domingo, 14 de agosto de 2011

Capítulo 7.- Amar no está permitido

Eran las ocho de la noche en Shanghái cuando Yami finalmente se quedó dormida, después de haber estado llorando toda la tarde en el cuarto que le habían dado Guzel y Cong.

No había querido estar sola, por lo que Mike y Cedar habían permanecido con ella, tratando de animarla, diciendo que todo iba a estar bien, aunque la realidad era que ni ellos sabían si las cosas iban a estar bien…

—Y… ¿qué se supone que haremos? —le preguntó Eva a Mitca, quien miraba el cielo nocturno de Shanghái, ensimismado en sus propios pensamientos. Se encontraban en el balcón del cuarto que le habían dado a Mitca. La casa tenía suficientes cuartos para todos, parecía pequeña, pero en realidad era mucho más grande de lo que pensaban.

Los Chan les habían dicho al grupo de viajeros que podían quedarse en su casa unos días, en lo que decidían qué iban a hacer. Lamentablemente, eso era lo único que los abuelos podían ofrecerles.

—No es lo que haremos, es lo que voy a hacer yo. Eva, perdón por haberte arrastrado dentro de este callejón sin salida. No sabía que las cosas estaban tan…

—¿Irreparables? —completó la frase Eva.

Mitca suspiró y cerró los ojos. Empezaba a preguntarse si no había sido un error rescatar a Yami. Las cosas no habrían pasado a mayores si no lo hubiera hecho, pero ahora no sólo Yami estaba en peligro, sino también Eva, Cedar y él mismo. Y el chiquillo ese… pensó con desgana hacia Mike.

Pensamientos egoístas… Eso era, sus pensamientos de catarsis, de mejora, eran los que lo habían llevado a rescatarla. ¿Qué pensabas, estúpido, que con esto Dios te iba a admitir en su paraíso? Ni siquiera lo haces de corazón, sino sólo porque eres un maldito egoísta, un caza recompensas, un mercenario…

Pero no era todo, había algo más allá de su mente, algo que aún no lograba captar del todo. Se perdía entre la espesura de su cuerpo, dentro de su pecho. Era como una pequeña llama, la llama de un encendedor, perdida en la negrura de un bosque.

Fuese lo que fuese no lograba descifrar de qué se trataba, pero aunque muy pequeño, lo inundaba de una calidez infinita…

La repentina presión de la mano de Eva sobre su espalda lo trajo de regreso al mundo. Eva lentamente lo abrazó por la espalda, haciéndolo suspirar.

—¿Recuerdas cuando teníamos trece años? Dijiste que siempre cuidarías de mí, y que me amarías siempre —susurró Eva, con los ojos cerrados, con su mejilla pegada a la espalda de Mitca.

—Que estupideces decía entonces ¿cierto? Búrlate ahora, si quieres, tienes todo el derecho de hacerlo.

Una lágrima recorrió la mejilla de Eva ante las duras palabras de Mitca, pero se reprimió, reprimió cualquier sollozo. No iba a permitir que la viera así; su orgullo era demasiado grande, gigantesco como el de Mitca.

—No me parecen estupideces, la verdad es que me gustaba mucho la idea…

—Lucy, no sigas —susurró Mitca, con pesar.

—¿Por qué no? Joseph, yo de verdad te quería, yo de verdad te…

Mitca se giró repentinamente y abrazó a Eva, inspiró el aroma de su cabello. Olía a lirios. Recordaba que antes olía a tulipanes.

—Perdóname, sé que por eso te hiciste esto, aún cuando te dije que no lo hicieras. Eres una estúpida.

Eva no aguantó más y se echó a llorar, abrazando fuertemente a Mitca y dejando fluir libremente sus recuerdos, que tantas veces tenía que reprimir con tal de no ahogarse en el dolor que le causaban.

—Y-yo que-r-ría estar c-contigo —tartamudeó.

—Perdóname, Lucy, perdóname —Mitca apretó su abrazo y sintió como un fuerte dolor taladraba su pecho. Las heridas que le había dejado el pasado sin duda habían sanado, pero las cicatrices seguían ahí, recordándole que el amor no era algo que les estaba permitido a los que se encontraban en su situación.

Era verano, Joseph tenía ocho años. Se encontraba tirado de espaldas sobre el césped de aquel parque inglés. Había salido porque en Londres siempre llovía, y el que hubiera un día tan soleado y hermoso era algo insólito, y que merecía celebrarse con una salida al parque.

Nadie lo acompañaba, todos estaban ocupados, su madre cuidando de su hermano menor y su padre y su hermano mayor atendiendo negocios.

Lo prefería así, cuando estaban en casa lo hacían entrenar mucho. Apenas y podía hacer cosas que hacían los chicos de su edad, como jugar con otros niños o ver caricaturas. Siempre estaba entrenando con armas pesadas y estudiando una lengua que nadie ocupaba, además de aprender tres idiomas más. Su padre decía que le serviría cuando se iniciara en su “oficio”.

Oficio… Es algo así como un trabajo ¿no? Pensaba Joseph, cuando repentinamente algo le hizo sombra. Inmediatamente se puso en guardia. Siempre veía sombras que lo molestaban y le susurraban cosas crueles. Trataba de ignorarlas y fingir que no le importaban, pero en realidad les tenía mucho miedo…

Se levantó del suelo y se alejó de la sombra. Fue entonces cuando notó que no era nada malo, sino una niña la que se había parado cerca de él.

Vaya, que bonita... Pensó Joseph, observando los grandes ojos verdes de la niña. El cabello negro, ondulado, le caía como cascada sobre los delicados hombros.

—Hola —saludó ella con una sonrisa—. ¿Cómo te llamas?

—J-Joseph —tartamudeó. No estaba muy acostumbrado a tratar con otros niños de su edad. La verdad es que no era un chico muy sociable.

—El cielo está en tus ojos —dijo la niña repentinamente, después de unos segundos de silencio.

—¿Perdón? —dijo Joseph, desconcertado.

—Tus ojos… son del mismo color del cielo en estos momentos.

Joseph miró al cielo y observó que era ciertamente azul, pero tenía un toque de gris en él. En Londres siempre era así.

—Ah… Mi madre siempre dice que son más bien como el hielo —dijo el niño.

—Yo me llamo Lucy. Mi familia está por allá —señaló a un grupo pequeño de personas, compuesto por una anciana, dos mujeres, tres hombres, una adolescente de, aparentemente, trece años, un chico de quince y otro de dieciséis—. ¿Quieres comer con nosotros?

—Pero…

—¡Anda! —dijo Lucy, y entonces tomó a Joseph de la mano y lo jaló consigo.

A partir de ese día Joseph y Lucy formaron una fuerte amistad, que con el correr de los años sólo se volvió más entrañable. Entraron a la misma secundaria sólo para estar juntos, y poco a poco aquella amistad se convirtió en algo más…

Pero las cosas, tarde o temprano, llegan a su fin.

Era invierno, y Joey —como Lucy solía decirle— había citado a Lucy en el parque donde se habían conocido. Hacía un frío insoportable que talaba los huesos y entumecía los músculos.

Joseph esperaba parado cerca de una fuente a que llegara Lucy. Mi Lucy… pensó con un nudo en la garganta.

Escuchó como los pasos de la chica se acercaban a él, pero no se giró. Por el sigilo con el que caminaba sabía sus intenciones.

Sintió de pronto como unas suaves y frías manos cubrían sus ojos, seguido de una risita que conocía y amaba.

—Adivina quién es —susurró la chica en su oído, y después le dio un beso en la mejilla.

—No tengo la más mínima idea, pero creo que eres… ¿Jennifer?

Acto seguido, sintió como Lucy le propinada una patada en el tobillo y se alejaba de él. Siempre era lo mismo, tan celosa como siempre.

La tomó de la muñeca antes de que pudiera alejarse más.

—Que celosa eres. Sabes que no quiero a ninguna otra chica —dijo, mientras la abrazaba contra su pecho.

—Sí, sí, seguro eso le dices a todas —se quejó ella, pero no se alejó, en cambio, también abrazó a Joseph.

Él suspiró y se echó a reír, pero Lucy notó que aquella risa tenía un toque amargo.

Se alejó un poco de él, para verle mejor el rostro.

—¿Sucede algo malo, Joey?

Joseph cerró los ojos y dejó fluir el dolor libremente.

—¿Q-qué te ocurre? —tartamudeó Lucy al ver la expresión descompuesta del chico al que amaba.

—Lucy, tú sabes qué es lo que ocurre dentro de mi familia, sabíamos que este día iba a llegar —dijo el chico, tomando la mano de la muchacha fuerte, pero delicadamente entre las suyas, como si fuera eso lo más preciado que había en el mundo. Posiblemente, desde su punto de vista, así era…

—¡No, no, no, no! —gritó Lucy, alejándose unos pasos—. ¡Dijiste que siempre estarías conmigo! ¡Joey, tú lo prometiste!

—Lucy, no hay nada que yo pueda hacer. Esto me sobrepasa —dijo el chico, acercándose a ella.

Las lágrimas habían empezado a brotar de los ojos de Lucy, y Joseph se sentía impotente al saber que él era la causa, y que no podía hacer que pararan.

Tomó el rostro de la chica entre sus manos y besó sus labios con dulzura por unos segundos.

—Llévame contigo —dijo ella, después de su beso—. Iré contigo al fin del mundo si es necesario.

—No puedes —fue serio al decirlo—. Es peligroso.

—Haré un pacto con el diablo…

—¡No! —la interrumpió Joseph, enojado—. Lucy, hagas lo que hagas, jamás entregues tu vida al infierno. Tú eres mi ángel, Lucy. Jamás te entregues, jamás…

—Pero…

Las palabras de la chica fueron interrumpidas por una sombra, que de pronto y sin previo aviso se posó sobre sus cabezas.

—Es tiempo de que me vaya, sólo he venido a despedirme. Te amo, con toda mi alma, Lucy, y porque te amo, te pido una última cosa. ¿Puedes hacer lo que te pediré, puedes hacerlo por mí?

Lucy, con lágrimas en los ojos, asintió, mordiéndose la lengua para contener los sollozos.

—Olvídate de mí.

Entonces, Joseph dio media vuelta y se alejó a paso rápido, y con él, la sombra, dejando a Lucy con el corazón roto, y con sus sueños muertos…

De vuelta en el presente, Mitca seguía abrazando a Eva, a Lucy, quien ya se había tranquilizado un poco.

—¿Por qué no puedes estar conmigo? ¿Por qué, a pesar de que hice todo para seguirte? —preguntó Eva, disfrutando la sensación de los brazos de Mitca apretándola contra él, aquella sensación que tanto extrañaba.

—Porque no debiste entregar tu alma, ni siquiera por mí, y es una lección que debes aprender, y porque te quiero, soy yo quien te la va a mostrar.

Mitca le dedico a Eva una dulce sonrisa, que a ella le robó el aliento y paró su corazón por al menos tres segundos.

—Tú no eres quien debe hacer justicia.

—Es verdad, pero sí soy quien para decidir sobre mi vida, más ahora que nunca. Alguien me preguntó “¿No puedes negarte? ¿No has pensado en hacer algo diferente?”. Me pregunto yo ahora ¿cómo es que esas preguntas no surgieron de tus labios en aquellos momentos? Quizá sólo pensabas en lo mucho que me querías, en que debías estar a mi lado, jamás pensaste en mí como un individuo, y yo tampoco lo hice. No teníamos esa comprensión, pero ahora yo sí que la tengo. Quizá no somos libres de elegir las circunstancias en que nacemos, pero sí que lo somos de actuar como nos parezca frente a esas circunstancias, y eso es lo que voy a hacer. Tú has tomado tus decisiones, ahora debes cargar con ellas. Pudiste haber hecho tu vida con una persona normal, las heridas las cura el tiempo, pero has decidido hurgarte en las costras… Ahora el dolor durará un poco más, pero créeme cuando te digo que lo vas a superar, y serás feliz, pero quien debe hacer que eso suceda, Eva, eres tú misma.

Eva escuchó atentamente las palabras de Mitca, y supo que tenía razón. En parte, aquello siempre lo había sabido, pero quizá necesitaba que él se lo dijera claramente. No era algo común que Mitca fuera tan abierto, desde que había empezado a trabajar con el infierno se había vuelto una persona, de ser posible, incluso más solitaria. Pero bajo aquella fachada de tipo rudo había alguien con sentimientos, y ella lo sabía. Era curioso que en esos momentos, después de tantos años, finalmente empezara a salir. ¿Qué será eso que está haciendo que vuelva mi Joey? Se preguntó Eva en un rincón de su mente. Mitca y Joey eran dos personas casi opuestas, al menos así era en la mente de Eva.

Mitca, el frío, calculador, convenenciero y cruel.

Joseph, el solitario, taciturno, valiente y cariñoso.

—Es esa chica ¿verdad?

—¿Eh? —preguntó Mitca, confundido ante la repentina pregunta de Eva.

—Yami, es ella quien ha traído de regreso a mi Joey.

Mitca frunció el entrecejo y negó con la cabeza.

—No tengo la más mínima idea de qué estás diciendo.

—Por favor, Mitca… cuando estás alrededor de ella siempre estás de buenas. Si te volviste a enamorar puedo aceptarlo ¿sabes? Sólo dímelo.

—Eva, en serio que estás demente. ¡Es una mocosa! ¿Cómo diablos podría gustarme?

—¿Es porque es menor que tú? No es tanta la diferencia ¿cuántos años tiene? ¿Quince?

—Dieciséis, y no es sólo por eso —contestó Mitca, alejándose de Eva y entrando al cuarto. Se sentó en el suelo y encendió la televisión.

¿Ahora va a ver tele? ni cuando tenía ocho veía tele, por favor… pensó Eva, entre divertida y sarcástica hacia Mitca.

Apenas se notaba, no podía decir que no lo había imaginado, pero parecía haber un ligero (casi inexistente) rubor en las mejillas del muchacho.

—Sí te gusta —tentó Eva.

—¡Que no!

—¿Entonces por qué estás tan enojado? Si no te gustara simplemente me ignorarías.

—¿Cómo se supone que esté? ¿Feliz? Sólo estás molestándome, además, creo que deberías mejor preocuparte por tus propios problemas románticos. Cedar te ama ¿lo sabes?

Eva ignoró ese comentario y esbozó una sonrisa. En el fondo le dolía, no podía evitarlo, pero al mismo tiempo le hacía feliz ver aquella chispa en Mitca, que creía que estaba perdida desde hacía mucho tiempo.

—O sea que admites que tienes problemas románticos con ella ¿eh? Te entiendo, hasta cierto punto, es linda… y divertida. Uno no se aburre de hacerle jugarretas…

Mitca repentinamente sonrió.

—Bueno, eso sí que no lo puedo negar, se ha vuelto mi pasatiempo favorito.

—¿Te gusta hacerla enojar?

—Me encanta —respondió Mitca, con una ligera carcajada.

—¿Te gusta verla llorar?

Mitca frunció los labios.

—En general, no me gusta que las chicas lloren.

—¿Por qué no admites de una vez que te gusta?

El chico suspiró y cerró los ojos.

—Eva, no voy a admitir algo que no siento. En serio, no me gusta ¿de acuerdo? Me siento identificado con ella, me cae bien, sí… Disfruto molestarla y, OK, admito que no me gusta verla llorar ni sufrir en general, y sí, siento que debo protegerla por alguna extraña razón, y está bien, tal vez me sienta algo agradecido hacia ella por hacerme una mejor persona, pero de eso a que me guste hay una gran distancia.

Eva se echó a reír, entre jovial y amargamente.

—¿Te das cuenta de que yo no dije todo eso? —preguntó Eva con media sonrisa.

Mitca puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, al tiempo que se dejaba caer de espaldas hacia el suelo.

—Me rindo —dijo.

—¿O sea que admites que te gusta?

—No, me refiero a que ya no me importa en lo absoluto lo que me digas, así que te voy a ignorar… ahora ¿si fueras tan amable de salirte de mi cuarto? Quiero dormir.

—¿No te apetece que te haga compañía? —preguntó Eva, acariciando tentativamente la mano de Mitca. A él le recorrió la espalda un escalofrío, pero negó con la cabeza y se alejó de ella.

—No, ya no estamos en esos términos.

—Antes solía no importarte… ¿qué te pasó?

—Cambié, eso es todo.

—¿Por ella?

—Sí, Eva, sí… ya lárgate —contestó con sarcasmo, después salió al balcón nuevamente y cerró el ventanal detrás de sí.

Eva suspiró y se levantó del suelo en un ágil movimiento.

—Está bien, Joey… Ya es tiempo de avanzar —susurró, mientras una lágrima recorría su mejilla, la última que derramó esa noche, pero esa lágrima no era de tristeza… Era una lágrima de aceptación—, hacia un mejor lugar.

Más tarde, esa misma noche, Yami se despertó en medio de la oscuridad del cuarto que le habían dado sus bisabuelos. Se estiró y encendió la lámpara que se encontraba al lado de la cama. Buscó a Mike y a Cedar, pero no los encontró. Se levantó de la cama y se dirigió al baño, pero en realidad no tenía idea de dónde estaba, así que comenzó a buscarlo. Pero la casa estaba muy oscura… entonces de pronto vio un puerta que parecía tener algo de luz y se acercó para pedir indicaciones de cómo hallar el baño a cualquiera que estuviera allí, pero entonces escuchó una conversación que, por cierto, no entendió para nada. Lo curioso, es que no parecía que estuvieran hablando en chino… Se asomó por la puerta entreabierta y vio a Guzel, conversando con una persona que estaba de espaldas. Era un chico joven, de piel clara y cabello cobrizo.

Yami los observó extrañada, tratando captar lo mínimo que pudiera, pero lo cierto es que no comprendía nada en lo absoluto.

Parece… ¿ruso? Se preguntó en su mente el idioma en el que hablaban. No lo sabía, pero había acertado.

Tocó con los nudillos la puerta. No deseaba interrumpir, pero necesitaba llegar al baño.

Guzel y el chico giraron sus cabezas sorprendidos, y al ver a Yami, Guzel sonrió.

—¡Querida! ¿Qué haces despierta a estas horas?

—Bueno, yo… —miró al chico, alto y de ojos claros, parecían grises. Era casi tan alto como Mitca.

—¡Oh! Te presento a Nikolai.

El chico sonrió y alargó su mano hacia Yami.

—Mucho gusto, Yami —dijo el chico, con un acento muy marcado. Ahora que lo notaba, la única persona que no tenía un acento raro al hablar era su amigo Mike. Incluso Mitca tenía acento británico, también Eva, y Cedar tenía algo parecido a un acento también… aunque no sabía identificarlo en lo absoluto.

Yami le devolvió la sonrisa amablemente y estrechó su mano.

—Mucho gusto —respondió ella.

—El es algo así como tu primo lejano… bastante lejano en realidad, no estoy completamente segura de que sigan emparentados —dijo Guzel, pensativa—. Pero como sea ¿qué es lo que te trae por aquí a esta hora?

—Oh, yo estaba buscando el baño… —dijo Yami tímidamente. Ella no solía ser tímida, pero la presencia de Nikolai la ponía un poco nerviosa.

—Ah, es verdad, apenas conoces esta casa. Nick, querido ¿podrías mostrarle el camino al baño?

Nikolai asintió e hizo un ademán para que Yami saliera del cuarto. Ella asintió y empezó a caminar.

Llegaron hasta el baño y Nikolai le sonrió amablemente a Yami.

—Es aquí —dijo, señalando la puerta corrediza.

—Gracias —dijo Yami, y entró al baño.

Hizo lo que necesitaba, se lavó las manos y la cara, y después volvió a salir al corredor. Para su gran sorpresa, Nikolai seguía ahí.

—¿Me esperaste? —preguntó Yami, sorprendida.

El chico, que en un principio se había mostrado amable, de repente había cambiado su semblante a uno más agresivo, más… seductor.

—¿Sabes? No pensé que la chica a la que me dijeron que protegiera fuera tan bonita…

—¿Disculpa? —dijo Yami, frunciendo el entrecejo.

—Oh, vamos, no eres tonta… —dijo el chico, mientras se acercaba a ella peligrosamente—. Sabes por qué estoy aquí.

—Oye, en serio no tengo la más mínima idea de lo que estás hablando.

—Estoy hablando de que eres extremadamente hermosa ¿alguna vez te lo dijeron?

Yami arqueó una ceja y lo miró con escepticismo.

—Sí, muchas veces. En fin, ya me quiero ir a mi cuarto así que si me permites… —intentó apartarse pero Nick la arrinconó con ambos brazos a sus costados—. Déjame en paz, en serio…

—Oh, vamos, Yami. Pensé que eras más divertida —susurró, siendo seductor.

—Apenas te conozco y, créeme, esta primera impresión sólo me dice que eres un maldito arrogante. Ya aléjate de mí…

Nikolai se enfadó e hizo caso omiso a las palabras de Yami. En realidad, aquella escena era muy rara. Yami empezaba a pensar que era un mal sueño. Era como que… un poco extraño despertarse en medio de la noche y encontrarte con tu bisabuela hablando con un muy lejano familiar por parte de tu familia rusa, aún más extraño era que el chico te guiara al baño y al salir comenzara a ligar contigo. Sospechaba enormemente que se trataba de un sueño, pero por si las dudas no bajó la guardia.

—No soy cualquier chica fácil a la que sea que estés acostumbrado, así que por favor muévete antes de que me obligues a golpearte —advirtió Yami.

Nikolai se echó a reír ante las palabras de la chica.

—Por favor, con tu tamaño y peso no podrías hacerme nada… —retó Nick.

—¿Quieres apostar? —contestó Yami. Al fin y al cabo, si era un sueño, seguro podría vencerlo fácilmente. Siempre que soñaba con tipos rudos ella les daba una paliza… bueno, en realidad sólo soñaba con darle una paliza a sus dos hermanos y de vez en cuando a Mike, pero siempre los vencía en sus sueños, así que no tenía por qué ser diferente esta vez.

—De acuerdo —y en ese momento, Nikolai se acercó a Yami, hasta que la besó.

La chica, sorprendida, lo empujó. Pero era demasiado fuerte.

Demonios, creo que no es un sueño…

En ese momento, mientras Yami forcejeaba contra el muchacho para alejarlo (aunque este apenas lo notaba), se escucharon unos pasos, seguidos de una voz que Yami reconoció y, en aquellas circunstancias, temió…

—¡¿Qué demonios está ocurriendo aquí?! —preguntó Mitca con un tono de voz molesto, haciendo que Nikolai detuviera (al fin) el maldito beso, y permitiera a Yami respirar—. Yami ¿quién es este estúpido?

—Hey, mucho cuidado en cómo hablas de mí, idiota… —dijo Nikolai.

—No te hablé a ti, inútil —contestó Mitca, haciéndole apenas caso a Nikolai, quien, por supuesto, se ofendió—. Yami, respóndeme.

—No sé, yo me desperté y quería ir al baño pero no sabía dónde estaba así que lo empecé a buscar y me encontré con una habitación que tenía la luz encendida y la abuelita Guzel estaba ahí conversando con él y nos presentó y luego le pidió que me guiara al baño y cuando salí del baño él me seguía esperando aquí y luego intentó ligar conmigo pero no funcionó así que me obligó a besarlo… Sólo sé que se llama Nikolai y que es algo así como mi familia por parte del lado ruso, pero es muy lejano o… ¿algo así?

Yami se rascó la cabeza confundida.

—Sólo quiero dormir —dijo unos segundos después.

Mitca suspiró y trató de controlarse para no golpear al estúpido.

—Ven conmigo, no te vaya a violar —dijo Mitca, extendiendo la mano para que Yami la tomara.

Yami asintió y se acercó a él. Volteó a ver a Nikolai y le enseñó la lengua.

Nick se quedó algo perplejo y extrañado, sin mencionar enfadado, pero decidió que todo había sido demasiado extraño como para prestarle atención en esos momentos, así que, bostezó, encogió los hombros y se fue de vuelta con Guzel.

Mientras tanto Mitca acompañó a Yami a su habitación.

—¿Estás bien? ¿Te hizo algo? Digo, además de besarte, claro —farfulló Mitca entre dientes.

—No, estoy bien. Gracias por salvarme por tercera vez —dijo Yami con una gran sonrisa. Era increíble, pero sólo la presencia cercana de Mitca la ponía de buen humor.

—Sí, sí, como sea… pero a la próxima grita, muérdelo, patéalo, no sé… ¡Haz algo, mocosa inútil!

—¡Pues lo siento! Yo pensé que estaba soñando.

—¿Tan guapo está? —preguntó Mitca con ácido sarcasmo.

—No seas estúpido, obviamente no me refiero a eso. Pero es que la situación era demasiado extraña y como en mis sueños normalmente yo pateo traseros no me preocupé —dijo Yami, enojada.

Mitca, al escuchar la explicación, no pudo hacer más que echarse a reír.

—¿Qué es tan gracioso ahora? —preguntó Yami, confundida por el repentino cambio de humor.

—Es que… es verdad —dijo Mitca entre carcajadas.

—¿Qué, qué es verdad?

—Que tú sólo pateas traseros en tus sueños.

Mitca estalló en carcajadas y Yami sólo pudo mirarlo, echando chispas.

—Olvida que te agradecí. Sólo eres un maldito inepto, ahora por favor sal de mi cuarto.

—No —dijo Mitca, después de que terminó de reírse, pero aun conservando una sonrisa entre burlona y retadora.

—¿Por qué no? Quiero dormir, maldita sea, salte de una buena vez —dijo Yami, mientras empezaba a empujarlo, pero Mitca repentinamente la tomó por las muñecas y la empujó hacia la cama, colocándose justo encima de ella, sin aplastarla, aprisionándole los brazos por encima de la cabeza.

—¿Qué harías si yo te besara en este momento? —le preguntó, repentinamente muy serio.

Yami lo miró estupefacta y empezó a sonrojarse, pero no salió ningún sonido de su boca. En cambio, se mordió el labio. Temía gritar.

—¿Me rechazarías? —susurró Mitca, en su oído. Yami podía sentir como empezaba a rozar la piel de su mejilla con la punta de su nariz.

—¿M-Mitca?

—¿Me besarías también?

Sintió como los labios y la respiración del chico, empezaban a deslizarse desde su oreja, por su mejilla, acercándose peligrosamente a su boca. Yami empezó a temblar de nerviosismo y su corazón parecía estar a punto de desbocarse.

Cuando la cara de Mitca estuvo frente a la de ella, observó sus ojos. Sus rostros estaban a milímetros, sus respiraciones se mezclaban y sus labios apenas se rozaban, y en los ojos de él podía observar un fuego del color del hielo.

Mitca se acercó un poco más, lo suficiente para que la punta de su lengua rozara los labios de Yami, quien se estremeció.

—Tomaré eso como un “sí” —y después de decir eso se alejó, con una sonrisa, y salió de la habitación.

Yami no sabía si estar avergonzada o nerviosa, pero en definitiva esa noche había sido demasiado, demasiado extraña.

—¿Qué demonios…?

Con el primer rayo de luz solar que se asomó en el horizonte, Yami ya se encontraba bajando las escaleras. No había podido dormir en toda lo noche, pensando en que todo lo que había ocurrido era demasiado no usual.

Para empezar, Nikolai, cuya presencia en la casa Chan no terminaba de entender. Y para terminar, Mitca, con su… casi beso.

Estaba sentada en la sala cuando recordó aquella sensación, la punta de su lengua rozar sus labios… Vaya, eso es nuevo.

Pero ¿por qué demonios lo había hecho? ¿Se atrevería a encararlo y preguntarle? ¿Por qué no pudo hablar cuando le preguntó todo aquello?

¿Por qué no terminó de besarme?

Estaba con todas aquellas preguntas en su mente cuando escuchó pasos bajar las escaleras. El corazón empezó a latirle desbocado, pero era sólo Liang, quien al verla la saludó con un movimiento de cabeza y cruzó la sala.

Yami cerró los ojos y se acostó boca abajo en el sofá, estirándose por completo. Empezaba a relajarse un poco cuando repentinamente sintió algo tocar su nuca. Se giró inmediatamente y se encontró con Mitca.

—Buenos días —dijo este, con una sonrisa pícara y burlona.

Yami, por supuesto, se sonrojó ante los recuerdos que la invadieron de la noche anterior.

—Bu-bu-bu-b-buenos días —logró decir.

Mitca se echó a reír.

—¿Por qué estás tan nerviosa?

Se quedó callada unos momentos, para después responder con otra pregunta… o casi.

—¿Por qué…? Es decir, anoche… lo que hiciste… hm… ¿Por qué?

Mitca trató de aguantar la risa, pero le costaba trabajo, aún así, inspiró aire profundamente en sus pulmones, y cuando estuvo seguro de que no se iba a reír, al fin habló.

—Como siempre, me encanta ver este tipo de reacciones en ti, y dada la situación y tu mal humor de anoche, sólo quería animarte un poco —respondió el chico, encogiéndose de hombros como si no fuera la gran cosa.

Yami cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró arqueando una ceja.

—Pues qué modo tan más extraño de animar a una persona —se quejó.

—Al menos no parecías desanimada.

—Pff… Por favor, como si un beso tuyo fuera la gran cosa. La verdad es que no besas tan bien que digamos —dijo Yami con sarcasmo, tratando de verse indiferente. Claro que no lo logró, y eso sólo divirtió más a Mitca.

—¿Oh, en serio? Bueno, no puedo rebatir eso, como seguro has besado a tantos otros chicos con quienes me puedes comparar, por ejemplo ese amigo imaginario tuyo con el que tuviste tu primer beso… cómo se llamaba… ¿Trevor?

—¡Claro que he besado a otros chicos! Y de todos los que he besado, tus habilidades quedan en treceavo lugar, pero no te preocupes, seguro un día vas a mejorar.

—¡Ja! Claro, Yami, claro… —dijo Mitca, poniendo los ojos en blanco y dándole palmaditas en la cabeza.

—Pues es verdad, incluso el tipo de anoche, ese… Nicholas, besaba cientos de veces mejor que tú.

Eso, a pesar de ser una mentira —muy mal dicha y poco creíble—, sí que hizo enojar a Mitca.

—Oh, sí, se notaba por lo mucho que lo acercabas a ti —dijo enojado.

—Pues si hubiera estado de humor y lo hubiera conocido un poco más quizá lo dejaba seguir —contraatacó Yami, entrecerrando los ojos.

—¿Te refieres a una semana de conocerlo? Porque anoche estabas del mismo humor cuando yo te besé y llevamos sólo una semana de conocidos, niñita.

—¿A lo que tú hiciste anoche le llamas beso? Por favor, no sentí nada en lo absoluto.

—¿Ah sí?

—Sí.

—Pues a ver qué te parece esto.

Lo siguiente que hizo Mitca fue tomar el rostro de Yami y plantar un beso en sus labios, uno nada suave. Ella no pudo hacer otra cosa que cerrar los ojos y pasar sus brazos alrededor de su cuello.

¿Dónde quedó tu orgullo, Yami? Se preguntó a sí misma, aunque la verdad era que no le importaba. Un beso de Mitca no era cosa de todos los días y por lo tanto planeaba disfrutarlo al máximo.

Sintió cómo sus suaves labios se abrían paso entre los suyos, cálidamente, seguido de una mordida.

Cuando se detuvo sintió como si algo le estuviera faltando. Definitivamente se iba a arrepentir, pero en el momento no le importó en lo absoluto volver a acercarse por más. Mitca se lo permitió, pasando un brazo por su cintura y una mano por su cabello.

Cuando finalmente se separó para tomar aire y abrió los ojos lo primero que vio fue la burlona sonrisa de Mitca, orgullosa y con aire de superioridad.

—¿Decías…?

Yami se sonrojó y lo único que se le ocurrió fue darle una cachetada, que por supuesto no llegó a golpearlo. Mitca detuvo su mano segundos antes de que impactara contra su rostro.

Se echó a reír y después dijo:

—Como lo supuse, esa cara no tiene precio.

—¡E-eres un estúpido! ¡¿Cómo te atreves a besarme?!

—Pues tú pareciste disfrutarlo, además, me besaste también.

—No es verdad.

—Ahora lo niegas… ¿Por qué no admites que te gusto?

—¡No me gustas! Es absolutamente todo lo contrario, te odio, eres desesperante, inmaduro e irritante.

—Claro, claro… como quieras, me voy a desayunar —dijo Mitca, aún divertido, entonces se levantó del sofá y se dirigió a la parte delantera de la casa: al restaurante.

—¡Te odio! —gritó Yami una vez que Mitca desapareció, apretando los puños y golpeando uno de los cojines del sillón.

—Pues ese cojín debió haber hecho algo muy malo para ser tan odiado —dijo de repente la voz de Nick.

Lo que me faltaba…

Después de un profundo suspiro y un rechinar de sus dientes, Yami se controló lo suficiente como para no gritarle a Nick que se fuera muy lejos.

—¿Se te ofrece algo? —le preguntó, lo más tranquila que pudo, pero aún así sonó cortante.

—No, nada en lo absoluto, pero parece que no sabes qué es lo que yo he venido a hacer aquí —respondió el chico, con aire misterioso.

—No, la verdad es que no lo sé y, si te soy sincera, tampoco me importa —dijo Yami, levantándose del sofá para ir a buscar a Cedar o a Mike y desahogarse con ellos—. Si me disculpas, yo me largo.

—Pues creo que te va a importar cuando lo sepas.

Ante aquellas palabras Yami frenó en seco, ahora ligeramente curiosa.

—¿Por qué tendría que importarme cualquier estúpida cosa relacionada contigo?

—Porque la estúpida cosa relacionada conmigo resultas ser tú, querida.

Yami lo observó frunciendo el entrecejo, claramente confundida. Nick sonrió arrogante y continuó con su explicación.

—Yo trabajo en el ejército, o mejor dicho, trabajaba. Guzel me ha contratado para cuidar de ti.

—¡¿Qué?!

Eso sí que no se lo esperaba.

—Así es, mi trabajo de ahora en adelante es cuidar de ti, las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, las cuatro semanas del mes, los doce meses del año, todo por evitar que mueras en manos de los demonios que te buscan.

—¡Yo no he pedido protección! —reclamó Yami.

—Eso a mí no me incumbe, yo estoy aquí para llevar a cabo mi trabajo.

Al ver la cara enojada y frustrada de Yami, Nick sonrió con prepotencia.

—Así que mejor vete acostumbrando…

Yami lo miró con los ojos entrecerrados y después abandonó la sala, en busca de su bisabuela.

—¡Abuelita Guzel! —la llamó.

—¿Qué pasa? —respondió la voz de la anciana desde su despacho. Yami entró y se plantó frente a su escritorio.

—¿Es verdad que tú contrataste a Nick para que me cuide? —preguntó horrorizada.

—Así es, mi niña, es lo único que puedo hacer por ti —dijo Guzel, con un tono de voz triste—. No puedo hacer nada más por ti.

—Pero eso no es necesario, yo ya tengo a… —iba a decir “Yo ya tengo a Mitca”, pero recordó que estaba demasiado enojada con él como para admitir que estaba dependiendo en gran parte de su protección—. Yo me puedo cuidar sola —corrigió.

Guzel se echó a reír.

—No lo dudo, pero prefiero que no estés sola. Nick es un buen soldado, él sabrá protegerte.

—No, abuelita, no quiero depender de él —rogó Yami.

—Lo siento, mi niña, pero yo no me quedaré con la conciencia tranquila si no estás bajo el cuidado de alguien de mi confianza —sentenció Guzel, con una seriedad y una expresión que eran difíciles de contradecir para cualquiera. Aquella abuelita sí que tenía su lado serio.

Yami suspiró y refunfuñó, pero no dijo nada más. Salió del despacho de la señora y se dirigió escaleras arriba.

—¡Mike! ¡Cedar! —llamó a sus amigos para quejarse, pero el único que apareció fue Cedar, parado en la ventana en forma de un pequeño pajarillo amarillo con ojos rojos.

Yami se sentó en la cama y levantó las cejas con incredulidad.

—¿Un canario? ¿Para qué?

—Por diversión —respondió Cedar después de regresar a su forma humana—. No hay nada mejor que volar en la mañana. ¿Me llamabas?

—Sí… ¿Dónde está Mike?

—Quería caminar un rato así que salió. ¿Para qué soy bueno?

—Tengo que contarte… ¡No sabes lo que me ha pasado entre la noche anterior y esta mañana!

—¿No te gustó que te besara? —preguntó el demonio, ligeramente confundido después de que Yami sacara todo lo que había en su mente.

—¿Quién, el estúpido uno o el estúpido dos?

—Uh… ¿Mitca es el uno?

—Sí.

—El uno.

—¡No! Es un maldito idiota ¡lo detesto lo detesto lo detesto lo detesto!

—Pero pensé que te gustaba.

Yami miró a Cedar roja como un tomamte, con ojos sorprendidos, abiertos como platos, y después miró hacia todas direcciones como paranoica. Se levantó de la cama, cerró la puerta y, después de volver a sentarse en la cama con Cedar, tomó una almohada y se la puso en la cara antes de decir:

—¿Tan obvio es?

—Pues… sí.

Yami le arrojó la almohada al demonio, quien empezó a reírse.

—¡Cedar! ¿Estás de mi lado en mi contra?

—De tu lado… pero ¿qué quieres que haga, que te mienta? La verdad es que sí, es muy obvio que te gusta.

Yami gimió mordiéndose el labio y tomó otra almohada para cubrirse la cara.

—Si de algo sirve, al menos soy el único que los ha visto besándose —dijo Cedar.

Yami lo miró con ojos asesinos antes de responder:

—No, la verdad es que no sirve de nada.

—Bueno, al menos lo intenté… —dijo Cedar, riéndose ligeramente, pero unos segundos después se puso serio—. Pero no creo que a Mike le agrade que se lo digas ¿sabes?

—¿Por qué? Es mi mejor amigo —dijo Yami, frunciendo el entrecejo con confusión.

—Porque… no parece que Mitca le caiga muy bien —mintió Cedar.

Después de pensarlo un momento Yami asintió.

—Creo que tienes razón… Entonces ¿me guardarás el secreto?

—¿Lo del beso? ¡Claro! Ni siquiera tienes que preguntar —dijo Cedar con una sonrisa.

Yami también sonrió y después suspiró.

—Gracias.

Mientras tanto, en algún lugar del centro de Shanghái, Mike estaba caminando y observando las tiendas, curioseando. Iba tan distraído que no se dio cuenta de que lo estaban observando.

—¿Crees que pueda ser él? —le preguntó uno de los chicos que vigilaban cautelosamente a Mike al otro que lo acompañaba.

—Se parece demasiado, eso no lo puedo negar. Pero no podemos saber sin una prueba de ADN. Quítale un cabello.

—¿Por qué debo ser yo?

—Porque yo te lo pedí primero.

—Maldita sea.

El chico se acercó cautelosamente a Mike mientras este estaba distraído observando unos peces dentro de una pecera.

—¡Auch! —dijo sorprendido cuando sintió un tirón en la cabeza.

Se giró repentinamente, pero no había nadie detrás de él.

—¿Qué fue eso…? —se preguntó a sí mismo, pero sin darle mucha importancia siguió su caminata de exploración.

—¿Lo tienes? —le preguntó a su compañero el chico que se había quedado observando de lejos.

—Sí, pan comido.

—Entonces volvamos de una vez. Si de verdad es él nos van a ascender.

Soltaron una risita emocionada y desaparecieron entre la gente, como si nunca hubieran estado ahí…



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Continuará...

NOTA: si se pasan por la sección de personajes encontrarán un nuevo dibujo de Yami ._. pero no lo hice yo XD es cortesía de HTMmangaka, creadora del comic "Azrael" :P

6 comentarios:

Yami dijo...

cuando subirás otro capitulo ????? *-*

Ale Gorriz dijo...

:O yami?!? jaja que curioso! XD
pues nuevo capitulo aún no, pero ya en unos momentos subo la continuación de este (aún sin terminar ^-^ )

Yami dijo...

jeje seee ^^
Ok Ok :D
me gusta mucho la historia, enserio :O me ha encantado :3

Ale Gorriz dijo...

:'3 muchas gracias!!
me pone muy contenta que te guste X3

L㉥d. dijo...

AJAJAJAJA
ay dios, leer esta historia me hace feliz.

—¡Te odio! —gritó Yami una vez que Mitca desapareció, apretando los puños y golpeando uno de los cojines del sillón.
—Pues ese cojín debió haber hecho algo muy malo para ser tan odiado —dijo de repente la voz de Nick.
~~
—¿Tan obvio es?
—Pues… sí.
Yami le arrojó la almohada al demonio, quien empezó a reírse.
~~
Pobre almohada (?)
Escribís genial, me encanta tu humor :) y la historia es adictiva..

Ale Gorriz dijo...

waahh!!! muchísimas gracias, me hace muy feliz leer tu comentario, en serio gracias ^////^


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