lunes, 22 de agosto de 2011

Capítulo 9.- Protección


—Gracias por todo, espero que tengamos la oportunidad de volvernos a ver —esas fueron las palabras de Yami, mientras abrazaba a Guzel. El abuelo Cong se había despedido en el estudio con pocas palabras. En realidad era un hombre ermitaño.
—Yo también deseo que nos volvamos a ver, y espero que sea en un futuro en el que estés sana y salva, mi niña —dijo la anciana, acariciando el rostro de su bisnieta—. No sé si viva suficiente para saber del momento en el que quedes libre, pero de ser posible lo veré desde el cielo.
Yami sonrió con pesar y se alejó de Guzel.
—Adiós.
—Hasta la vista —corrigió Guzel guiñándole un ojo—. Nick, cuida bien de Yami que para eso te pago.
Nikolai asintió y dio media vuelta. Y así, el grupo de viajeros empezó a caminar hacia un destino, como siempre, incierto.
—¿Ya tienes una idea de hacia dónde se dirigen? —le preguntó Mitca a Eva. El chico tenía cara de pocos amigos en ese momento, y daba un poco de miedo dirigirle la palabra. Yami sospechaba que era porque no quería rescatar a Mike, Eva creía que era porque la compañía de Nick le resultaba irritante (igual que a ella), y Cedar simplemente creía que se había quedado con ganas después de lo que había pasado con Yami.
Posiblemente el demonio era el más cercano a la verdad.
—Parecen ir en dirección a Australia —contestó Eva después de haber cerrado los ojos un momento.
—Supongo que vamos hacia el aeropuerto… de nuevo —murmuró Yami. Estaba cansada de tantos viajes. Lo que más tenía ganas de hacer en esos momentos, era regresar a casa. Por alguna razón la despedida con Guzel la había dejado nostálgica.
Mitca miró a la chica con el rabillo del ojo, y suspiró. Se lo pensó como por diez segundos antes de acercársele y rodearle los hombros con el brazo, siempre evitando el contacto visual.
—No tienes por qué tener una cara tan larga, aún no pasa nada malo. Si tu amiguito estuviera muerto Eva ya no podría sentir su esencia.
Yami miró a Mitca algo sorprendida y se le quedó observando por un buen rato sin decir nada, así que Mitca tuvo que mirar hacia abajo para verle el rostro. Parecía divertida.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó malhumorado.
—Tú. ¿De verdad piensas consolarme poniendo una cara como la que traes en estos momentos? —le dijo Yami, conteniendo una risita.
Mitca gruñó y miró hacia otra dirección.
¿Y de quién es la culpa de que traiga esta cara…?

Ya en el avión, todos se acomodaron para un vuelo de casi once horas y sin escalas, con dirección hacia Sídney. Viajaban en asientos de clase turista, y la escena que se observaba en el avión era de lo más divertida. Por un lado, estaban Eva, Cedar y Nick. Eva en medio de estos dos.
—Así que… Eva. ¿Por qué estás acompañando a Yami en su travesía? —preguntó Nick con aire seductor.
Eva puso los ojos en blanco y suspiró.
—No te incumbe —respondió.
—Difícil… eso me gusta —dijo Nick, guiñándole un ojo.
Cedar ya había aguantado suficiente del coqueteo del tipo, desde que estaban en la casa Chan. Sabía que Eva disfrutaba de su espacio y por eso se abstenía de meterse, pero se empezaba a hartar. Después de todo, todo aquel que pusiera de mal humor a su Eva, merecía la muerte.
—Y dime, Eva… —continuó Nick.
—Bueno, ya fue suficiente ¿no? “Eva, esto… Eva, aquello…”. ¡Déjala en paz de una maldita vez! —explotó Cedar mirándolo con ojos rojos.
Nick entrecerró los ojos y lo observó con ira, y Eva sorprendida.
—Lo que pase entre mi querida Eva y yo, es entre Eva y yo. No te entrometas, enano.
—¡¿Enano?! Te voy a mostrar quien es el enano —Cedar empezó a transformarse, pero Eva lo miró abriendo mucho los ojos, advirtiéndole que estaban en un lugar público y que, de hecho, muchas personas los estaban observando.
—¿Algún problema? —preguntó de repente la azafata.
Nick volteó a verla y le sonrió en seguida.
—Oh no, ningún problema señorita, perdone el disturbio.
La azafata le sonrió coqueta y asintió, para después irse. Nick volvió la vista a Cedar nuevamente.
—Deja de molestar a Eva —susurró Cedar amenazante—, o te las verás conmigo.
—Quiero ver eso…
Y Eva, suspiró y se talló las sienes, tratando de aguantar a sus admiradores.
Por el otro lado, Yami miraba somnolienta a través de la ventana. Mitca y ella habían quedado en asientos contiguos, de hecho el asiento de la ventana era originalmente de Mitca, pero se lo había ofrecido amablemente a Yami. ¿Quién lo hubiera dicho?
—¿Tienes sueño? —le preguntó a la chica.
—Sí. No dormí mucho anoche —respondió girando la vista hacia Mitca.
—Yo tampoco —dijo él, sonriéndole a Yami y haciendo que esta se ruborizara—. Estuve pensando mucho.
—¿Sí? ¿En qué pensabas? —preguntó Yami, tratando de tranquilizarse.
—Pues… cosas —dijo Mitca encogiéndose de hombros.
—¿Cosas? No puedes ser más específico —invitó Yami. Mitca se quedó callado, pero conservó la sonrisa en la cara.
—La curiosidad mató al gato, Yami —dijo, levantando las cejas.
—¿Insinúas que soy metiche? —contestó Yami ofendida—. Hoy fuiste tú el que dijo que los amigos se cuentan sus secretos —acusó.
Mitca se echó a reír.
—Ah sí, eso de ser amigos… No tengo muchos amigos ¿sabes? De hecho mi única amiga es Eva.
—¿Y yo? —preguntó Yami haciendo un puchero con los labios.
—Bueno, sí, ahora tú también —Mitca se echó a reír de nuevo, después se quedó serio y pensativo y luego, una vez más, volvió a sonreír con picardía— Me pregunto… ¿qué más dije que hacían los amigos?
—Pues, dijiste que me animarías cuando estuviera triste —dijo Yami, recordando las palabras de Mitca.
—¿Te he animado? —preguntó el chico.
—Hm… sí, creo que sí —contestó Yami sonriendo.
—Bien, ¿qué más dije?
—Dijiste… —Yami miró a través de la ventana para esconder su rubor ante los recuerdos—…, dijiste que me abrazarías de vez en cuando.
De pronto sintió el brazo de Mitca pasar sobre sus hombros y estrecharla hacia su costado. Tragó saliva y tuvo que reprimir una risita nerviosa.
—¿Qué más dije? —preguntó Mitca, divirtiéndose de nuevo con las reacciones de Yami. Sí, le gustaba (le encantaba) ponerla nerviosa.
—D-dijiste… que… dejarías de m-molestarme tanto —dijo Yami, con el corazón latiéndole rápido en el pecho.
—Ah, es verdad —dijo Mitca en tono inocente, como si no lo recordara—, pero tú había dicho que te gustaba que te molestara ¿no?
—No exactamente —respondió Yami—, pero algo por el estilo.
—Pero antes no éramos amigos ¿verdad? Yo a mis amigos los molesto de una manera un poquito diferente —le susurró Mitca en el oído.
—¿E-en s-serio? —preguntó Yami, mientras un escalofrío le recorría la espalda gracias al cosquilleo que el aliento de Mitca había dejado en su cuello después de susurrar en su oído.
—Sí… ¿quieres ver cómo puedo molestarte?
Mitca rozó con su nariz el cuello de Yami, y ella sólo pudo cerrar los ojos con fuerza y tratar de no empezar a temblar.
—Pues… t-tengo algo de c-curiosidad —respondió, tratando de elegir palabras que no delataran lo tentadora que resultaba la oferta de Mitca… o más que la oferta, la forma en que la estaba proponiendo.
—Entonces…
Pasajeros, estamos a punto de experimentar turbulencias. Por favor, no se alarmen —dijo la voz de una azafata en el altavoz.
—Entonces te lo mostraré en otro momento —dijo Mitca, dándole un suave beso a Yami en la mejilla y volviendo a sentarse correctamente en su lugar.
Yami giró su cabeza para verlo. Se había puesto los audífonos de un iPod que no había ocupado nunca antes. Había cerrado los ojos, pero conservaba una sonrisa burlona en su cara.
Y Yami, por supuesto, se había quedado muy tentada. Entrecerró los ojos y miró a Mitca con irritación.
Ya entendí de qué manera molestas a tus amigos… pensó Yami.
Dejándolos con las ganas… completó Mitca, sin saberlo, el pensamiento de Yami.



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Capítulo en proceso de escritura...

viernes, 19 de agosto de 2011

Capítulo 8.- Jugando con fuego




Empezaba a atardecer cuando Mike decidió volver a la casa Chan. Se encontró con una escena poco común. Yami, junto con Cedar —se lo pidió al resto, pero como siempre, el único que accedió fue el demonio, sólo por diversión— estaban trabajando de meceros para agradecer a sus bisabuelos el alojamiento temporal que les estaban ofreciendo; bueno, al menos esa era la excusa, lo que realmente quería Yami era usar uno de los uniformes que usaban las meseras que, a su parecer, estaban demasiado lindos. La única manera de usarlos era por supuesto siendo mesera, y utilizó la excusa del agradecimiento para ponerse uno.

El uniforme de las mujeres consistía en un corto vestido color rojo, de mangas cortas, con cuello redondo y unos cuantos botones que iban desde el borde del cuello, hasta poco arriba del pecho. Sin mencionar que era muy ajustado.
Mike se quedó babeando por treinta segundos enteros antes de reaccionar y darse cuenta de que estorbaba la entrada del restaurante.
Pero decir que Mike fue el único que lo notó era una mentira, en realidad también lo había notado Nick y, por supuesto, Mitca, quien lo primero que dijo al verla fue:
—Vaya, no estás tan plana después de todo —ganándose así otro intento de cachetada por parte de Yami, aparte de una de aquellas reacciones que tanto le gustaba ver.
Pero en el momento en que Mike llegó al restaurante ni Mitca ni Nick estaban revoloteando alrededor de Yami.
Nick, después de haber visto a Eva, había estado ahora molestándola a ella, al notar que era menos agresiva y tenía más edad que Yami, además de que era hermosa.
Y Mitca en algún momento de la tarde había entrado al estudio, encontrado al viejo Cong, y no había salido por el resto del día.
Mike observó como Yami —intentaba— atender a los escasos clientes extranjeros, y a los que hablaban inglés. Cedar la observaba y se reía, pero el demonio era en definitiva mucho más ágil al momento de llevar platos. Parecía que se estaban divirtiendo.
Yami captó de pronto la mirada de Mike y le sonrió, entonces se acercó corriendo hasta su amigo.
—¿Y bien? —preguntó emocionada.
—Y bien… ¿qué? —dijo Mike confundido.
—¡El vestido! ¿No es genial? Quiero llevarme uno —contestó Yami, dando vueltas y haciendo alarde del vestido, y también de su bonita figura. Mike tragó saliva.
—Ah, sí, estás muy… digo, sí, el vestido está muy… —ajustado, ajustado, ajustado—bonito.
—¡Lo sé! —dijo Yami emocionada—. ¿Crees que si se lo pido a la abuelita Guzel, me lo regale?
Ojalá que sí… pensó Mike para sus adentros, pero sólo asintió y Yami sonrió, sin darse cuenta de lo obvio. Era una chica lista para muchas cosas, pero tonta para darse cuenta de otras.
—Creo que se lo iré a pedir ahora, deséame suerte —dijo la chica, y después salió corriendo hasta el despacho de su abuela.
Mike suspiró y después captó la mirada de Cedar, que con un movimiento de cabeza señaló por donde se había ido Yami y después le guiñó un ojo.
Mike bufó y negó con la cabeza, mientras sonreía y atravesaba el restaurante hasta su cuarto.
Se quedó unos momentos viendo al techo, acostado en la cama, y después empezó a fantasear con Yami. ¿Desde hace cuánto tiempo le gustaba ya? Mucho tiempo, demasiado.
“Olvídala, no le gustas, a Yami no le gusta nadie, es demasiado inmadura aún” recordaba Mike las palabras de Cristi. Sabía que tenía razón, Yami aún pensaba y actuaba como una niña, pero de verdad la quería. Un capricho, pero no podía dejar de pensar en ella.
A este paso seré virgen a los cuarenta…
Mike se acurrucó en su cama y cerró los ojos, fantaseando con aquella chica que tantas noches le había robado el sueño.

Eran las tres de la mañana cuando unos bruscos movimientos lo despertaron.
—Está demasiado pesado —escuchó la voz de un chico quejarse en susurros.
—Cállense, lo van a despertar —la voz de una chica.
—¿Qué demonios está ocurriendo? —preguntó Mike adormilado. Lo estaban tomando de los pies y las manos.
—¡Demonios! ¿Ya vieron lo que provocaron? Ahora tenemos que dormirlo.
—¿Dormir a quién? Oigan, suéltenme… —Mike seguía medio dormido al hablar, pero de repente en la oscuridad de esa habitación un rostro se acercó a él, y al fin pudo ver a uno de sus captores.
Una chica, de ojos oscuros y grandes, y de pelo castaño y ondulado.
—¿Quién demonios eres tú? —preguntó Mike, empezando a preocuparse.
—Oh, nadie de importancia. Lo único que tienes que hacer en este momento es dormir —en ese momento sintió un piquete en su antebrazo. Lo habían inyectado.
—¡¿Qué demonios?! ¡Alto! ¡¡¡¡Yami, Cedar, Eva, Mitca!!!! ¡Auxilio, me secuestran!
Se encendieron unas luces y empezaron a escucharse pasos.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Mitca. Él, Eva y Nick fueron los primeros en aparecer en la habitación, pero lo último que vieron fue una sombra negra escabullirse por la ventana.
Mitca corrió a ver qué era aquello, pero cuando llegó al borde de la ventana era demasiado tarde. Habían desaparecido.
—Tengo una fuerte sospecha de que acaban de raptar al amigo de Yami —comentó Nick, con el ceño fruncido de una clara muestra de confusión.
Eva y Mitca lo miraron escépticos.
—No… ¿me lo juras? —preguntó Eva, sarcástica.
—¿Qué ocurrió —preguntó de repente Yami, que apareció detrás de Eva y Nick—? ¿No es este el cuarto de Mike? ¡Están haciendo fiesta en pijamas y no me invitaron!
—Eh, en realidad… —comenzó a decir Eva.
—Raptaron a Mike —Mitca fue directo al grano.
Eva y Nick intercambiaron miradas, y al parecer ambos decidieron que lo mejor en esos momentos era abandonar la habitación. Si Mitca quería decir las cosas con poco tacto, allá él.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo, quiénes?! ¡Tenemos que rescatarlo! —Yami empezó a asustarse.
—Yo te protejo a ti, no a tus amigos —dijo Mitca, mientras bostezaba y daba media vuelta.
—¿Qué? ¿Estás diciendo que secuestran a un amigo y no piensas hacer nada al respecto? —dijo Yami. Las lágrimas de preocupación empezaban a llenar sus ojos, aún sin desbordarse, mientras seguía a Mitca hasta su cuarto.
—Es tu amigo, no el mío. Por favor, no confundas, niña.
—Pe-pero… —Yami se mordió el labio y miró al suelo, tratando de encontrar en su mente la forma de convencer a Mitca—, pero Mike es mi mejor amigo…
Mitca observó la cara compungida de Yami y suspiró.
—De acuerdo, de acuerdo, lo rescataremos…
—¿En serio? —dijo Yami esperanzada.
Mitca sonrió entonces y arqueó una ceja.
—Pero, yo debo ganar algo —empezó a decir—. Tienes que darme algo a cambio.
—Lo que sea —dijo Yami, sin notar el tono burlón y sospechoso que empezaba tomar la voz de Mitca.
—¿Segura que harás lo que sea que te pida? —preguntó el chico, sentándose en la cama y recargando sus codos sobre sus rodillas.
Yami entonces empezó a sospechar, y lo miró con ojos entrecerrados.
—¿Qué es lo que quieres?
—No es mucho… Es que, debo admitir, que no besas nada mal, Yami —tentó.
El corazón se le empezó a acelerar a la muchacha. Ya empezaba a ver por dónde iba el asunto. Terminaría burlándose de ella, como siempre lo hacía, pero ¿por qué tenía que hacerlo siempre de una manera tan sexy? Maldito Mitca.
—¿S-se supone que debería de to-tomar eso como un c-cumplido? —preguntó, nuevamente tartamudeando de nerviosismo, como era su costumbre.
—Tómalo como quieras —contestó Mitca, empezando a divertirse. Esto se empieza a volver un hobby… pensó—, pero creo que entiendes muy bien lo que quiero que hagas.
—P-pues… hazlo, de preferencia r-rápido —dijo Yami.
Cerró los ojos y apretó los puños y los labios, esperando a que Mitca la besara, pero no ocurrió nada, así que volvió a abrir los ojos y se encontró con Mitca rodando en la cama, muerto de una silenciosa y contenida risa.
—¡¿Q-qué demonios e-esperas?! —preguntó Yami, empezando a impacientarse.
—Dije que quiero que lo hagas ¿entiendes? Tienes que hacerlo .
Oh sí, ya había entendido.
—¡Ni lo sueñes!
—Entonces sólo esperemos que le vaya bien a Mike —dijo Mitca, con una inocente sonrisa en su rostro.
Yami se mordió el labio. No era que no quisiera hacerlo, en definitiva quería, pero demonios ¡¿por qué tenía que ser ella la que lo besara a él?!
Piensa en Mike, Yami, hazlo por Mike. Todo esto es por él ¿ok? Se dijo a sí misma en su mente, tratando de armarse de valor, aunque le temblaban las piernas.
—¡Por Dios, es sólo un beso! —dijo Mitca, echándose a reír a carcajadas.
—Está bien —dijo Yami, después de un profundo respiro—. ¡Pero cierra los ojos!
Mitca la miró sorprendido. En realidad no esperaba que aceptara, pero como siempre, Yami no terminaba de asombrarlo.
El chico cerró los ojos y se puso derecho. Aún tenía esa sonrisa burlona sobre sus labios cuando Yami empezó a aproximarse.
—¿En serio tengo que hacerlo? —preguntó Yami, que al observar un poco más de cerca el rostro de Mitca con los ojos cerrados, sólo empezó a ponerse más nerviosa.
—Si quieres no lo hagas, pero entonces yo tampoco haré mi parte —dijo Mitca, sin abrir los ojos.
No escuchó nada por unos momentos, así que pensó que lo mejor sería parar con su broma, pero antes de que pudiera hablar sintió los suaves y cálidos labios de Yami posarse sobre los suyos.
Su beso comenzó suave, Mitca le correspondió entreabriendo sus labios, intercambiando alientos. En algún segundo de aquel beso Yami pasó sus brazos sobre el cuello de Mitca y terminó sentada sobre él, mientras él le abrazaba la cintura y la acercaba más.
Sus bocas se separaron para tomar aliento, pero Mitca se deslizó por su barbilla, hasta llegar a su cuello. Atrajo a Yami hacia sí y rodó, posicionándose sobre ella, mordió su cuello ligeramente y la voz de Yami produjo un sonido que envió electricidad a través de la espalda de Mitca, quien regresó a su boca y saboreó  sus labios con la lengua.
De un momento a otro su mano se escabulló por debajo de la playera que Yami estaba usando en ese momento y eso rompió el trance de la chica, quien de pronto abrió los ojos y se dio cuenta de que se suponía que sólo era un beso.
Empujó a Mitca, que en esos momentos volvía a besar su cuello.
—¡De-detente! —gritó al sentir como el tacto de sus manos bajo la playera empezaba a erizarle la piel.
Mitca se alejó y miró a Yami, entonces ocurrió lo impensable: se ruborizó.
—¡Tú me sedujiste! —acusó a Yami, señalándola con el dedo índice.
—¡¿Qué yo te seduje?! ¡Fuiste tú quien me pidió que te besara!
—¡Pero yo no pensé que de verdad lo harías!
—¡¿Cómo demonios iba a negarme si la vida de Mike está en juego?!
¿Qué demonios me ocurrió? Se preguntó Mitca a sí mismo, tapándose la boca con la mano y recordando las sensaciones.
Yami, al ver que no dijo nada se levantó de la cama, roja como un tomate, se alisó las ropas que usaba de pijama y caminó hasta la puerta del cuarto.
—Más de te vale que mañana mismo comencemos con el rescate de Mike, porque si no te mato —le advirtió Yami a Mitca, más avergonzada que enojada, y luego salió corriendo del cuarto.
Mitca la observó irse y luego miró sus manos. La sensación de la piel sedosa de Yami permanecía lánguidamente en las yemas de sus dedos.
¿Qué pasa conmigo? Se preguntó a sí mismo. Ni siquiera se dio cuenta de en qué momento perdió el control así.
El recuerdo de los labios de la chica al moverse sobre los suyos lo asaltó de repente y un estremecimiento recorrió su espalda.
—Mitca, tienes problemas. Y graves…

Mientras tanto, Yami se fue a su habitación y se encerró, luego se tiró en la cama y se tapó de pies a cabeza. El corazón aún le latía con fuerza dentro del pecho. Tocó sus labios con sus dedos y luego los deslizo por su cuello, siguiendo el camino que había seguido la boca de Mitca.
Estaba empezando a fantasear —cabe mencionar que olvidándose completamente de la “razón” por la que había aceptado todo aquello: Mike—, cuando repentinamente sintió algo pequeño subirle por la pierna.
—¡Kyaaa! —gritó mientras se removía como loca, pero entonces el bultito se transformó en algo más grande y Cedar apareció debajo de la sábana.
—Sorpresa —dijo echándose a reír.
Yami lo miró enojada. Tomó una almohada y se la lanzó en la cara.
—¡Tonto Cedar! ¡No sabes lo que acaba de pasar!
—¿El secuestro de Mike? Eva y Nick ya me contaron —dijo el demonio torciendo la boca—, de hecho venía a animarte.
—Eh… el secuestro de Mike también, pero no hablaba de eso —dijo Yami, avergonzada por haberse olvidado tan pronto de todo… menos de Mitca, claro.
—¿Sucedió algo más? —preguntó Cedar confuso, pero al ver la expresión de Yami comenzó a adivinar—. Ah… pasó algo con el estúpido uno.
—¡Sí! No sabes, Cedar, fue… —Yami tomó otra almohada y se la puso en la cara antes de terminar de hablar—… madavddso.
—¿Qué? —dijo Cedar confundido. La almohada y la voz baja de Yami no le habían permitido captar esa última palabra—. No entendí nada, Yami.
Ue madavddso —repitió la chica, aún con el mismo bajo tono de voz y aún con la almohada en la cara.
—Si de verdad me quieres transmitir algún mensaje te recomiendo que te quites la almohada de la cara, porque lo único que entiendo parece estar en chino —dijo Cedar, empezando a exasperarse.
—¡Que fue maravilloso, joder! —gritó Yami, quitándose al mismo tiempo la almohada de la cara.
—Ah… —dijo Cedar, echándose a reír—. ¿Qué fue lo que pasó exactamente?
—Pues…

Esta vez, después de que Yami le hubiera contado todo al demonio, Cedar no dijo nada, sólo se quedó mirando a la nada con ojos entrecerrados, como si estuviera pensando.
—¿No vas a decir nada? —preguntó Yami mordiéndose el labio.
—Sí, es sólo que en este momento hay dos cosas que pasan por mi mente —dijo Cedar, aún con expresión pensativa.
—¿Y cuáles son?
—Bueno, la primera es que no me puedo imaginar a Mitca avergonzado, él simplemente es un tipo cínico. No puedo imaginar ningún tipo de rubor en esa pálida cara que tiene.
—Pues lo creas o no, se ruborizó. ¡Y me acusó de seducirlo! ¿Puedes creerlo? —se quejó Yami, sin poder reprimir una sonrisa ante la palabra “seducir”. Eso le daba algún poder sobre él ¿no? —. ¿Y qué era lo segundo en lo que estabas pensando? —preguntó, al recordar que el demonio había dicho dos cosas.
—La segunda es que empiezo a sentirme como una chica adolescente. No sé si sea muy sano escucharte hablarme de Mitca como lo haces.
Yami se echó a reír.
—Pero me seguirás escuchando ¿verdad? Porque no puedo decirle a Mike… —al mencionar su nombre, Yami se puso triste.
—Ya lo rescataremos, tranquila —dijo Cedar, pasándole una mano a Yami por la espalda para reconfortarla.
—¿Cómo sabremos dónde está? ¿Y si le hacen algo? ¿Por qué se lo han llevado, quién? —empezó a preguntar, mientras unas lágrimas se escurrían por sus mejillas.
—Eva tiene esa habilidad de encontrar a las personas por esencia, como lo que tenía Mitca. Tú deja de preocuparte, todo saldrá bien —animó Cedar.
Yami suspiró y cerró los ojos, luego se acostó y se acurrucó entre el abrazo reconfortante de Cedar.
—Eso espero…

A la mañana siguiente esta vez fue Mitca el primero en estar de pie, porque ahora era él el que no había podido dormir en toda la noche. Pensando en… Yami; aunque le costaba admitirlo, así era.
Estaba debatiéndose entre disculparse con ella por la forma tan… ¿precipitada? En que se le había lanzado anoche, o sólo tomarlo como una broma, como lo había hecho todas las veces anteriores en que habían tenido algún tipo de roce.
Concluyó en que debía disculparse, ya que no se había propasado con ella en ningún otro momento, al menos no así, y por alguna razón que ni él mismo terminaba de entender en ese momento, le preocupaba que se hubiera enfadado con él.
Así que, a regañadientes y algo reacio, cuando el sol se asomó en el horizonte, se dirigió al cuarto de la chica.
Se paró en frente de la puerta antes de atreverse a tocar. Se estaba mentalizando. No sabía cómo actuar con ella después de lo que pasó. ¿Por qué demonios la toqué así? Estúpido, estúpido, estúpido…
Le empezaron a sudar las manos y el pulso se le aceleró cuando sus nudillos tocaron la puerta. ¡¿Estaba nervioso?! ¡¿Él, de todas la personas del planeta?!
No hubo respuesta auditiva dentro del cuarto, así que volvió a tocar un par de veces más… pero nada.
—Yami —se atrevió a decir—, soy Mitca… ¿puedo pasar?
Alguien que me recuerde… ¿por qué estoy yo pidiendo permiso para entrar?
—Voy a entrar ¿de acuerdo?
Giró lentamente la manija de la puerta, como si se tratara de una película de terror. Se había enfrentado a demonios, personas con armas, policías, corruptos, personas con poderes sobrenaturales, incluso había salido vivo de un encuentro directo con un Grigori, pero una chica de dieciséis años lo ponía nervioso. Esto es ridículo… pensó, y finalmente entró al cuarto, aún sin atreverse a levantar la vista.
Antes de ver al frente se adentró en la habitación y cerró la puerta detrás de sí, luego tomó una profunda bocanada de aire antes de levantar la vista y comenzar a decir:
—Yami, lo sie… —la imagen que atravesó sus corneas por alguna razón produjo un sabor amargo en su boca, y lo asaltó un inexplicable enojo… al menos inexplicable para él.
En la cama estaban acostados Cedar y Yami, aún dormidos. Cedar tenía un brazo alrededor de la cintura de Yami, la abrazaba por la espalda, y Yami tenía su mano entrelazada con la del demonio.
Qué. Hace. Él. Aquí.
Mitca empezó a enfurecerse de verdad, y sintió ganas de ahorcar a Cedar, hacia quien en realidad antes sentía simpatía.
Rápidamente se acercó hasta la cama con los dientes rechinándole de lo mucho que estaba apretando la mandíbula, y entonces, con la mayor delicadeza que pudo emplear, cargó a Yami, separándola de Cedar, y la sacó del cuarto para llevarla al suyo.
La dejó en la cama y entonces nuevamente de quedó extremadamente confundido. ¿Qué coño pasa conmigo? ¿Por qué había hecho eso?
Empezó a dar vueltas en el cuarto, caminando de un lado a otro retorciéndose los sesos para encontrarle alguna explicación a su extraño comportamiento.
De pronto Yami empezó a removerse en la cama, y Mitca se quedó de piedra.
Mierda, va a despertar y me va a preguntar qué está haciendo aquí. ¿Qué le voy a decir? Carajo… Empezó a maldecir de todas las maneras posibles en su mente, con todas las groserías que se sabía, y sin darse cuenta aguantó la respiración cuando Yami abrió los ojos y miró a su alrededor con flojera.
—Este no es mi cuarto —murmuró para sí misma, luego giró la vista y se encontró con Mitca—. ¿Estoy soñando? —le preguntó con un bostezo.
—Eh… sí, eso es… estás soñando conmigo —dijo Mitca con una sonrisa falsa. Para su fortuna, sabía mentir muy bien.
—¿Por qué tienes que ser engreído hasta en mis sueños? Maldito Mitca, estúpido Mitca, idiota Mitca… —dijo, mientras se dejaba caer en la cama nuevamente y abrazaba una almohada.
—Este… ¿Lo siento? —dijo divertido.
—No lo sientes en verdad, eres un cínico. Como lo que hiciste anoche —Yami le lanzó a Mitca una mirada aún somnolienta, pero luego desvió la vista y se ruborizó—. ¿Estoy soñando en verdad? Te ves muy real.
—Oh sí, en definitiva estás soñando. Si esto fuera la realidad yo ya te estaría molestando ¿no crees? —dijo Mitca, nervioso porque se le callera la mentira.
—Pues si estoy soñando tú vas a hacer lo que te diga —dijo Yami.
—Claro —contestó Mitca.
—Entonces acércate —ordenó la chica, escondiendo el rostro entre las almohadas.
—Ok —Mitca se acercó hasta el pie de la cama.
Yami lanzó una mirada para comprobar que había obedecido y luego volvió a esconder el rostro en la almohada.
—Más —dijo fuerte y claro.
—¿Más —preguntó Mitca frunciendo el entrecejo—? ¿Cómo…?
Yami tocó el espacio de cama que había detrás de ella y lo palmeó, como si indicara que quería que se acostara ahí.
Mitca se encogió de hombros y se acostó junto a ella.
—A-abrázame —dijo Yami.
De nuevo, una reacción inexplicable se apoderó de Mitca. Su corazón empezó a latir con rapidez, pero aún así obedeció a Yami y pasó un brazo por su cintura, pegándose a ella como si fuera un imán.
—No estoy soñando ¿verdad? —dijo Yami de repente.
Mierda, me descubrió. Mitca suspiró y cerró los ojos.
—No —respondió.
—¿Por qué me trajiste a tu cuarto? —preguntó Yami. Mitca no podía verle la cara, pero estaba roja como un tomate.
—Yo… ¿quería pedirte disculpas por lo de… anoche? —sonó más a pregunta, pero aún así contaba.
—No te preocupes. Supongo que fue parte de mi culpa por dejarme llevar así.
—Fue totalmente tu culpa, admite tu error —empezó a acusar Mitca.
Yami se giró y lo miró con ojos entrecerrados, como diciendo “No empieces”. Mitca tragó saliva y desvió la mirada.
—Bueno, fue culpa mía también… pero fue sólo porque…
¿Por qué?
Yami se le quedó observando con enormes ojos de duda a Mitca. Al fin él se atrevió a devolverle la mirada y se quedaron así un rato en silencio.
—¿Por qué Cedar estaba durmiendo contigo? —preguntó Mitca de repente, lo más tranquilo que pudo.
—¿Cedar…? ¡Ah! Anoche se enteró de lo de Mike y fue a animarme porque pensó que estaría deprimida —dijo Yami encogiéndose de hombros.
Mitca miró hacia abajo y bufó.
—Yo también puedo animar a la gente ¿sabes? No soy tan malo… ¿Cínico? Tal vez, pero no tan malo.
Yami observó a Mitca, tan tranquilo y amable. Era un lado de él que no conocía… y le gustaba.
—Bueno, es que Cedar es mi amigo y…
—Nosotros también podemos ser amigos —la interrumpió Mitca—. Bueno, si quieres…
¿Amigos? En definitiva deberíamos ser más que amigos… pensó Yami, y eso provocó que se ruborizara.
—Y… ¿qué harías si fueras mi amigo? —preguntó Yami, queriendo guiar las cosas hacia algo más, pero lo hacía con tal nerviosismo que no se notó que estaba tratando de ser seductora.
—Pues… podrías contarme tus secretos, te animaría cuando estuvieras deprimida, te abrazaría de vez en cuando y dejaría de molestarte tanto… supongo.
—Me gusta que me molestes… de vez en cuando —dijo Yami, encogiéndose de hombros.
—¿En serio? Parece sacarte de tus casillas todo el tiempo —contestó Mitca con media sonrisa.
—Pues sí, obviamente me enojas… pero me agrada ver cómo te diviertes. —Yami desvió la mirada y se ruborizó al sincerarse tanto.
—¿Así que puedo molestarte…? Pero si me das permiso no es divertido —dijo Mitca echándose a reír.
—Bueno entonces no lo hagas —contestó Yami poniendo los ojos en blanco.
—Así está mejor.
Y en ese momento Mitca no se aguantó más. Levantó el rostro de Yami por la barbilla y se acercó con excesiva lentitud. La miró a los ojos mientras lo hacía. No estaba pidiendo permiso, pero por alguna razón pareció que así fue.
Cerró los ojos y acarició lentamente los labios de Yami con los suyos. Sintió cómo ella entreabría la boca y se acercaba a él un poco más. Al parecer ambos estaban deseando dejar correr un poco el asunto, así que Mitca empezó por mover con lentitud sus labios sobre los de ella, y conforme el tiempo avanzaba, también a jugar con su lengua. Yami pasó sus manos por el cuello de él y las subió hasta su cabello, atrayéndolo más.
Mitca, tal y como lo había hecho la noche anterior, se posicionó sobre ella para tener mejor movilidad. Se separó de su boca y se dirigió hasta su oído.
—Me gusta mucho molestarte, no tienes idea —susurró, y después mordió con suavidad el lóbulo de su oreja.
Yami soltó un ligero gemido y sintió como una de las manos de Mitca, nuevamente, empezaba a meterse a su playera. Esta vez, sin embargo, no lo detuvo, y se atrevió a tocarlo también, metiendo sus manos a la camisa del chico y tocando su abdomen y su espalda, mientras él bajaba por su cuello, dejando un camino de besos, hasta llegar a su hombro, para luego volver a subir y apoderarse de sus labios nuevamente. Las respiraciones de ambos empezaban a convertirse en jadeos…
Cuando alguien tocó la puerta, y después esta se empezó a abrir.
—Mitca, oye, al parecer llevan a… —la voz de Eva se detuvo al ver la escenita.
Ya no se estaban besando, pero sin duda la posición en la que estaban —Mitca encima de Yami, ambos con una mano dentro de la ropa del otro— no dejaba muchas opciones.
—Perdón por interrumpir, sólo venía a informarte que la esencia de Mike va en un avión cruzando el océano, eso es todo —dijo Eva, desviando la vista del par y roja como un tomate, antes de salir de la habitación.
A Mitca y a Yami eso los dejó de piedra, y no se atrevieron a mirarse a los ojos.
—Eh… Hm… entonces… sí somos…
—Sí, este… claro, somos amigos —dijo Yami, que miraba en todas direcciones, menos hacia Mitca.
—¿Amigos? —preguntó él, algo decepcionado.
—Sí. Bueno, supongo que voy a avisarles a mis abuelos de esto y a prepararme para el viaje. Es buena idea que tú hagas lo mismo —y dicho esto, Yami abandonó el cuarto, dejando a un Mitca ligeramente acalorado.
—Amigos —repitió, y después sonrió—. Amigos mis pelotas.



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Continuará...

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