo cuidado de no mover la cama para no despertar a Mitca. Finalmente, cuando consiguió darse la vuelta para observarlo de frente, él abrió los ojos y dibujó una sonrisa en su cara. A Yami casi le da un infarto cuando la descubrió observándolo, su cara se puso roja como la de un tomate y agradeció que casi no hubiera luz.
—¿Teniendo problemas para dormir? —susurró Mitca.
Yami tragó saliva y asintió.
—¿Quieres que te cuente un cuento? —preguntó él, acercándose a la chica para ponerle un brazo encima y acercarla a su pecho.
—¿T-te s-sabes alguno? —tartamudeó Yami en susurros, ocultando la cara en el pecho del muchacho.
—Hm… déjame pensar —pasó un minuto antes de que preguntara—. ¿Te sabes La leyenda del Rey Errante?
Yami negó con la cabeza.
—Bueno… No es un cuento, en realidad es un libro que leí hace muchos años, pero es uno de mis favoritos… aunque hasta hace poco descubrí su significado. ¿Quieres escucharlo? —preguntó Mitca, a lo que Yami asintió con la cabeza, por lo tanto él prosiguió.
”Hace mucho, mucho tiempo, existía un reino llamado Kinda…

Mitca resumió el libro que había leído para Yami, y al terminar, era muy de madrugada, además de que ella ya se había quedado dormida. La separó un poco de su pecho y le observó el rostro, acariciando cuidadosamente su mejilla. Suspiró y cerró los ojos, únicamente deseando que aquel libro, que hablaba de crear nuestro destino, tuviera la más grande de las razones…



Al día siguiente, cuando Yami despertó, aún se encontraba entre los brazos de Mitca. No tenía idea de cómo había logrado dormir así, pero Mitca le había echado el brazo y la pierna encima. Estaba prácticamente inmovilizada, razón por la cual se echó a reír… y al hacerlo notó que detrás de ella había un enorme bulto que también la aplastaba. Se giró siendo cuidadosa y fue entonces cuando notó que Cedar ya había vuelto a su forma original, y él también le había echado un brazo encima a la pobre Yami. Ciertamente, no terminaba de entender cómo no había muerto asfixiada… o estrangulada.

No sabía cómo salir de aquel enredo sin despertar a los dos muchachos, así que decidió quedarse ahí hasta que despertaran… aunque, para su mala fortuna, tenía ganas de orinar, por lo tanto no podría aguantar mucho tiempo.
Tenía que despertar a alguien para poder salir de un lado o del otro, pero si despertaba a Mitca era probable que él se enojara. Con su carácter tan impredecible no me sorprendería que se mantuviera enojado por el resto del día, pensó Yami.
Y del otro lado teníamos a Cedar. Mi salvación.
Cuidadosamente movió el hombro del chico que dormía con la boca abierta, tratando de hacer que la cama se moviera lo menos posible.
—Cedar, por favor, despierta —susurró la chica, mordiéndose el labio.
—Oh, Eva, yo también te amo…
Yami puso los ojos en blanco.
—Déjame quitarme de la cama, me estoy haciendo pipí —rogó Yami, moviendo con más urgencia el hombro del demonio.
Al fin, Cedar abrió los ojos y miró a Yami.
—Oh, buenos días, Yami —dijo Cedar, mientras bostezaba y se estiraba.
—Buenos días. Oye, podrías ayudarme salir de este enredo. —Yami señaló con los ojos a Mitca, y Cedar, al notar a lo que la chica se refería, sonrió y asintió.
—Claro.
Se levantó de la cama y deshizo cuidadosamente el abrazo al que Mitca tenía a Yami sometida.
—Gracias, te debo una —dijo Yami, mientras se apresuraba al baño.
—En realidad ya me debes como tres —susurró Cedar, más para sí mismo que para Yami, mientras volvía a acurrucarse en la cama…
Cuando salió del baño, Yami vio que ninguna persona tenía intensiones de levantarse temprano, así que decidió salir a dar una vuelta y pensar…
Salió de la habitación silenciosamente y cerró la puerta detrás de sí. Suspiró mientras se alejaba hacia la pequeña alberca del hotel. Hacía mucho calor, a diferencia del clima en Berlín. En Shanghái, durante los veranos, la temperatura rondaba los treinta grados Celsius.
Al llegar a la piscina, Yami se quitó los zapatos negros que usaba para la escuela —y que había tenido puestos desde que Mitca la había secuestrado—, se remangó los pantalones hasta las rodillas y se sentó en el borde de la piscina para meter los pies al agua.
Mitca… Mitca… Mitca… Era lo único en lo que estaba su mente en esos momentos. Su aroma aún estaba impregnado en ella y por ende no podía dejar de pensar en él… o al menos a eso le echaba la culpa.
El sólo hecho de recordar su rostro en la baja luz del cuarto, cuando la estrechó contra su pecho y le susurró la historia al oído.
La historia… Casi no recordaba de qué trataba la historia que le había contado. Algo de un príncipe llamado Walid y de poesía. Se sintió ligeramente ansiosa al no poder recordar con detalle esa historia, puesto que era la primera vez que Mitca la había tratado de forma tan amable y quería recordar cada detalle.
De pronto el rugido de su estómago la tomó desprevenida, e hizo que sus pensamientos tomaran un rumbo más nostálgico.
Ethan… Su hermano siempre les preparaba el desayuno en las mañanas. En ese momento se dio cuenta de que extrañaba a su familia. Trató de resignarse a que era posible que no los volviera a ver dentro de mucho tiempo, pero no pudo evitar que una lágrima se escabullera por su mejilla.
—Los extrañas ¿eh? —dijo de repente la voz de Mike, quien apareció a su lado casi de la nada. Yami asintió sin decir nada—. Yo también extraño a los míos…
—¿Por qué no te quedaste con ellos entonces? —preguntó Yami.
—Porque, en estos momentos, creo que tú me necesitas más.
—Gracias, Mike. Eres un gran amigo…
—¿Mejor que Cristi? —preguntó el chico, bromeando.
—No sé si ella hubiera sido capaz de embarcarse en un peligro de tal magnitud… pero sinceramente lo dudo, así que, por ahora, sí. Mejor que Cristi.
Mike sonrió y después miró al frente.
—Hace calor ¿no? —comentó.
—Bastante. Me recuerda a California.
—¿Sabes que es bueno para combatir el calor? —preguntó Mike, con un tono de voz divertido.
Yami frunció el entrecejo con confusión como por tres segundos, y cuando finalmente captó ya era demasiado tarde.
—¡Oh, no, Mike! —gritó, pero el chico ya la había empujado a la piscina con todo y ropa puesta.
Él se echó a reír, sin pizca de arrepentimiento.
—Me las vas a pagar —dijo Yami, tomándolo por el tobillo y jalándolo hacia la piscina con ella.
Empezaron a lanzarse agua y jugar, y así estuvieron por unos minutos, hasta que un empleado del hotel los descubrió y empezó a gritarles cosas en chino que, por cierto, ninguno de los dos entendió.
—Creo que quiere que nos salgamos —dijo Yami.
—Pues no hay que esperar a que llame a seguridad —contestó Mike, mientras salía de la alberca y le daba una mano a Yami para que ella también pudiera salir.
—¿Traes ropa? —le preguntó la chica a su amigo cuando estaban caminando de regreso a la habitación.
—Sí. ¿Tú?
Yami frunció el entrecejo.
—Tendré que pedirle prestada a Eva…
Al entrar a la habitación Eva y Cedar estaban ya despiertos, el demonio viendo la tele y, probablemente, no entendiendo nada, y la chica sentada en el suelo con las piernas cruzadas, rezando —o haciendo algo parecido.
Mitca no estaba por ningún lado.
—¿Dónde está el inútil? —preguntó Mike.
—Fue por comida y a hacer algunas investigaciones. Dijo que estaría de regreso a la una de la tarde —contestó Cedar—. ¿Por qué vienen empapados? —preguntó después de que los miró.
—Historia estúpida —respondió Yami—, no vale la pena contarla. Oye ¿crees que me quiera prestar algo de ropa? —preguntó, señalando a Eva, que parecía tan concentrada en lo que murmuraba que no prestaba atención a nada más.
—No es necesario. Mitca te compró algo cuando estaban en el desierto. Sabía que te haría falta —dijo Cedar, entonces tomó la mochila de Mitca, la abrió y extrajo a ropa que había comprado el chico para Yami—. Elige lo que quieras.
Yami sonrió, sintiéndose feliz —demasiado feliz—por el hecho de que Mitca hubiera comprado ropa pensando en ella.
—Gracias —dijo con una sonrisa, y después bajó la vista hacia la cama, para observar aquello que Mitca había comprado para ella.
Era todo negro. No había una pizca de color.
Al observar la cara de decepción que puso Yami, Cedar se echó a reír.
—Sí que sabe elegir ropa ¿eh? —comentó Mike, quien se había parado justo a su lado después de haber elegido su propia muda de ropa.
—Hey, al menos no tendrás que esforzarte en hacer que convine —animó Cedar.
—Supongo —dijo Yami, después de un suspiro…

Después de horas, Mitca finalmente volvió al hotel, y al entrar en la habitación se encontró con Eva leyendo un libro —como siempre—, mientras Yami, Mike y Cedar jugaban cartas.
—¿Tienes un siete de corazones? —le preguntó Mike al demonio con voz aburrida.
—Ve a pescar —contestó Cedar, mientras se le escapaba un bostezo.
—Se nota que se divierten —dijo Mitca, mientras cerraba la puerta detrás de sí al entrar y luego depositaba en la mesa de la habitación un par de bolsas de plástico que traía consigo—. Por cierto, Yami ¿sabes dónde viven tus abuelos?
—Creo que una vez escuché a mi padre decir que vivían en Shanghái. ¿Eso no es aquí mismo? —preguntó Yami, pensativa.
—Sí. Ya fui a investigar a las oficinas de registro civil. No preguntes cómo, pero creo que encontré la dirección de tus bisabuelos. Me costó mucho trabajo… y algo de dinero —dijo Mitca, echándose de espaldas en una de las camas.
—¿En serio? —preguntó Mike, ligeramente sorprendido mientras se acercaba a la mesa y revisaba las bolsas que había traído Mitca. Era comida.
—Sí. Ahora sólo hay que llegar, lo cual no sería un problema si supiera leer chino —dijo el chico mientras respiraba profundo.
—Eso no es problema —aseguró Eva, quien finalmente había salido del trance en el que la había tenido su libro durante toda la mañana—. Yo puedo leer las direcciones.
—¿De verdad? —preguntó Mitca, gratamente sorprendido—. Entonces no hay mayor problema. Después de comer nos vamos.
—Que rápido fue todo —dijo Yami, mientras se metía un trozo de comida a la boca después de haberse sentado al lado de Mike—. Pensé que tomaría al menos unos días…
—¿Qué puedo decir? La práctica hace al maestro —presumió Mitca con una sonrisa.
Yami lo miró escéptica, levantando una ceja, pero no dijo nada, en lugar de eso ignoró su presunción y siguió comiendo, hasta que Mike abrió la boca para decir:
—Esto está bueno. ¿Qué se supone que es?
—Algún tipo de insecto, creo… —respondió Mitca.
Acto seguido: Yami escupió todo lo que tenía en la boca, se levantó de la silla con violencia, y se metió al baño corriendo.
—Sabía que eso pasaría —susurró Mitca mientras se echaba a reír.
—Deberías haberle dicho antes —dijo Cedar, mirando con cara de lástima la puerta del baño mientras escuchaba cómo Yami tosía con fuerza.
—Sí, bueno… como que tenía ganas de ver esa reacción —susurró Mitca para sí mismo, con una sonrisa que se extendió de forma burlona en sus labios apenas Yami salió del baño después de haberse lavado bien los dientes—. ¿Salió todo? —le preguntó a la chica.
Ella se limitó a mirarlo con ira.
—No me hables por un rato ¿sí? —le dijo Yami, claramente enojada, lo cual sólo divirtió a Mitca aún más.
—¿Cómo iba a saber yo que tenías prejuicio hacia los insectos como comida?
Yami se quedó callada, sólo lo miró con irritación y caminó hasta posicionarse delante de la cama —en la que no estaba Mitca—, para después dejarse caer boca abajo.
Mike miró la escena complacido. Era fácil hacer enojar a Yami, él lo sabía por experiencia propia, pero también sabía que si Mitca seguía molestándola tanto iba a llegar un momento en el que Yami no tomaría nada en serio viniendo de él, como sucedía con Mike o con los hermanos de Yami… al menos Mike tenía la esperanza de que eso pronto también pasaría con Mitca.
Mitca miró a la chica dándole la espalda enojada, no sabía qué era tan divertido, pero, demonios, sí que lo era…
Se levantó de la cama en silencio. Todos se habían vuelto a distraer: Mike comiendo, Eva leyendo y Cedar viendo televisión.
Se acercó hasta la cama donde estaba Yami y se acostó a su lado. Yami sintió cómo la cama se movía, y no estaba segura de quien se había acostado a su lado, pero por alguna extraña razón —quizá porque tenía muy bien identificada la temperatura corporal de Mitca desde la noche anterior—, supo que era él.
Sintió como el chico tomaba un mechón de su cabello y empezaba a jugar con él, rozando su cuello y haciéndole cosquillas. Un par de veces sintió sus dedos rozar su piel y eso bastó para que ella girara la cabeza para mirarle, con la cara sonrojada, y susurrara:
—Déjame en paz.
—¿Por qué? —preguntó el muy sínico, con cara de fingida inocencia.
—Porque estoy enojada contigo.
—¿Por qué?
—Porque me diste de comer insectos.
—¿Sólo por eso?
—¿Te parece poco?
—Sí.
—Pues lo siento, pero es sólo por eso, así que, si no te molesta, déjame sola —dijo la chica, mientras le quitaba el mechón de cabello a Mitca y se giraba por completo para darle la espalada.
Mitca se echó a reír y repentinamente abrazó a Yami por la espalda. El corazón de la chica de milagro no explotó en ese momento. Podía sentir la respiración de Mitca en su cuello, incluso sentía tenuemente los latidos de su corazón…
—Vaya, sí que tienes un pulso acelerado ¿eh? —susurró Mitca en el oído de la chica.
Y Yami no pudo responder. Sí lo hacía se le iba a quebrar la voz, así que prefirió quedarse callada y cerrar los ojos, sin moverse siquiera. Fueron treinta segundos exactos los que Yami mantuvo los ojos cerrados y sintió el abrazo de Mitca, treinta segundos en los que fue increíblemente dichosa… pero al abrir los ojos se encontró con la mirada curiosa de su amigo Cedar y saltó repentinamente.
—¿Qué te ocurre? —preguntó Mitca, confundido por ese brinquito.
Yami negó con la cabeza para no tener que hablar, al tiempo que miraba a Cedar con ojos suplicantes. El demonio sólo se echó a reír silenciosamente ante los gestos de su amiga y luego señaló en dirección a la mesa.
Yami levantó la cabeza un poco y con el rabillo del ojo notó que Mike y Eva estaban ignorándolos por completo, y en ese momento también captó la mirada de Mitca, curioso.
—¿Ya se te pasó el enojo? —preguntó el chico, con una sonrisa entre burlona y amable.
Yami suspiró y asintió, al tiempo que se giraba para darle la espalda a Cedar y la cara a Mitca. Entonces lentamente volvió a cerrar los ojos y a pegar su frente en el pecho del muchacho.
—Eres bipolar ¿verdad? —preguntó Mitca, divertido, mientras metía los dedos entre los suaves cabellos de Yami y los alborotaba.
—Mira quién demonios lo dice.
—Nah… yo no soy bipolar, lo que pasa es que me caes bien, pero también me gusta molestarte…
—¿En serio, te caigo bien? —preguntó Yami, sin voltear la vista hacia Mitca, evitando la mirada del muchacho a toda costa para no mostrarle la sonrisa estúpida que tenía en esos momentos.
—Claro, no seas tonta… si no me agradaras no te habría salvado desde el principio. Idiota.
Yami repentinamente abrazó a Mitca, cosa que hizo que él sinceramente se quedara un poco sorprendido, aunque no sabría decirse si gratamente…
Acarició un momento más la cabellera de la chica y después, gentilmente —tan gentil como podía ser Mitca—, separó a Yami de sí mismo.
—Si ya acabaste de comer, Mike, y tú no vas a comer nada —esto segundo lo dijo refiriéndose a Yami, aunque sin mirarla—, creo que es tiempo de empezar a movernos. Eva ¿en serio tú puedes guiarnos?
Eva asintió y con ese gesto el libro que tenía adelante, más grande que una biblia, se empequeñeció y así pudo meterlo en un bolsillo de su pantalón negro.
—De acuerdo, entonces vámonos…

Fueron unas cuantas horas de caminata en las calles las que bastaron para encontrar un pequeño local que tenía un anuncio que decía, en símbolos chinos, “Restaurante Chan”. Yami reconoció su apellido, pues desde que eran pequeños sus hermanos y ella, su padre les había enseñado a escribirlo y leerlo en su idioma original.
—Es ahí —dijo la chica, incluso antes de que Eva lo dijera.
Mitca miró a Eva como para confirmar, y al ver que ella asentía, siguió a Yami sin más vacilaciones.
Mike silbó con admiración al ver el interior del restaurante. Era todo muy elegante, demasiado elegante…
Un segundo después de haber cruzado las puertas, un mesero ya los estaba atendiendo. Desafortunadamente, ni Mike ni Yami entendieron ni pío de lo que les estaba diciendo.
—Eh… n-no, yo… —empezó a decir Yami, pero pronto Mitca, Cedar y Eva (sobre todo esta última) llegaron al rescate.
Eva empezó a hablar con el mesero. Ninguno de los otros viajeros de enteraron de qué dijeron, pero de un momento a otro, el mesero inspeccionó a Yami de pies a cabeza, y después, con una sonrisa, los guió hacia el interior del local.
—¿Qué le dijiste? —le susurró Mitca a Eva al oído.
—Sólo le pregunté que si podíamos hablar con el dueño del local, que lo buscaba su querida nieta. Y él, después de echarle un vistazo, accedió…
El mesero les hizo unas señas a los chicos que parecieron indicar que tenían que esperar un momento. Abrió unas puertas y entró a una habitación. Esperaron por unos veinte segundos, después el mesero volvió a salir y les hizo señas para que entraran.
Todos pasaron a la habitación. Yami se sentía muy nerviosa, pues finalmente conocería la verdad sobre sus ancestros y sus deudas. Le temblaban las piernas, ya que tenía miedo de lo que podrían llegar a ser malas noticias. Sabía muy poco de las deudas infernales y los demonios, pero lo poco que sabía era, en definitiva, suficiente para hacerle un nudo en el estómago.
—Querida ¿eres tú? ¿Yami? ¿Dónde están tus hermanos? ¿No me digas que son ellos dos? —dijo repentinamente la voz de una anciana, que sacó a Yami de sus pensamientos.
Al alzar a vista se encontró con una viejecita canosa y arrugada. Era extremadamente delgada y estaba sentada en una silla de ruedas, pero su postura y su porte eran elegantes, a pesar de la edad. Yami reconoció el color de los ojos de la anciana en los suyos propios.
—N-no… quiero, quiero decir… Yo…
—No estamos aquí de visita. —Mitca fue directo al grano.
Yami lo miró estupefacta. El chico tenía una mirada severa y una expresión fría.
Giró la vista hacia quien podía ser su tátara abuela, para disculparse por la actitud ruda del chico, pero ella también tenía una mirada seria.
—¿La maldición ya ha llegado? —preguntó, ya sin el tono alegre que había utilizado anteriormente.
—Si con maldición se refiere a que la deuda ya está cobrándose, entonces está en lo correcto —respondió Mitca.
La señora suspiró y le dio la vuelta a su silla de ruedas.

—Síganme…
Después de haber pronunciado esa palabra, el mesero que los había guiado a la habitación apareció y empezó a empujar la silla de ruedas de la señora, pero ella le dijo algo (en chino, por supuesto) y este se detuvo y retrocedió, saliendo de la habitación, que era el despacho de la anciana.
El grupo de viajeros entonces, después de unos momentos de vacilación, siguió a la señora. Ni Mitca ni Eva percibían olor a demonio… excepto claro, por Cedar, a quien ya se habían acostumbrado y que despedía algo muy peculiar. Nada grotesco a pesar de ser un demonio que se alimentaba de la energía de su exterior.
Algunos pasos más adelante había una habitación tras una cortina roja. Cuando atravesaron la cortina se encontraron con una sala de estar muy acogedora al estilo occidental. De hecho todo el restaurante tenía un estilo entre occidental y europeo.
—Bueno… tomen asiento, por favor. ¿Se les ofrece algo? ¿Una taza de té? ¿Comida? —preguntó la señora Kozlova educadamente.
—Yo… Hm… perdón, sí agradecería un poco de comida —dijo Yami, que no había reparado en que se estaba muriendo de hambre hasta que no se mencionó la palabra “comida” —, si no es mucha molestia.
—Para nada, querida. ¿Te gustarían algunos fideos?
—Mientras no tengan insectos, sí, por favor.
La señora se echó a reír y asintió. Apretó un botón del teléfono que estaba a su lado, sobre una mesita y dijo algo en chino, después volvió a dirigirse a los viajeros.
—De acuerdo, mientras esperamos a que venga la comida, y antes de llegar al punto importante del asunto ¿qué te parecería, Yami, contarme un poco de cómo has llegado hasta aquí sin tus padres, de tu vida hasta el momento, de cómo está Robert, Marie, Fai y de tus hermanos? Al único que conozco es a Ethan, seguro que ha crecido mucho desde la última vez que lo vi.
Fai era el abuelo de Yami. Hijo de Guzel, aquella señora, y Cong, el bisabuelo de Yami.
Yami se sentía muy extraña, pero al mismo tiempo también se sentía normal. Como si estuviera en confianza… quizá porque era su bisabuela con quien estaba hablando…
—Pues… todo está bien. Ethan es muy alto, y se ha vuelto muy apuesto. Ricky es muy inteligente, papá trabaja duro, mamá en parís. El abuelo está bien, desde que la abuela murió se la pasa viajando por los Estados Unidos. También mis tíos y mis primos están muy bien —dijo Yami, con una débil sonrisa.
—Oh, tus tíos. Tom vino de visita con Lucas y Jerry hace cinco años. Qué lástima que no nos visiten más a menudo… pero supongo que a veces el trabajo no se los permite. Son las desventajas de vivir tan alejados ¿eh?
—Sí, es una lástima, pero es un placer conocerte, abuelita Guzel —dijo Yami, con aquella sonrisa suya tan dulce como la de una niña inocente… es que en realidad era una niña inocente—. También me gustaría conocer al abuelito Cong.
—Sí, muy pronto te llevaré con él. Tiene muchas cosas que explicarte… pero por lo pronto come los fideos —en ese momento apareció el mesero con un plato de fideos, un plato enorme.
Yami le sonrió a Guzel y asintió.
—Mientras tanto, tus amigos pueden presentarse…

Después de que Yami se terminó su plato de fideos —a pesar de lo enorme que estaba, con el hambre que tenía se hubiera podido comer un caballo—, y de que Mitca, Mike, Eva y Cedar explicaran su situación, Guzel llamó al mesero, que respondía al nombre de Liang, para que los dirigiera al estudio de la casa, donde Cong pasaba la mayor parte de su tiempo.
A través de algunos pasillos (la casa era grande, a pesar de que por fuera no lo aparentaba) finalmente llegaron a algo parecido a una biblioteca, donde, sentado en frente de un escritorio que se encontraba en una de las esquinas del cuarto, estaba un señor canoso y con ojos rasgados. Se giró en cuanto Liang hizo acto de presencia, y en cuanto Cong asintió, Liang se retiró con una reverencia.
Por unos momentos nadie dijo nada, Cong siguió hojeando las páginas del libro que estaba leyendo, hasta que finalmente suspiró y dijo:
—Tomen asiento.
El grupo se miró entre sí.
—¿Dónde —preguntó Yami—? No hay sillas…
—En el suelo. Les voy a contar una historia un poco larga y quiero que sobre todo tú, Yami, pongas mucha atención, porque aunque pasó hace miles de años tiene mucho que ver contigo.
La chica asintió y después no dejó de ver a su bisabuelo como conejo asustado.
Una vez que todos se sentaron, Cong se aclaró la garganta y comenzó…

Esta es una historia de amor, que comenzó hace muchos siglos, cuando el mundo aún era joven y China estaba bajo el mandato de las dinastías Xia y Shang. En ese tiempo existió un hombre de muchas virtudes, Dewei Chan.
Su vida comenzó en el lecho de una familia humilde. Trabajaba en la siembra de arroz, a veces pescaba y también ayudaba con el ganado. Fue feliz con esa vida desde pequeño, siempre dispuesto a servir a la comunidad. Jamás tuvo quejas y siempre fue un chico ejemplar, hasta que cumplió los veinte años.
En su veinteava primavera conoció a una chica. Su nombre era Lei, trabajaba en los cultivos y era muy hermosa. Tenía el cabello negro azabache, ojos que brillaban como luceros y piel pálida como papiro.
Empezó a cortejarla, pero Lei no era tan bella por dentro como lo era por fuera. Tenía una personalidad vanidosa y ella decía que no se casaría más que con un hombre rico. Dewei, por supuesto, era de una familia humilde, nada rico, pero quería poseer a Lei. Estaba obsesionado con ella, así que un día, decidió partir, viajar por el mundo y volverse un comerciante. Le dijo a Lei que lo esperara, que regresaría por ella hecho un hombre con muchas riquezas, y que la desposaría entonces.
Así, Dewei partió, en un viaje que tomaría seis largos años, en los cuales se haría de mucho dinero.
Y lo logró, en sus viajes consiguió mucho dinero, llegó a ser uno de los hombres más ricos en todo el oriente. A su pueblo natal llegó esa noticia, y también a los oídos de Lei, quien quedó más que complacida.
Pero, a pesar de las buenas noticias, Dewei Chan jamás regresó a su pueblo, pues en uno de sus viajes, se encontró con una nueva belleza inigualable. Lo increíble no era sólo su belleza física. Aquella criatura, llamada Kumiko, poseía también amabilidad, y un carácter que la hacía tan dulce como la miel.
Dewei, encantado, hipnotizado, se olvidó por completo de Lei y decidió que no importaba si Kumiko lo aceptaba o no, porque jamás abandonaría su lado. Pero, para gran fortuna de Dewei, Kumiko sí que lo aceptó, al igual que su familia, que les dio bendiciones a la pareja, pues Dewei era un hombre de bien.
La boda no tardó en suceder, y esta noticia también llegó hasta el pueblo natal de Dewei, en donde todos se pusieron muy contentos, a excepción claro de la vanidosa Lei, quien al final se casó con un agricultor pobre.
Kumiko y Dewei fueron muy felices por dos años, pero en el verano de los veintiocho años de Dewei, a Kumiko la asaltó una rara enfermedad. Dewei pagó a decenas de doctores, compró medicamentos, probó de todo, pero la salud de su esposa no hacía más que empeorar.
La llama del alma de Kumiko empezaba a extinguirse. Según los doctores le quedaban tan sólo algunos meses de vida, y lo único que pudo hacer Dewei fue rezar y rezar. Pero el cielo ignoraba a Dewei, a pesar de lo mucho que pedía que su esposa no se fuera, jamás obtuvo una respuesta, al menos no la que quería.
Y un día, por el pueblo en el que vivían, pasó una carreta, llevada por personas extranjeras. El extraño dueño de la carreta se detuvo en la casa de Dewei, ofreciendo amuletos y demás cosas extrañas, pero Dewei no estaba de humor para nada de eso y le pidió al extraño que se fuera. Sin embargo, de alguna manera, ese hombre averiguó la situación de Dewei y su esposa, y le dijo que él podía salvarla. Al principio, Dewei no le creyó, ya que los mejores doctores no la habían podido curar.
Entonces el hombre le explicó a Dewei que su método no era el que usaban los doctores. Le dijo que él no necesitaba medicinas para curarla, más bien sólo necesitaba un intercambio…
Dewei, intrigado, le preguntó en qué consistía el intercambio.
El hombre entonces se presentó como Mark Grigori, y le dijo que él podía darle vida a su esposa, si a cambio ella le entregaba su alma al infierno. Dewei se negó rotundamente, pues no quería que Kumiko viviera si a cambio ella tenía que irse a las llamas del infierno por la eternidad cuando su cuerpo se separara de su alma.
Mark le dijo que lo pensara, y que si cambiaba de opinión sólo encendiera una vela, que le entregó a continuación.
Los días pasaron y Kumiko cada vez estaba peor. Su cabello brillante y hermoso empezaba a caerse y sus ojos no tenían aquella luz de vida que había enamorado a Dewei. Al ver a su esposa amada en agonía, consumida por la enfermedad, Dewei no pudo soportarlo más y encendió la vela.
Mark apareció en frente de él, y le preguntó “¿Me entregarás el alma de tu esposa?”, pero Dewei negó con la cabeza. “No puedo hacer eso” le dijo “, pero si tú la salvas, a cambio te entregó mi alma”.
Mark lo pensó un momento. Hubiera sido un buen trato, si tan sólo la energía que le iba a proporcionar a Kumiko fuese a regresar con el alma de Dewei, pero eso era imposible.
“Acepto, pero sólo si al reencarnar la energía que le entregaré a Kumiko en una mujer de tu familia, esta me será entregada… en su alma”.
Dewei lo miró exasperado, pues no entendía.
“Lo que ocurre, querido amigo, es que yo a tu esposa le daré de mi energía para que ella viva, pero esa energía es prestada, al igual que la que te mantiene vivo a ti. El cielo está requiriendo la energía de tu esposa, por eso se está llevando su alma, sin embargo, si ella no me entrega su alma a mí, la energía que le daré jamás regresará. Por eso necesito hacer un pacto con ella, pero si tú quieres lo podemos hacer de una manera diferente…”.
“¿De qué manera?” preguntó Dewei, confundido.
“Si quieres, me puedo llevar tu alma a cambio de la de ella, pero ella también tiene que hacer un pacto. Tiene que prometer que su alma original no dejará el mundo mortal hasta que una mujer nazca en la familia, a la que pueda transferir la energía que yo le he prestado y a la que yo me pueda llevar al infierno”.
Dewei no terminaba de entender cómo era todo aquello posible, pero aún así aceptó el pacto, y lo selló con su sangre y con la de Kumiko.
“Tienes una deuda, Dewei, y también Kumiko. No lo olvides”.
Y así, el demonio desapareció de sus vidas, dejando a Kumiko con salud, y a Dewei con un alma marcada por el infierno.
Al morir la pareja, el alma de Dewei se fue al infierno, a la eterna agonía, mientras que la de Kumiko se quedó en la tierra, aunque no por tanto tiempo como el demonio lo había planeado. El cielo recibió a Kumiko en su lecho, pues no había sido consciente del trato que había hecho su esposo, pero la energía que el Grigori había prestado se había quedado perdida en alguna dimensión, esperando a reencarnar en un ser vivo del que pudiera volver a ser tomada. Una mujer como Kumiko…
Pero, por generaciones, no nació de la familia Chan ninguna mujer. Por milenos nacieron hombres y hombres y hombres, hasta que el conocimiento de la deuda pasó a ser sólo de algunas cuantas personas en la familia.

—Yo, al ver que por lo visto jamás nacería la niña que esperaba esa energía para reencarnar, decidí que no había más motivo para pasar el conocimiento de la deuda a mis hijos, o nietos, incluso bisnietos. Pero, Yami, naciste tú. Esperaba que tus padres vinieran a visitarme desde hace mucho tiempo, contigo, para poder explicarles de esta maldición, pero tardaron mucho. Lamento que no te hayas podido preparar, de verdad lo siento.
Yami se quedó estupefacta, completamente ida. Tenía tantas dudas ahora, pero no podía decir nada. Estaba en shock.
—¿Y qué podemos hacer para evitar que el Grigori se la lleve? —fue Mitca quien preguntó.
—Eso, hijo, me temo que no lo sé —contestó Cong.
De uno de los ojos de Yami se escapó una lágrima. Mitca lo notó y le rodeó los hombros con el brazo.
—Encontraremos una forma, ya lo verás.
Yami abrazó al muchacho y se echó a llorar desconsoladamente, sabiendo que las lágrimas de nada servían.
Yami estaba condenada.


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Continuará...

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